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Con el reciente “boom” en el hallazgo de planetas fuera de nuestro Sistema solar (la larga lista de los llamados exoplanetas suma 429 y no deja de crecer), ahora la gran incógnita para los científicos es determinar si en algunos de ellos hay condiciones propicias para sostener la vida. ¿Cómo saberlo? La respuesta reside en la búsqueda remota de trazos de elementos relacionados con la actividad vital, tales como el oxígeno, el ozono o el metano.
Tras el lanzamiento del telescopio espacial Kepler de la NASA (marzo de 2009) y el satélite COROT (2006), de la Agencia Espacial Europea, el catálogo de exoplanetas no sólo ha aumentado prácticamente cada semana: la búsqueda también se ha refinado, pues permitirá detectar no sólo a gigantescos planetas rocosos o de hielo (lo cual se facilita por su gran tamaño), sino otros más pequeños, parecidos al nuestro.
Pero determinar si algunos de esos mundos son habitables requiere un gran trabajo por parte de los científicos, pues para emerger, la vida como la conocemos necesita ciertas condiciones: elementos como carbono, nitrógeno y oxígeno, una fuente permanente de energía (que en nuestro sistema provee el Sol) además de una sustancia líquida disolvente universal como el agua, que facilite las reacciones químicas orgánicas.
También se requiere de una atmósfera que no sea predominante como en los mundos gaseosos y que al mismo tiempo pueda mantener el calor recibido de su estrella. Así, aunque el Universo es vasto y algunos expertos postulan que la vida podría surgir en entornos como las nubes interestelares de gas y polvo, las condiciones antes mencionadas hacen mucho más probable que la búsqueda de materia viva resulte fructífera en la superficie de un planeta relativamente pequeño como nuestra Tierra.
“Cuando los científicos hablamos de planetas como la Tierra nos referimos a los que tienen un tamaño similar, a los que abarcan más o menos desde una hasta 10 masas terrestres. Lo que buscamos en realidad son mundos rocosos y que tengan una atmósfera, aunque esto no significa que estén habitados, pues no es lo mismo habitado que habitable”, explica la doctora en Ciencias, Física y astrobióloga, Antígona Segura Peralta.
“Lo que nos van a dar esos instrumentos como COROT, Kepler y Darwin (una flotilla de naves dotadas con telescopios infrarrojos que la Agencia Espacial Europea prevé poner en órbita en años venideros) es justamente la posibilidad de ver planetas tan grandes en radio como la Tierra, pero el siguiente paso es ver si serán habitables o no”, precisa la investigadora del Instituto de Ciencias Nucleares (ICN) de la UNAM.
Bioseñales extraterrestres
Además de tener una atmósfera, un exoplaneta candidato a alojar vida debe estar dentro de la llamada zona de habitabilidad. Ésta es la región donde el mismo puede alojar agua líquida, a una distancia ni muy cercana a su “sol” (en cuyo caso el líquido se evaporaría) ni tampoco muy lejana (pues se congelaría).
Según detalla Segura, apoyados en el análisis de luz, los modernos equipos hurgan las estrellas para determinar su tamaño, cuánta energía emiten, si tienen planetas a su alrededor y a qué distancia se hallan. Con esos datos, posteriormente podrá saberse si alguno de los mundos detectados está a la distancia apropiada para tener agua líquida superficial y por lo tanto es un buen “candidato" .
“Cuando tengamos la lista de planetas potencialmente habitables, podrá construirse una nueva generación de instrumentos que giren alrededor de la Tierra para buscar indicios de vida en ellos”, dice la científica. Esta tarea, que será completada hasta dentro de 10 o 15 años, implicará colectar directamente la luz procedente de los mismos y analizarla en diferentes “colores” o longitudes de onda para así saber su composición química.
“Un planeta habitable tendría, en principio, agua y dióxido de carbono. Mientras que uno habitado contendría compuestos que llamamos bioseñales, que sólo pueden ser generados por seres vivos, como las bacterias aquí en la Tierra”, comenta la investigadora del ICN. Entre los elementos están el oxígeno, el metano y el ozono, que se forma por la interacción del primero con la radiación solar.
El oxígeno no es detectable en forma remota con instrumentos como los espectroscopios, que analizan patrones de luz, mientras que el ozono sí. Por ello, asegura el doctor Rafael Navarro González, también del ICN, “si encontráramos ozono en las atmósferas de otros planetas, podríamos tener evidencia de actividad biológica, pues no hay ningún otro proceso que lo forme a niveles altos”.
Otra forma de detectar vida, dice Navarro, es buscar microorganismos como las bacteria metanógenas, que en presencia del hidrógeno convierten el dióxido de carbono (CO2) en metano, reacción química con la cual obtienen energía y pueden mantenerse. Otros organismos emiten también amoniaco, óxido nitroso u otros gases.
“Estudiando este tipo de gases lograremos descifrar si los planetas tienen o no vida. Desafortunadamente, con las técnicas hoy empleadas no podremos saber si esa vida es muy simple, de tipo microbiano, muy avanzada e inclusive inteligente como la nuestra”, asegura el titular del Laboratorio de Química de Plasmas y Estudios Planetarios e impulsor de la colonización de Marte.
También en nuestro vecindario
Pero la búsqueda no tiene por qué dirigirse exclusivamente a los rincones más lejanos de la galaxia, ya que en nuestro vecindario cercano, el Sistema Solar, también podrían existir condiciones adecuadas para la vida, aunque ya no a nivel superficial. Tal podría ser el caso de Europa, una de las lunas de Júpiter cuyo suelo está cubierto por una capa de entre uno y 10 kilómetros de hielo y que aloja agua líquida en las profundidades.
Tras el descubrimiento de ventilas hidrotermales (flujos de agua caliente ricos en minerales en el fondo del océano terrestre) en los años 70, comenta Navarro, se ha sugerido que las mismas podrían estar asociadas con la formación de los ingredientes precursores e incluso con el origen de la vida. De manera que si esto es correcto, el proceso podría esperarse también en ambientes submarinos de otros cuerpos celestes.
“Tenemos dos tesis. Una considera que la atmósfera juega un papel importante en el surgimiento de la vida en el océano y la otra postula que no importa cuál sea la composición química, los ingredientes surgen del fondo marino. Esta controversia no la podremos resolver pronto, pero sí podremos descubrirlo al explorar nuestro Sistema solar”, dice el científico universitario.
En este escenario, asegura el experto, “si encontramos vida en Europa podremos dar peso a la teoría de que la misma puede surgir solamente con la presencia de bacterias en el fondo marino, sin necesidad de una atmósfera”.
Pero para averiguarlo se requiere diseñar, construir y enviar sondas espaciales que puedan tomar muestras de esos compuestos y traerlas a la Tierra.
“Efectivamente, podemos tener otro tipo de habitabilidad en Europa o incluso una aún más extraña en Titán (una de las lunas de Saturno), donde hay una química orgánica muy rica y el líquido predominante es el metano en vez del agua. Ahí no tenemos idea del tipo de vida que podríamos encontrar y por lo pronto, debido a nuestras grandes limitaciones tecnológicas, tenemos que ceñirnos a buscar la habitabilidad superficial”, dice Antígona Segura.
“Creemos que en el caso de planetas que estuvieran en la zona habitable, por lo menos uno de cada 10 podría tener las condiciones para que surgiera la vida”, asegura el doctor Navarro. La pregunta sigue en el aire o mejor dicho, en el espacio, pero muy pronto tendremos nuevas claves de este enigma.
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