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Una madre, ex combatiente de la guerra civil de El Salvador, y dos hijos se reunirían después de 13 años de haberse perdido. Pero el encuentro no sería feliz; tampoco cinematográfico.
La primera vez que esta mujer sintió una punzada en el estómago fue cuando supo que su esposo y padre de sus hijos, Juan Antonio, había sido asesinado en una batalla contra la Fuerza Armada de El Salvador. La segunda fue al enterarse de que sus hijos, Juan Alberto y Claudio Emilio, habían sido “robados” por Juan José, un compañero del frente.
María Delia Cornejo los buscaba por el mundo, mientras ellos hacían lo mismo, con la salvedad de que los dos varones la procuraban para saldar cuentas y reclamarle su abandono.
Eso fue lo que hicieron una tarde del año 2000 en el aeropuerto de Houston, cuando fríos, sin caricias de por medio y con tres ramos de flores en las manos, la saludaron para después decirle… “te imaginábamos más vieja, y no te perdonaremos tu abandono”.
En la escena, ahí en el aeropuerto, también estaba Juan José, el padrastro de los jóvenes, un hombre que buscó a María Delia durante más de una década, hasta encontrarla en El Salvador.
Fue en 1982 cuando se vieron por última vez, nunca tuvieron una relación afectiva; eran sólo compañeros. Juan José le había jurado a su amigo Juan Antonio que siempre cuidaría de sus hijos.
Se dice que la buscaba porque tenía una deuda moral con ella. Se dice también que se llevó a los niños, a los hijos de María Delia, para protegerlos de su madre, de la guerra civil y de la organización, además de cumplir con aquella promesa hecha a su amigo, ahora muerto.
La vida de María Delia fue muy distinta a la de muchas jóvenes de su edad. A los 13 años ya estaba incorporada en la guerra civil de El Salvador; a los 20 años ya era madre de dos niños varones. Fue radista en el puesto de mando y andaba por las montañas como especialista en interceptar, escuchar y decodificar las comunicaciones de la Fuerza Armada.
“Ese hombre, que en aquel entonces también era compañero del frente y estaba casado, se robó a mis hijos, se los llevó sin mi autorización. Después supe que se los llevó a Estados Unidos y los adoptó: viven en Washington”, dice.
“Es verdad que yo estaba en la montaña en combate, pero regresaría. Cuando bajé de la zona norte del país, ellos, los tres, ya no estaban en la casa donde los había dejado. Mis hijos tenían 8 y 10 años, respectivamente. La gente decía que Juan José se los había llevado para protegerlos de mí, de mis motivaciones políticas y de la organización, que era la misma a la que él y mi marido pertenecían”, agrega.
María Delia es la antepenúltima de 15 hijos y actualmente se desempeña como activista y directora del programa Salud y No Violencia, Las Melidas, en El Salvador, una organización feminista comprometida con la lucha reivindicativa e intereses de las mujeres.
María Delia también perdió a su madre mientras estaba en el frente, y se enteró un año después del hecho, lo cual, a su decir, es otra de las “culpas” que tuvo que trabajar con la técnica del sicodrama, que asegura fue lo que la devolvió a la vida.
Esta mujer recuerda que tuvo que ir al registro civil para pedir copias de las actas de nacimiento de sus hijos, pues por un momento incluso pensó que no los había engendrado. Mientras fue diputada en la asamblea legislativa de su país, continuó con la búsqueda de sus hijos.
Un encuentro desafortunado
El boleto hacia Houston lo pagaron los hijos. María Delia recibió un mes de vacaciones en su trabajo para el reencuentro, y las sensaciones parecían encontradas: quería verlos, pero tenía pánico de volar; pánico a los aviones.
María Delia superó el miedo al vuelo, y lo que esperaba fuera un encuentro incluso amoroso se convirtió en un campo de batalla, esta vez hecho de reproches, sobre todo de un bando.
— ¿Por qué diste prioridad a la guerrilla antes que a nosotros? —Preguntaba el hijo mayor a su madre.
— ¿Por qué nos abandonaste? No te perdonaré. Te necesité cuando niño, no ahora que ya soy un hombre —aseguraba el menor de los hijos de María Delia.
— Pretendo que se encuentren y hablen, decía el padrastro de Tito y Milo (así les decía su mamá cuando eran pequeños).
Su estancia en Houston con sus hijos resultó finalmente lamentable. Ellos no le llamaban en todo el día. Preferían no verla argumentando exceso de trabajo, razón por la cual María Delia decidió regresar dos días después de su llegada, sin avisarles. Hoy, sólo se comunica vía correo electrónico con su hijo mayor, ingeniero de 32 años, Claudio Emilio, sicólogo. Él evita todo contacto con ella. En tanto, Juan Alberto le envía fotos de su hijo (nieto de María Delia), pero prefiere no regresar a El Salvador ni conocer a nadie de su familia.
María Delia dice que volvería a hacer su vida exactamente como la hizo en el pasado, pues asegura que no fue ella quien provocó una guerra civil en su país, ni quien provocó 75 mil muertos y desaparecidos.
“Lo que más me disgusta de toda esta historia es que el padre de mis hijos, el que murió en la batalla, es el único héroe de la película… En todo caso, si yo hubiera muerto en el frente quizá también hubiera sido la heroína, y no la villana”, pero sobreviví. María Delia cree que aquella guerra valió la pena, pero que nunca más debe repetirse. Vive en El Salvador, con el tercero de sus hijos, un joven de 25 años.
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