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El actor Carlos Samperio estaba sentado en una carpa, repasando sus líneas para entrar a grabar unas escenas del video Sí matarás (2005), que es una especie de decálogo de narcotraficantes, en la colonia Martín Carrera, del Distrito Federal.
En ese rato un niño de seis años se le acercó para preguntale si en realidad era Carlos Samperio, “el que sale en las películas de balazos y mafiosos”.
El actor asintió y el niño le contestó que de grande quería ser como él. Samperio le aconsejó prepararse y estudiar, pero el chiquillo dijo: “¿Actor?, ni loco. Quiero ser narco”.
“Ahí me cayó el veinte de lo que estábamos haciendo y dejé de hacer películas de violencia. Los videohomes crean mayor interés en niños de escasos recursos porque la vida de un narco es opulenta. Cualquier chamaco que tiene acceso a ellas es un narco en potencia y en el mercado pirata tienen todo el acceso: por cinco pesos ven tres películas, entonces el videohome es el cine que ellos ven, no tienen acceso a otro tipo de películas”, dice Samperio, quien ha participado en más de 100 proyectos.
El videohome es un negocio que se graba y se consume principalmente en el norte del país, en Tijuana; pero también en El Bajío, Jalisco y Michoacán, y es muy consumido en el sur de Estados Unidos por mexicanos que no pueden ir al cine por temor a ser rechazados o deportados. Es un negocio que genera mucho dinero y que emplea a más gente que el cine formal mexicano.
El productor de videohomes Juan Manuel Romero, dueño de JC Films, asegura que este negocio genera más de 30 millones de dólares anuales. En el país sólo hay una decena de creadores dedicados a este formato.
En cambio, pocos filmes mexicanos que llegan a las salas de cine resultan un negocio para sus hacedores.
Casos de la vida real
En una escena de estos videohomes se ve cómo el actor John Solís, quien da vida a Santiago Meza López, El Pozolero, asesina a un grupo armado en venganza porque violaron a su hermana. Luego se aprecia cómo los cuerpos son metidos en tambos y disueltos en ácido.
En el filme, esa costumbre provoca que se gane un lugar en el grupo armado de un capo sin nombre. A partir de eso, en cada asesinato, El Pozolero sugiere disolver a sus víctimas en ácido “porque en 24 horas se esfuman”, dice John Solís en la cinta, inspirada en un hecho real.
En El Muletas al 100, Solís encarna al narcotraficante Raydel López Uriarte, El Muletas (capturado por el ejército el 8 de febrero). La película tiene escenas de ejecutados muy al estilo de los primeros filmes baratos de Robert Rodriguez, como El mariachi, que costó 10 mil dólares. Este videohome habría sido encargado por el propio narcotraficante.
Por estos dos trabajos, John Solís cobró un sueldo aproximado de 70 mil pesos en la compañía JC Films, propiedad de su padre, José Manuel Romero, y asentada en Orange, California, desde hace dos décadas.
Estas dos películas fueron grabadas en Tijuana, dirigidas por Alonso O. Lara, también guionista, y financiadas por JC Films con un costo aproximado de 20 mil dólares cada una, lo que tradicionalmente cuesta un videohome de buena calidad, pero hay trabajos que no rebasan los 7 mil dólares.
“Mi empresa es seria, de muchos años, todos me conocen, hacemos películas sencillas con la intención de que se vendan. Como le comenté a un reportero del diario Zeta en Tijuana: ‘Si no sacan una nota roja, no venden’; así andamos nosotros, buscando qué podemos vender y El Pozolero y El Muletas venden. Los agarramos de la nota roja que ellos crean y salen en las noticias”, dice el productor Juan Manuel Romero.
En el catálogo de JC Films figuran actores reconocidos como Jorge Reynoso, que cobra 40 mil pesos por película; Mario Almada, que llegó a cobrar hasta 55 mil por proyecto; Luis Gatica, 30 mil; Gabriela Goldsmith, Rafael Goyri (hermano de Sergio), 25 mil, y Fernando Sáenz, 35 mil pesos. Este último actor tiene más de 300 videohomes filmados en su carrera, entre ellos Despedida de narcos (2004).
Luis Felipe Tovar es un actor que pide el mercado hispano para este tipo de películas pero “cuesta muy caro”; de acuerdo con Romero pide hasta 100 mil pesos por videohome.
Estas cintas son distribuidas en Estados Unidos en cadenas de importantes supermercados, como Wal-Mart, y canales de televisión con programación para mexicanos, como el canal 62 de la ciudad de Los Ángeles.
Lo que vende
En México estas películas no tienen distribución; sin embargo, se encuentran en la piratería a precios muy bajos, van de los tres a los siete pesos.
Los productores de los narco videohome aseguran que no son financiados por la mafia, y que las historias provienen de algunos corridos y de casos reales. Ellos eligen el tema y lo mandan escribir con sus guionistas, como Alonso O Lara.
La historia de llevar temas de narcos a la ficción comenzó con corridos, como La banda del carro rojo (1978), de Paulino Vargas, y Contrabando y traición (1977), de Ángel González, interpretadas por Los Tigres del Norte.
Los temas del videohome de narcos son repetitivos, no hay variedad, siempre hay balazos, violencia, narcotráfico, ejército y policía; temas estereotipados del crimen organizdo.
Respecto al financiamiento, el productor Juan Manuel Romero dice: “Todo mi dinero es salido de mi empresa y con cheques comprobados, no hay dinero del narcotráfico, ni siquiera los conozco. Los temas son sacados de los periódicos y de las canciones de grupos como Los Tucanes de Tijuana, y nunca tratas de meterte en problemas”.
El productor dice que los mismos clientes, como Wal-Mart, son los que sugieren temas “perrones” con base en los videohomes que más venden: “Tenemos muchos clientes para los Estados Unidos, nos dicen: ‘Me han estado pidiendo de narcotráfico’. Si en estos momentos hiciera una sexy comedia, no me vende, aunque me guste mucho”, dice Juan Manuel Romero.
Cada año, los productores de videohome graban un aproximado de 10 a 12 películas. En este mercado no se siente la crisis, pero a finales de los años 80 y principios de los 90 era un negocio más socorrido. En aquel tiempo un casete VHS se vendía en 55 dólares y ahora los DVD tienen un precio de 14.95 dólares. También hay paquetes de cinco, siete o nueve películas con precios que van de los seis dólares hasta los ocho.
“La recuperación se da, pero es muy lenta, en seis meses recupero y doblo el presupuesto original (20 mil dólares)”, dice Juan Manuel Romero.
Después del videohome de rumberas y ficheras, que fueron los tema que reinaron en los 80, surgió el del western adaptado al narcotráfico.
En esa década, ese tipo de películas se hacía con más dinero, por ejemplo las de los hermanos Almada que aún se transmiten por Galavisión (canal 9 de Televisa) y en el de tele de paga De película. Estos filmes tenían un costo aproximado de 65 mil dólares porque se filmaban en 35 y 16 milímetros.
El actor Fernando Sáenz dice que “se abarataron los costos desde que salieron las cámaras digitales; ya no se pagan varias latas de películas de 100 pies, que duran tres minutos y te cuestan 120 dólares. Ahora un casete de tres horas cuesta 20 dólares sin pagar revelado”.
El productor de películas como El mil usos y La pulquería, Roberto G. Rivera, a sus 82 años, considera que el videohome no se ha tomado en cuenta por la industria de cine nacional porque se consideran proyectos baratos, de poca calidad, y asegura que más que una industria, es sólo un negocio.
Hace algún tiempo, el escritor Arturo Pérez-Reverte dijo que varios directores mexicanos habían carecido de pantalones para llevar al cine la novela La reina del sur, cuya protagonista es una narcotraficante de Sinaloa. Sin embargo, los productores de videohome llevan haciéndolo más de 30 años.
Por lo pronto, aunque le generaba buenas ganancias, Carlos Samperio es quizá el primer actor en salirse de este negocio, porque, dice, el impacto de estas cintas en el público es negativo.
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