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El nombre de Casablanca milita en las grandes ligas del arte y de la historia mundiales. Del arte, porque en las listas de las mejores películas suele ocupar el primer puesto la cinta que lleva el nombre de esta ciudad de Marruecos y en la que Humphrey Bogart llega a la cumbre de la actuación en el celuloide.
Y en la historia de la humanidad porque allí se realizó en 1943 la trascendental reunión entre Roosevelt y Churchill, en la que se decidió la invasión del Día D a Europa. Los servicios secretos de Hitler fueron engañados y creyeron que esta se llevaría a cabo en la Casa Blanca de Washington y no en la Casablanca, de Marruecos.
Un viaje a este país debe comenzar en Casablanca y terminar en Marraquech. País de ensueño por la belleza de las dunas del desierto del Sahara, sobre las que parece caminar El Principito de Saint Exupèry, por la belleza de la desolación de los valles áridos y el contraste con el verdor de los oasis, por las construcciones llamadas kasbas que nos trasladan a 'Las Mil y Una Noches', por la esbeltez de las mezquitas y el esplendor de los palacios.
Todo esto, unido a la amabilidad de los habitantes, hacen de Marruecos un país que debe figurar en la lista de los más exigentes viajeros (no turistas) al lado de Egipto, Grecia, Turquía, India y China.
Mi primera visita en Casablanca fue a su mezquita, el segundo templo de oración más grande del mundo, después de la mezquita de La Meca; otros dicen que ocupa el primer lugar. En su interior caben 25.000 personas y en la explanada exterior, 80 mil. La mezquita ocupa 20 mil metros cuadrados y en su construcción trabajaron 35 mil artesanos. El minarete alcanza 200 metros de altura y en su cima un rayo láser apunta hacia La Meca y se puede ver desde 30 kilómetros de distancia.
Casablanca es una mezcla acertada de lo tradicional morisco y de lo moderno, este último estilo representado en el art deco de los años 20 y 30 del siglo pasado, obra de los arquitectos franceses que llevó el mariscal Lyautey, que representó al gobierno francés durante el Protectorado, desde 1912 hasta 1956.
La medina, así llamada en las ciudades árabes, es la parte antigua de la ciudad, típica y hermosa con sus calles estrechas, sus miles de negocios de artesanías, alfombras y souvenires. Recorrerla es, para los occidentales, como vivir en ambientes de película o trasladarse a épocas remotas.
En la avenida principal visito el más célebre restaurante de la ciudad vieja. Se llama La Brasserie du Petit Poucet. Se convirtió en mi lugar favorito para tomar un café y hacer mis anotaciones de viaje. Había una razón poderosa para ello. En los años 20 el aviador poeta, Saint - Exupèry, solía venir a este lugar en cuyas paredes se conservan varias cartas originales que el autor de El Principito escribió al dueño del lugar agradeciéndole su hospitalidad.
No deja de ser curioso el nombre castellano en una ciudad marroquí. Los primitivos habitantes de la ciudad se resistían a convertirse al Islam y, cuando lo hicieron, para celebrarlo decidieron cambiarle el nombre y la llamaron Der-al Baida (Casa de la Blanca). El patrón de los pescadores, Allal el-Qairawani, tenía una hija llamada Lalla-Baida (la princesa blanca).
A partir de 1781, cuando se comenzó a exportar trigo de Marruecos a España, el nombre de Casablanca hizo carrera y así quedó bautizada la ciudad, que es la capital comercial y financiera del país y su principal puerto.
Marruecos es un país que vive del petróleo, de los fosfatos, de la agricultura (aceite de oliva), del turismo y de la pesca. Visitar el viejo puerto con los pesqueros pintados de vivos colores es un deleite para el visitante y una tentación para las cámaras fotográficas; el paseo se prolonga luego por la Cornisa, de varios kilómetros, que es una avenida que bordea el mar y ofrece a los turistas desde establecimientos de talasoterapia hasta restaurantes y miradores.
Fui a conocer el Café Marcel Cerdan, que era frecuentado por el boxeador nacido en Casablanca del cual tomó el nombre y que fue campeón mundial en 1948. En las paredes numerosas fotografías recuerdan al deportista. Los amantes del arte y de la arquitectura suelen recorrer despacio y con buena letra el Boulevard Mohammed V. Este rey fue el padre de Hassán II y el artífice de la independencia de Marruecos en l956. Encontré al menos 20 fotógrafos durante mi estancia en Casablanca, recorriendo esta avenida, deteniéndose frente a los bellos edificios del Art Nouveau o del art deco que se extienden a lo largo de la calle. Todo un museo arquitectónico al aire libre.
Como recuerdos del Protectorado francés quedan la monumental iglesia de Nuestra Señora de Lourdes, para el culto católico, y la estatua del mariscal Lyautey, uno de los grandes de Francia y que dejó mejor recuerdo en esta tierra, no así los comisionados franceses que lo sucedieron en el cargo.
La estatua se encuentra en el jardín del consulado francés. La iglesia tiene 800 metros cuadrados de vidrieras realizadas por un maestro de Chartres. Termino mi visita a la cuarta ciudad más grande de África visitando el morabito de un santo protector de la ciudad, que se encuentra en una colina y domina un pequeño cementerio.
Sidi Beliuth, disgustado por la falta de religiosidad de los hombres, se hizo sacar los ojos y vivió en una ermita en un bosque rodeado de animales salvajes. Las fieras, se dice, custodiaron sus restos hasta que obtuvo sepultura. El santo recibe también el nombre de Abu Luyut, que quiere decir el padre de los leones. Allí mana una fuente y los que beben de esa agua regresan a Casablanca. Yo bebí de la fuente y espero mi regreso a esta fabulosa ciudad.
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