Reportaje:
El País de España.
Parece ser que no debe de haber motivo de preocupación porque un par de docenas de hombres -también hay alguna mujer- armados con pistolas al cinto entren en el restaurante Fuddruckers de Annandale (Virginia, 40 minutos en coche desde Washington, con buen tráfico). Sólo están ejerciendo un derecho, que no es únicamente el de reunirse -en este caso, para salir a cenar, donde les plazca y con quien gusten-, sino el de portar armas, como establece la segunda enmienda de la Constitución de Estados Unidos.
Otro grupo se pasará a tomar un café a media tarde por el Starbucks que hay cerca de la comisaría de policía de esa misma localidad virginiana. También irán armados, en su mayoría con revólveres Smith & Wesson o semiautomáticas Glock. Todos ellos buscaban provocar y lo están consiguiendo. El debate legal y político sobre las armas está en un segundo plano. Acaba de entrar en escena un hombre -o mujer- corriente, que se come una hamburguesa o toma café, armado con un 38, eso sí.
Van armados allá donde vayan. Están orgullosos de hacerlo y mostrarlo; esta última es la acción clave. Bajo la consigna de que "un derecho que no se ejerce es un derecho que se pierde", algunos ciudadanos de este país -el que aportó al lenguaje mundial la expresión ley del Oeste- han decidido desafiar a la sociedad y salir a la calle armados. ¿Por qué? Porque pueden y quieren seguir pudiendo. Porque se lo permite la ley. El objetivo es convertir en algo normal la presencia de armas; conseguir que las pistolas pasen tan inadvertidas como el iPod que se engancha en el bolsillo de la cazadora o el teléfono móvil que se pega a la oreja. Omnipresencia, ésa es la palabra que se busca implantar asociada a las armas de fuego, que un revólver sea algo definitorio en una persona, no excluyente.
Mike Stollenwerk, cofundador de la organización OpenCarry, asegura que "ha llegado el momento de que los portadores de armas salgan del armario en Estados Unidos". Stollenwerk -antiguo teniente del Ejército; hoy estudiante de derecho en Georgetown- y su compañero de armas, John Pierce, forman parte de la campaña que desde hace unos meses están poniendo en práctica los defensores y usuarios de las pistolas. "Yo llevo armas en público desde hace casi 10 años y nunca he tenido un problema", explica Stollenwerk. "Si alguna vez me han impedido entrar en algún local, siempre ha habido otro que me ha franqueado la entrada".
Cuando el primer presidente negro de Estados Unidos juró su cargo hace ya más de un año, el lobby que defiende las armas de fuego se sintió amenazado, se puso en alerta y encendió todas sus alarmas. El sentir general y el temor particular de los más fanáticos fue que Barack Obama les despojaría de sus bebés (como llaman muchos de los consultados a sus pistolas) y de su munición. Así que comenzó la campaña de dejarse ver, por si a alguien se le había olvidado que tener armas es un derecho constitucional y llevarlas visiblemente en público es legal en 43 Estados de la Unión (sobre un total de 50).
Sin embargo, no se ha legislado en contra. Ha sucedido más bien todo lo contrario. No sólo Obama ha mantenido un sepulcral silencio sobre el polémico tema, sino que muchos Estados han expandido los derechos de los usuarios de armas de fuego.
Por ejemplo:
- En Indiana, las empresas ya no pueden prohibir que los empleados tengan armas en su lugar de trabajo.
- En Virginia se ha aprobado una ley que permite que se lleven armas sin que tengan que estar a la vista en bares y restaurantes que sirven alcohol. Son las llamadas concealed weapons, las armas escondidas o tapadas, por las que la NRA (Asociación Nacional del Rifle, en sus siglas en inglés) lucha a cara de perro con las legislaturas estatales. Ya lo dijo el fallecido Charlton Heston, actor y presidente de la NRA: "El rebaño está más seguro si los lobos no pueden distinguir entre quiénes son leones y quiénes corderos".
- En Tennessee se permiten pistolas en campos de deporte y parques infantiles.
Si es legal ir armado, también lo es que un establecimiento use la prerrogativa de impedir el acceso a su local a cualquier persona que vaya armada. Ése ha sido el caso de algunas cadenas, como California Pizza Kitchen o Peet's Coffee and Tea. No es el caso del omnipresente Starbucks, que con cerca de 17.000 cafeterías en todo el mundo está permitiendo en EE UU que sus clientes vayan armados mientras degustan un frappuccino o se deleitan con un café latte. La consabida pregunta del camarero de un Starbucks al cliente que se va a gastar tres euros en un café de si desea single or double shot -café doble o sencillo, usando shot, disparo, como argot para la cantidad de café que se sirve- ya no es tan inocente cuando en varias mesas hay quien lleva munición para resistir un asalto.
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