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viernes, 30 de octubre de 2009

El martirio de Peshawar.

Noticia:


La vida ha llegado a un punto muerto para Rubina Ajmal desde que el miércoles un coche explotó junto a un mercado de la ciudad de Peshawar lleno de mujeres que compraban ropa y cosméticos y acabó con la vida de más de 100 personas.

Serán pocas las paquistaníes que se atrevan a salir de casa en las próximas semanas, por lo que Rubina, de 35 años, ha tenido que cerrar su salón de belleza, la única fuente de ingresos que tenía desde que su marido murió en un accidente de coche, hace tres años.

“Todo el mundo está asustado en esta ciudad, nadie sabe dónde o cuándo detonará la próxima bomba”, explica. “No tiene sentido dejar la tienda abierta cuando no va a venir ningún cliente”.

Los mercados, parques y restaurantes de Peshawar, capital de la provincia paquistaní de la Frontera Noroeste, quedaron desiertos a principios de mes, cuando los talibanes prometieron vengarse por la ofensiva militar contra su feudo de Waziristán Sur, una zona montañosa cerca de la frontera con Afganistán. Los únicos negocios que florecen ahora en Peshawar son las funerarias y las farmacias, según comentan sus habitantes con sarcasmo. Cerca de 170 personas han muerto y centenares han resultado heridas en los peores cuatro atentados de octubre.

Muchas compañías aéreas han dejado de volar a la localidad, que en otro tiempo fue conocida como “la ciudad de las flores”. Los periodistas son los únicos occidentales que se atreven a viajar a la convulsa zona. Parece que los talibanes están logrando infundir miedo en la población, mientras que el gobierno paquistaní tendrá difícil proclamar su victoria en Waziristán Sur, al menos en los próximos dos meses. Los talibanes no tienen capacidad para imponerse al Ejército de 600 mil efectivos de un país que además posee armas nucleares, pero han logrado paralizar parcialmente la vida de las grandes ciudades paquistaníes atacando lugares significativos como cuarteles militares, academias de policía, universidades y lugares de negocios.

La situación en la capital, Islamabad, no es tan mala como en Peshawar, pero la ciudad parece estar en estado de sitio. Fuerzas de seguridad armadas hasta los dientes patrullan las calles y largas colas de vehículos esperan en puestos de control instalados en casi todas las avenidas. Algo parecido ocurre en Lahore, la ciudad de la cultura, con más de siete millones de habitantes. El número de espectadores en cines y teatros ha caído hasta un 80%, explica el presidente de la asociación de exhibidores de películas, Jahanzaib, Baig, al diario The News Daily. “Teniendo en cuenta que los talibanes desaprueban cualquier actividad cultural, incluidas las películas, la danza o cualquier otra forma de actuación, la gente asume que podrían atacar cines y teatros”, asegura. En las pequeñas ciudades repartidas por todo el país también se percibe miedo y ansiedad, explica el rotativo liberal Dawn en un editorial. “Todo lo que sabe la gente es que hay un oscuro enemigo dentro del país capaz de golpear a su antojo”.

Ayesha Siddiqa, una experta en defensa, cree que las tácticas de los talibanes podrían complicar los esfuerzos que hace el gobierno de Paquistán en contra del terrorismo. “Por el momento la mayoría de los paquistaníes apoyan las acciones en contra de las milicias, pero los ataques sostenidos probablemente dividirán a la opinión pública, especialmente por los medios que describen continuamente esta situación como el coste de la alianza de Paquistán con Estados Unidos”, explica Siddiqa. La muerte y destrucción podrían llevar a la población civil a cuestionar la utilidad de operaciones militares contra los talibanes.

Pero el miedo podría provocar también la reacción contraria. Siddiqa cree que la escalada de atentados talibanes aislará a éstos en las comunidades en las que operan.

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