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martes, 23 de febrero de 2010

Ahora le toca a EE UU y Reino Unido.

Reportaje:

El País de España.


Los mercados financieros son un juego de espejos. Reflejan tanto las impurezas como el atractivo y el potencial de una economía, de su Gobierno, de sus gentes. El problema es que a veces los espejos deforman, distorsionan: los mercados llevan semanas mostrando las miserias de la eurozona, la crisis fiscal griega y su veloz contagio por el Mediterráneo, los agujeros institucionales de una Unión Monetaria desigual, las carencias del euro. Ese relato, convertido en la penúltima obsesión de las Bolsas y del mundillo económico, es el gran quebradero de cabeza de Bruselas, de Atenas, de Berlín y de Madrid. De toda Europa. Las cifras cuentan otra historia interesante que apenas sale en la imagen: atendiendo sólo a los números -nada menos que a los números-, la situación fiscal de EE UU y de Reino Unido es tan mala como la de Europa. O peor. Hasta el punto de que alguna casa de análisis busca la forma de incluir las iniciales de Estados Unidos y Reino Unido en el acrónimo PIGS (cerdos, en inglés), que en tono despectivo se usa para ilustrar los problemas fiscales de Portugal, Irlanda (o Italia, tanto monta), Grecia y España.

"El perfil de la deuda británica y estadounidense es tremendo, insostenible. El mercado ha puesto el foco en Grecia y por extensión en la eurozona, pero California y otros lugares de EE UU están como Grecia. Tal vez eso acabe siendo una ventaja para Europa, que parece iniciar el camino de una inusual disciplina fiscal: ¿EE UU necesita un susto así para enterarse del problema?", se pregunta Carmen Reinhart, de la Universidad de Maryland.

Hay muchos indicadores de riesgo soberano, pero por encima de todos destacan el déficit y la deuda pública. Y en ambos casos las dos grandes potencias anglosajonas -así como Japón- presentan cifras tan sombrías como las de la eurozona en conjunto, y en algunos casos a la altura de los países más vulnerables del euro. "Voy a sorprenderles", desafiaba recientemente a la prensa el presidente del BCE, Jean-Claude Trichet, para establecer la comparación: el déficit de la UEM es del 6%, la mitad que en EE UU y Reino Unido, que presentan cifras similares a las de Grecia y superiores a las de España. La deuda europea no alcanza el 80% del PIB, en el entorno en el que se mueven la británica y la estadounidense. Y lo más importante: el perfil de la deuda de esos dos países a largo plazo es terrible, peor que el del bloque europeo en conjunto, según las proyecciones del prestigioso Banco Internacional de Pagos de Basilea, una especie de banco central de bancos centrales.

Los mercados calibran también otros datos, aparentemente menos trascendentales pero capaces de tumbar países. Varios miembros de la eurozona están peor que EE UU y Reino Unido en los seguros de impago de la deuda. En otros indicadores, como la rentabilidad de la deuda, hay nubes y claros: los países sureños de Europa han recibido un severo castigo, y sin embargo el rendimiento medio de los bonos de la eurozona evoluciona mejor que el de los norteamericanos.

Los datos son importantes; a veces demasiado. Pero ni siquiera para los mercados las matemáticas lo explican todo: "Londres y Washington tienen un historial de credibilidad intachable y un banco central poderoso, dispuesto a barrer a quien apueste en su contra. Y los mercados conocen esas armas de disuasión, la vertiente política de la situación fiscal", declara Luis Garicano, de la London School of Economics. "Sobre el papel, la situación de la zona euro no es peor que la de otros grandes. El problema es el riesgo político: poca gente duda de que, llegado el momento, EE UU tomará medidas para mantener la solvencia: recortar gasto, subir impuestos. Sobre Europa, en especial sobre algunos países, hay cada vez más dudas", abunda Jesús Fernández-Villaverde, de la Universidad de Pensilvania.

Los mercados son así: se obcecan con una historia. "Muchas, si no todas las crisis, se basan en profecías autocumplidas a causa de esa vena obsesiva: los ataques sobre el sistema monetario europeo en 1993, México en 1995, Corea en 1998. Y ahora otra vez. ¿Por qué Grecia y por qué ahora si la deuda griega es la mitad que la de Japón y sólo algo superior a la británica? La respuesta es esa obsesión, que puede rendir grandes beneficios a unos pocos y es un auténtico problema para el que no hay solución conocida", dice Charles Wyplosz, del Graduate Institute de Ginebra.

La situación actual está preñada de paradojas. Los mercados examinan a los Gobiernos y prácticamente dictan las políticas fiscales, cuando fue la crisis financiera desatada por los propios mercados la que obligó a los Ejecutivos a intervenir masivamente, a embalsar enormes déficits para evitar una debacle, como reivindicó Barack Obama hace unos meses en pleno Wall Street. Y como advirtió Nicolas Sarkozy en Davos hace unos días, y hasta José Luis Rodríguez Zapatero en Londres el pasado viernes. Aun así no hay más remedio que volver a la disciplina fiscal ante la amenaza de incendio en las Bolsas, aunque sólo sea con promesas: "Aunque ésta sea una crisis fiscal artificiosa, casi inventada, los mercados obligan a tener una estrategia de salida; de lo contrario, acabarán atacando. Pero es que además en la mayoría de los casos es mejor anunciar los planes y dejarlos para más adelante, ante el peligro de truncar la recuperación", explica Juan Ignacio Crespo, de Thomson Reuters.

Tanta contradicción deja la salida de la crisis cubierta de niebla. En Londres, 60 economistas (encabezados por el Nobel Joseph Stiglitz) respaldan la política del Gobierno laborista, partidario de no aplicar aún la dura medicina de las subidas de impuestos; pero una veintena de expertos reclama justo lo contrario. En EE UU no hay plan: Obama ha delegado en una comisión que aportará ideas ante la guerra abierta entre republicanos (en contra de las subidas fiscales y a favor de recortar gastos) y demócratas (partidarios de la receta contraria, grosso modo). "EE UU y Reino Unido deben anunciar ya sus planes para conseguir un perfil fiscal más amable, aunque no sea inmediatamente, para no quebrar la reactivación: uno nunca sabe cuándo va a llamar a su puerta el lobo", avisa Reinhart aludiendo a la posibilidad de un ataque especulativo como el sufrido por la eurozona.

Europa ha empezado a transitar por esa senda, aunque sea a base de sustos. "Los mercados han sido injustos; los anglosajones tienen los mismos problemas fiscales y nadie parece reparar en ello", admite un portavoz de la Comisión Europea. Pero a renglón seguido añade que sería "un error imperdonable" caer en la tentación de olvidar que Grecia "está en una situación de alto riesgo" y que la crisis fiscal "es el primer test fundamental" para el euro.

No hay economía sin política. Y ahora más que nunca no se hace política sin economía: los mercados ponen a prueba la idea del euro tras 10 años de vino y rosas. "Puede que haya cierta sobrerreacción y comportamiento rebaño, pero los mecanismos de decisión de la eurozona son más lentos que los de EE UU y las armas de las que dispone también son menores y se han probado poco o nada anteriormente. Además, las Bolsas consideran que las economías de EE UU y Reino Unido son más flexibles, y esa percepción no va a cambiar de un día para otro", sostiene Tomás Baliño, ex subdirector del FMI.

Las aguas parecen haberse calmado con la decisión de Bruselas de rescatar a Grecia si es necesario, pero la tormenta volverá a acechar tarde o temprano a los países más vulnerables o a los que no hagan los deberes fiscales. "En caso de crisis, el papel de un banco central propio es clave", explica el economista Daniel Gros. "Los bancos centrales anglosajones no van a dudar a la hora de imprimir billetes para salir del paso si ven acercarse una crisis fiscal", añade Paul de Grauwe, de la Universidad de Lovaina.

En el fondo, el euro siempre se vio con recelos desde la costa oeste del Atlántico, incluso desde el otro lado del canal de la Mancha. Martin Feldstein, de Harvard, llegó a afirmar poco antes de que la moneda única viera la luz que si el euro salía bien la UE se convertiría en un super-Estado e iría a la guerra con EE UU; y que si salía mal habría una guerra civil en Europa. No parece que la sangre vaya a llegar al río, aunque por el camino algunos inversores, algunos medios y las agencias de calificación -de marcada raíz anglosajona- se empeñen en reflejar en el espejo imperfecto de los mercados más impurezas en unos lugares que en otros.

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