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"¿Miedo a morir? Ninguno. Soy un hombre". El soldado Oghamir estrena uniforme de combate y se cubre con un casco que no tiene un rasguño. A sus 20 años está a punto de embarcarse para la provincia sureña de Helmand, donde unos 15.000 soldados, con estadounidenses y británicos en la punta de lanza, libran una batalla que se quiere ejemplar contra los talibanes. De ese contingente, unos 5.000 son afganos, la vanguardia de un Ejército en proceso de formación que Kabul y la comunidad internacional quieren elevar a 171.600 integrantes antes de octubre de 2011.
Elegido al azar entre otros 400 soldados que ultiman su preparación en el Centro de Instrucción Militar de Kabul (CIMK), un gigantesco campamento de 22.000 hectáreas en las afueras de la capital afgana, Oghamir podría pasar por un combatiente modelo que ha absorbido la consigna que recibe al visitante a la llegada al desértico páramo: "La unidad comienza aquí". Lo que es mucho decir en un país tan fragmentado.
"Me he enrolado en el Ejército porque quiero apoyar al Gobierno y al país", explica Oghamir, que confiesa como segunda razón de su elección la paga: 160 dólares al mes en estos cinco pasados en el campamento, que se incrementarán hasta superar los 200 cuando esté en su destino. "Es el primer dinero que gano en mi vida y lo mando a casa, para mis padres y hermanos". Del enemigo que va a combatir tiene someras nociones: "Barba larga, un turbante... Son los talibanes y sabemos que están armados. Quieren destruir el país. Vienen de Pakistán". La comunidad internacional se embarcó en enero, en la conferencia de Londres sobre Afganistán, en el proyecto de dotar al país de unas fuerzas de seguridad de 305.600 miembros (171.600 soldados y 134.000 policías).
El objetivo último es crear las condiciones que permitan a finales de 2011 planificar el repliegue de los soldados occidentales dado que para entonces y con esas cifras la seguridad del país se debería poder dejar en manos de los propios afganos.
Los centros de formación de policía y soldados en Afganistán están en plena efervescencia y la demanda desborda a la capacidad de satisfacerla. La formación para este llamado periodo de transición recae en la OTAN, que debe proporcionar los 2.325 instructores requeridos. De ellos sólo hay sobre el terreno 424, lo que deja un déficit de 1.901. Los distintos Gobiernos han comprometido 815, pero aun así faltan 1.086 instructores. Un coronel británico, que pide el anonimato, clama por el cumplimiento de las promesas. "Necesitamos más preparadores de la OTAN. Sé que la opinión pública tiene reservas, pero se les puede colocar en lugares seguros, sin riesgo para su integridad".
A su lado, la coronel estadounidense Pamela Hoyt, que en el Pentágono trabaja en la elaboración del mayor presupuesto de defensa del mundo, asegura que la misión de formar los soldados y policías afganos cuesta 1.000 millones de dólares mensuales (unos 730 millones de euros), cifra que incluye la formación, equipamiento y salarios de los reclutas, junto al coste de los instructores. Es una cantidad que se financia a través de un fondo con participación de Japón, la UE y otros, aunque el coronel británico vuelva a poner sordina a los sedicentes esfuerzos de la comunidad internacional: "Lo cierto es que esta operación está financiada en su mayor parte por Estados Unidos".
El nuevo Ejército está concebido como uno nacional que refleje en su composición y en sus unidades la diversidad étnica de Afganistán, a razón de un 44% de pastunes, 31% de tayikos, 11% de hazaras, 9% de uzbekos y un 5% de otros grupos. Es una consigna que se ve lastrada por otros datos demográficos: tasas de analfabetismo del 75%, mosaico de lenguas y feroz fidelidad al grupo étnico y tribal, atravesado todo por una tasa de abandono del 25% en el Ejército y del 20% en la policía.
Los sureños pastunes, semillero de los talibanes, no se suman al proyecto nacional. "Apenas el 5% de los reclutas pastunes vienen del sur, aunque llegan del norte y del este", confía un instructor. "Es un problema". Otro revela que la instrucción se hace en las dos lenguas mayoritarias del país (dari y pastún) y si hace falta se recurre a intérpretes improvisados. Para los policías analfabetos se emplean manuales con ilustraciones.
Pese a la disposición del soldado Oghamir, el teniente coronel francés Jean Claude Delétraz, un responsable de formación de los nuevos militares, admite que "el objetivo es tan alto en cifras y tan rápido, que cantidad se antepone a calidad". El general Mohamad Zaher Azimi, portavoz del Ministerio de Defensa, dice: "Necesitamos cuatro o cinco años más" antes de que los occidentales puedan irse.
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