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Ante la entrada en vigor del horario de verano muchas personas resentirán, como es natural, ciertos efectos transitorios derivados del cambio, como cansancio, somnolencia e irritabilidad. Sin embargo, el desfase fisiológico asociado con el adelanto en los relojes puede tener repercusiones mucho más serias, sobre todo en el rendimiento y productividad laboral dentro de las organizaciones.
Así lo señalan algunos estudios científicos recientes, mismos que han analizado la forma en que el ajuste horario impacta, tanto a nivel físico como psicológico e incluso social, al llamado "reloj" biológico interno y los ciclos circadianos de las personas que año con año, durante la primavera, deben adelantar una hora sus agendas de actividades con el objetivo de ahorrar energía eléctrica.
Todos los seres vivos poseen un “reloj” interno que les permite sincronizar sus ritmos vitales para ajustarse a los ciclos de luz y oscuridad y regular actividades como la alimentación, el sueño, la vigilia, etc. En los mamíferos, el cerebro mantiene el control maestro de ese mecanismo, específicamente un grupo de células localizadas en el hipotálamo, que integran el núcleo supraquiasmático.
Los ritmos circadianos (del latin circa, alrededor y diem, día, es decir, alrededor de 24 horas) tienden a sincronizarse con las condiciones de luminosidad, pero a la vez son influidos por otros elementos ambientales como temperatura, estrés o ejercitación física. La hormona melatonina tiene un papel clave en este proceso, ya que la oscuridad estimula su secreción, lo que a su vez induce sueño.
Por eso cuando alguien viaja en avión a través de varios husos horarios experimenta el conocido fenómeno del jet lag, un desfase en su propio reloj vital, que tarda en adaptarse a las condiciones del sitio de destino. Algo similar ocurre durante el cambio de horario, que si bien podría parecer insignificante al compararlo con el que se experimenta al realizar viajes intercontinentales, en realidad necesita ser estudiado con detalle, más allá de sus implicaciones económicas.
Lesiones en el trabajo
El abrupto corte en el periodo de sueño que se experimenta tras adoptar el horario veraniego está relacionado con un aumento en la incidencia de lesiones comunes y severas en los lugares de trabajo, según un artículo signado por los investigadores Christopher M. Barnes y David T. Wagner, de la Universidad Estatal de Michigan y publicado en 2009 en el Journal of Applied Psychology.
En un primer estudio, los académicos revisaron bases de datos en el Instituto Nacional de Salud y Seguridad Laboral en EU sobre reportes de más de 570 mil trabajadores mineros entre los años 1983 y 2006. Encontraron que en comparación con otros días, los lunes que suceden a la entrada del horario de verano aumenta el número de lesiones leves y severas sufridas por los trabajadores.
En un segundo estudio Barnes y Wagner revisaron cifras de la Oficina de Estadísticas en el Trabajo comprendidas entre 2003 y 2006 y observaron evidencias indirectas de que la falta de sueño es un mediador importante en los accidentes laborales que ocurren durante los meses que está en vigor el cambio. En específico, determinaron que los lunes posteriores al adelanto de horario los trabajadores durmieron en promedio unos 40 minutos menos.
Otro dato relevante que encontraron es que en los lunes que suceden al cambio hacia el horario estándar, es decir, al que rige en invierno y durante el cual se “gana” una hora, no se presentaron diferencias significativas en los patrones de sueño, cantidad de lesiones o severidad de las mismas.
“En promedio, ocurren 3.6 lesiones más y se pierden 2 mil 649 días adicionales de trabajo debido a las lesiones en los días siguientes al avance de fase (hacia el horario de verano) en comparación con los días donde no se registra ese cambio”, escriben los autores en su reporte académico titulado El cambio al horario de verano reduce el tiempo de sueño e incrementa los accidentes laborales.
“Esto no sólo representa un incremento de 5.7% en el número de lesiones durante esos días, sino también un aumento de 67.6% en los días de labores perdidos debido a tales problemas. En suma, encontramos que los cambios temporales orientados a ajustar las actividades con los periodos de mayor luz del día tienen efectos negativos en las organizaciones”, escriben los científicos en las conclusiones de su artículo.
En México la Secretaría de Energía y el Fideicomiso para el Ahorro de Energía (FIDE) han hecho del conocimiento público diversos informes en los que se documenta con cifras una disminución en el consumo energético lograda a través del horario de verano, que entró en vigor en 1996 y que hoy aplican mil 600 millones de personas en 86 países.
En su página electrónica el FIDE indica que entre 1996 y 2009 se logró un ahorro en consumo de electricidad equivalente a 16 072 millones de kilowatts. También considera que la medida ayuda a preservar el medio ambiente y los recursos naturales. Sin embargo, no ofrece datos o estudios que permitan valorar los efectos de la transición de horario más allá de la perspectiva económica.
¿Sueño alterado?
Con una cita a “consideraciones” del Instituto Nacional de Neurología de la Secretaría de Salud, el FIDE argumenta que el organismo se adapta rápidamente al horario de verano: “el que una vez al año se lleve a cabo un ajuste de una hora menos, y otra vez al año el ajuste sea de una hora más, no representa alteración orgánica alguna; antes bien representa un mecanismo ocasional que induce un buen acoplamiento fisiológico con las condiciones ambientales generadas por las estaciones del año”, señala.
“Aproximadamente uno o dos días después del cambio de horario se vuelven a adaptar todos los mecanismos biológicos a los nuevos horarios de sueño y vigilia, sin secuela alguna”, señala el organismo en un documento difundido en la red (www.fide.org.mx). Estas afirmaciones, que no aportan ninguna cifra de apoyo, contrastan con los resultados obtenidos por otro estudio independiente de los anteriores, efectuado por Till Roenneberg, de la Universidad Ludwig-Maximilian en Múnich, Alemania, quien realizó dos evaluaciones sobre el tema, las cuales fueron publicadas en la revista Current Biology.
En la primera —un sondeo de gran escala entre 55 mil personas de Europa central— Roenneberg encontró que los patrones de sueño de los participantes en días de descanso tendían a acoplarse a la progresión estacional del horario estándar mas no al de verano.
En el segundo estudio analizó patrones de sueño y actividad de 50 personas durante las dos transiciones de horario anuales (el cambio al de verano y luego el regreso al estándar), valorando los hábitos de cada una de ellas (más activos durante la mañana o por la noche). Determinó que los ciclos de actividad y descanso se acoplaron rápidamente al fin del horario veraniego, mientras eso no sucedió al iniciar el mismo.
“Nuestros resultados muestran que los ciclos circadianos humanos no se ajustan a la transición hacia el horario de verano. Esto es especialmente evidente en los cronotipos tardíos (las personas que suelen dormir tarde). Su reloj biológico se mantiene en el horario de invierno, mientras deben acoplar su agenda al avance en las manecillas”.
Pedro Torres Ambriz, médico especialista en endocrinología, advierte que mientras no haya evaluaciones científicas de la forma en que el cambio de horario impacta la fisiología humana y la productividad en escuelas, empresas y centros de trabajo en México, será imposible saber si sus beneficios exceden a los perjucios que pudiera ocasionar:
“Cuando uno se habitúa a trabajar en un horario determinado es porque ya ha ajustado su reloj biológico y éste tarda desde dos hasta ocho semanas en acoplarse; en ese tiempo de adaptación disminuye el rendimiento escolar en los jóvenes y el laboral en las personas productivas. Por este considero que evaluar el horario de verano con una visión única de ahorro de energía es una medida demasiado reducionista”.
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