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Cuando hace apenas siete meses el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, aseguraba que China y su país se encargarían de “moldear el siglo XXI”, mucho se habló del inicio de una nueva era de entendimiento histórico entre ambas potencias.
Hoy, el diálogo entre Washington y Beijing pasa por uno de sus peores momentos y las promesas de acercamiento que nacieron con el inicio de la era Obama se han descarrilado en medio de la peor recesión económica de los últimos 70 años y de un ambiente de efervescencia política en China.
Ambos gobiernos se preparan para un pulso del que difícilmente podrán cantar victoria. En la lista de “afrentas” que China considera imperdonables, la peor la encabeza el tratamiento de excepción que Estados Unidos sigue concediendo al Dalai Lama, el líder espiritual del Tíbet que esta misma semana fue recibido en la Casa Blanca por el mandatario, a pesar de las protestas de Beijing.
Pero, además, el gobierno chino está molesto por la reciente venta de armamento a Taiwán por un total de 6 mil millones de dólares.
¿Por qué la visita del Dalai Lama ha desatado en esta ocasión una reacción tan encolerizada de Beijing, teniendo en cuenta que en 2007 la administración de George W. Bush fue más lejos, al concederle la medalla honorífica del Congreso al líder tibetano?
Para la mayoría de los analistas y expertos en las siempre sinuosas relaciones de Washington y Beijing, la explicación a los exabruptos diplomáticos sólo puede entenderse a contraluz del complicado escenario que enfrentan en estos momentos ambas potencias.
El efecto Fang-Shou
Pero para otros, la actual crisis es simple y llanamente una consecuencia del denominado efecto Fang-Shou, es decir, como se conoce en China al habitual reacomodo de fuerzas y contradicciones que se han venido produciendo cada 30 años en la República Comunista desde su fundación, hace más de 60 años, y en el que, casi siempre, un paso hacia adelante implica dos pasos hacia atrás.
“En este momento es muy difícil que China y EU puedan alcanzar un acuerdo importante sobre asuntos estratégicos para ambos países”, declaró a The New York Times Yan Xuetong, de la Universidad de Tsinghua, en alusión al escaso margen que la crisis económica ha dejado a los gobiernos de ambas naciones para poder pactar y sentar las bases de una nueva alianza.
En otras palabras, la visita del Dalai Lama ha sido la gota que ha derramado el vaso y las relaciones bilaterales pasan por un difícil momento de transición.
Cuando el presidente Obama habló en julio pasado de la necesidad de que China y EU se adaptaran no sólo al nuevo entorno global —económico, político, medioambiental—, sino a interactuar bajo una nueva lógica del poder, recurrió a una analogía deportiva.
“Como hubiera dicho Yao Ming (el más famoso jugador de basquetbol chino): no importa si uno es el jugador más nuevo o el más viejo del equipo; siempre se necesita tiempo para que unos se adapten a los otros”, aseguró.
Hoy, es evidente que la voluntad y la capacidad de ambos jugadores para adaptarse a las nuevas reglas del juego, han sido saboteadas por el tiempo y por las circunstancias.
“Estamos atravesando por las peores circunstancias desde 1989-92”, han reconocido algunos de los más importantes ejecutivos de empresas estadounidenses que manufacturan toneladas de productos en China o que dependen en buena medida de sus exportaciones hacia ese país y que se quejan del creciente proteccionismo o de la política monetaria de Beijing que ha mantenido al renminbi o yuan chino bajo una devaluación constante de entre el 25 y el 40%.
“Pero los problemas de China no sólo vienen de su relación con sus socios comerciales, sino también desde dentro, donde las manifestaciones y actos de violencia para exigir la autonomía del Tíbet o las crecientes protestas de campesinos que han sido desplazados ante el avance de la industria y la contaminación han creado serias presiones sobre un gobierno que es incapaz de generar nuevos puestos de trabajo”, consideró Robert J. Barnett, de la Universidad de Columbia.
En este escenario, la posibilidad de contar con un régimen comunista complaciente frente a las exigencias y peticiones de Washington en los frentes comercial, político, monetario, medioambiental y de derechos humanos, es casi imposible. Sobre todo, porque más allá de los roces diplomáticos, el régimen de Beijing está convencido de que las actuales inclemencias de la economía internacional han dejado en evidencia que su modelo es mejor que el de EU.
Por ello, mientras persistan “los actuales problemas en el frente económico y en el comercial, tendremos un año muy complicado (frente a China)”, aseguró Kenneth G. Lieberthal, de Brookings Institution, al vaticinar un “creciente proteccionismo chino, pero también estadounidense, conforme se acerquen las elecciones intermedias de noviembre próximo en Estados Unidos.
Hasta entonces, China y EU estarán condenadas a protagonizar una complicada danza de desencuentro a la que podría suceder o una ruidosa ruptura, o una melosa reconciliación.
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