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lunes, 3 de mayo de 2010

Ocultan ser gays por temor al rechazo social.

Noticia:


Cuando Alicia lo recuerda no puede evitar el llanto. Era época decembrina, de abrazos, de alegría, pero su madre sólo tenía sentimientos de enojo y de tristeza, así como sus párpados inflamados de no dormir y llorar hacía ya cuatro días. Justo desde aquél momento en el que se enteró de las preferencias y prácticas de su hija: simplemente eran una aberración.

“Te quiero ver sola antes de que hagas tu vida amorosa con otra mujer, los homosexuales son aberrantes, son promiscuos”, dijo la mamá. Alicia, la hija de entonces 23 años, contuvo las lágrimas, pero cada palabra la agredía, quebraba su corazón, la marcaba. Simplemente guardó silencio para escuchar a su progenitora, sentía que no tenía derecho a hablar, pues había fallado.

De golpe creyó que no valía nada, que hasta ese día había sido el orgullo de la familia y la hija ejemplar. Aun con toda esa devastación, fue clara al decirle a su mamá que podía hacer cualquier cosa que le pidiera, menos dejar de ser gay.

La supuesta tolerancia

De su salida del clóset han pasado 12 años. Madre e hija lograron reconstruir ese lazo de amor, pero hasta hoy Alicia, de 35 años, no reúne la fuerza para gritar al mundo que es lesbiana; le da miedo, vergüenza, siente que la menospreciarán. “Si mi madre que me amaba lo hizo, qué puedo esperar de los otros”.

Según un análisis d el Programa Universitario de Estudios de Género de la UNAM, en la cultura mexicana hay una tendencia a mantener una actitud de tolerancia hacia la homosexualidad, que sin embargo dista mucho de ser una postura de comprensión y respeto.

La primera y única Encuesta Nacional sobre Discriminación hecha en México en 2005, señala que 94% de los gays y lesbianas mexicanos se sienten excluidos y han reportado actos de discriminación. Las cifras indican también que casi la mitad de los mexicanos no quieren como vecino a un homosexual.

El disfraz como protección

En su trabajo, Alicia sigue dentro del armario. No hace evidente su preferencia por las mujeres y procura vestirse de trajes sastres, “de manera femenina”. Esa estrategia para salvaguardar su tranquilidad le ha funcionado, al grado de que compañeros han querido tener una relación con ella más allá de la amistad.

Dice que no es el momento para hacerlo público, por lo que evade responder de manera directa estas interrogantes. Alguna vez le preguntaron si le gustaban las mujeres y ella respondió en tono de broma: “Yo le tiro a lo que se mueva”.

En el arte del ocultismo, Alicia lleva un buen tramo recorrido. Dice que las mujeres le gustan desde los cinco años y a sus 12 aprendió que esa preferencia era motivo de rechazo. “Recuerdo cómo un tío regañó muy fuerte a una prima con la que jugaba al decir que las artistas de la televisión eran nuestras novias”.

A partir de ahí y hasta los 15 años, cuando tuvo su primera relación lésbica, Alicia tuvo novios por montones, no quería que la vieran diferente. Hoy vive con Fernanda, dos años menor que ella, a quien también le da miedo salir del clóset por la reacción de rechazo.

Leyes sí, pero hechos no

Rafael Ernesto tardó 10 años en salir del clóset. Su mamá se enteró de manera fortuita. Lo encontró en su cuarto, en pleno “faje” con su actual pareja, Raúl Ernesto, con quien vive desde hace poco más de siete años. Rafael no enfrentó cuestionamientos, ni recriminaciones.

Su madre se limitó a decir “Ya lo sabía”. Hasta su abuela, que hoy tiene 84 años y que es muy apegada a la religión católica, lo vio con buenos ojos y pronto dijo que Raúl ya era parte de la familia.

El caso de Raúl fue menos terso. Cuando su mamá se enteró, entró en una etapa de negación, que se cayó justo cuando los Ernestos decidieron vivir juntos. “Se fracturó la relación y aunque poco a poco lo ha ido aceptando, todavía presentan a Rafael como a un primo o amigo de la familia”, dice.

Ambos coinciden que este mismo escenario puede elevarse a nivel Distrito Federal, donde a pesar de que se reconocen los matrimonios entre homosexuales y la adopción de niños entre parejas del mismo sexo, el trato de segunda y la homofobia permanece. En consecuencia, las situaciones en estados conservadores como Querétaro, Guanajuato y Aguascalientes se recrudecen.

El Consejo Nacional Para Prevenir la Discriminación (Conapred) ha dicho que en la sociedad mexicana prevalece todavía una homofobia ambiental muy arraigada. De acuerdo con sus datos, 71% de los jóvenes mexicanos no apoyaría el otorgamiento de los mismos derechos a las personas homosexuales que a las heterosexuales y 58% afirmó que a una pareja de homosexuales no se le debe permitir contraer matrimonio.

Quedarse dentro

El antropólogo y sexólogo Xavier Lizarraga asegura que siempre debe haber un momento adecuado para “desclosetarse”. “Si se hace de manera consciente y por voluntad no es recomendable hacerlo público el 24 de diciembre en plena cena familiar, eso es obvio”.

El especialista ha definido la existencia de un clóset estratégico personal. A éste se recurre cuando por ejemplo un familiar padece algún mal cardiaco, al grado de que la noticia de la homosexualidad pudiera poner en riesgo su vida.

Otro tipo de clóset es el que sustenta razones sexo políticas. Lizarraga explica que en este caso el homosexual no adelanta sus preferencias sexuales hasta que se las preguntan. En foros de discusión y conferencias o incluso en conversaciones de banqueta, el gay no dice que lo es, pues de inicio sus opiniones, por su simple preferencia, pueden ser descalificadas o vistas con prejuicios.

“Se cree que el gay no puede hablar de ciertos temas porque el simple hecho de ser homosexual hace que sus opiniones se perciban como tendenciosas”, dice.

Xavier Lizarraga asegura que por contradictorio que parezca, su salida del clóset hace cuatro décadas no le resultó dolorosa. “Hubo algo de decepción en mi madre porque se sintió culpable de que yo fuera así, pero luego lo aceptó muy bien. Mi padre, que nació en 1905, no me dijo nada, desde muy joven veía cómo me besaba con mis parejas”.

Reconoce que su proceso más difícil fue pararse frente al espejo y etiquetarse como homosexual, consciente de los resultados que ello traería. “Necesitaba verbalizarlo para creerme a mí mismo, ser visible y hacerme escuchar”.

Cuando declararse era suicidio

En la época del nazismo con Adolfo Hitler o en la Rusia de Joseph Stalin declararse gay era un acto suicida, como hoy lo es en Irán, donde existe la pena de muerte para homosexuales.

Lizarraga dice que ante la inexistencia de una política de estado en México que condene a la muerte por ser gay, es necesario que la gente sea honesta y ejerza sus derechos sexuales. “Si se quedan dentro del clóset estarán propositivamente o no, avalando la homofobia”.

El ambiente para asumirse homosexual, sin embargo, pareciera no propicio, pues la extinta Comisión Ciudadana Contra Crímenes de Odio por Homofobia, de 1995 a 2004, registró 337 asesinatos contra homosexuales, lesbianas y personas transgénero.

Mientras, se confía en que habrá una postura firme del gobierno con respecto a la discriminación a homosexuales. El movimiento lésbico gay espera desde hace tres años que el presidente Felipe Calderón publique en el Diario Oficial de la Federación, el 17 de mayo como Día Nacional contra la Homofobia. Al parecer puede concretarse este año.

Pero un borrador previo obtenido por el movimiento lésbico gay presume que el gobierno federal quitará la palabra nacional del texto, lo que augura una falta de compromiso de todos los estados para promover la no discriminación a personas con preferencias de su mismo sexo.

Discriminación hasta en la izquierda

Pero en México nadie se salva. Enoé Uranga, diputada federal del PRD, recuerda que cuando tenía 26 años salió del clóset sin mayor problema porque tenía casa propia y solvencia económica, pero además antecedentes de una familia muy de izquierda, a la que no le representaba un conflicto este hecho.

A finales de los 80, cuando buscaba un puesto en el sindicato de la UNAM, se llevó su mayor sorpresa. Por el simple hecho de haberse descubierto como lesbiana, sus propios compañeros, a los que ella llama justamente “la iglesia de la izquierda o la izquierda ultraconservadora”, usaron su preferencia sexual para descalificarla y hacerla perder.

“Pasé de ser una joven promesa a una lesbiana, ese estigma lo arrastras toda tu vida. Hoy incluso paso a tribuna y me identifican como la homosexual, antes que cómo la politóloga”, comenta.

Uranga reconoce los cambios que ha habido en el DF sobre el reconocimiento de los derechos de los homosexuales, pero alerta de las varias realidades en México. Asegura que hay sociedades al interior de la República en las que “desclosetarse”, representa un gran riesgo.

Subraya que este miedo se focaliza principalmente en el sector femenino, puesto que, dice, el disfrute y placer sexual nunca es cuestionado en los hombres, aún sean gays.

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