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Pocas horas antes de la conferencia de prensa en la que tratará de convencer a la nación de su proyecto de reforma sanitaria, Barack Obama intentó persuadir al primer ministro de Irak, Nuri al Maliki, de la necesidad de reformas políticas en busca de la reconciliación nacional en su país. No es fácil decidir cuál de las dos misiones es más ambiciosa y complicada, pero la primera, al menos, se ve más cercana.
La reconciliación política en Irak, que requiere de una serie de medidas y leyes que abarcan desde la distribución de los beneficios del petróleo hasta el reparto del poder entre las distintas etnias y confesiones religiosas, es un asunto pendiente desde el comienzo de la guerra y no hay todavía perspectivas de una solución inmediata. Pero, como Obama le hizo saber ayer a Maliki, ese objetivo se ha convertido ahora en la máxima prioridad de la Administración norteamericana en Irak.
"Irak será más seguro y más exitoso si construye una sociedad en la quepan todos", chiíes y suníes, árabes y kurdos, declaró el presidente norteamericano. Washington entiende que ya no hay excusas que lo impidan. Es más, el Pentágono considera que, si no se hace pronto, el país regresará inevitablemente a la violencia y, probablemente, a una guerra civil. Después de seis años de conflicto, las deudas pendientes entre las distintas comunidades son muy altas, y las alianzas generadas en los últimos tiempos, demasiado frágiles para garantizar una paz duradera.
Obama actúa, pues, movido por un alto sentimiento de urgencia para evitar que Irak vuelva a ser un foco de preocupación constante y prioritaria de su política exterior.
La Administración norteamericana cree, además, que éste es un momento ideal para emprender las reformas políticas que den estabilidad al país. Las tropas estadounidenses ?menores en número, sólo 130.000 ahora? se retiraron el 30 de junio de las ciudades, dejando de ser un actor visible de los acontecimientos iraquíes. El país es, por tanto, más soberano de lo que ha sido en mucho tiempo y dispone del mayor margen de maniobra respecto a Washington que ha tenido desde la invasión de 2003.
A eso se suma el hecho de que, por primera vez también, dispone de un líder político fuerte con posibilidades ciertas de unificar el país en torno a un Gobierno creíble y con autoridad sobre todo el territorio.
La visita, ayer, de Maliki al Despacho Oval fue, seguramente, la primera de un gobernante iraquí digno de ese nombre, no la de un gobernador de provincia que venía a recibir instrucciones o la de una simple figura decorativa sin respaldo ni representación en su propio país. Maliki reúne esas dos condiciones y lo ha demostrado en Washington negociando en nombre de todos los iraquíes. "No permitiremos el resurgimiento del sectarismo", afirmó. "Trabajamos en un plan nacional en el que todos los hijos de Irak sean iguales".
Maliki dijo que su Gobierno sigue interesado en una vinculación estratégica con EE UU, pero que este país tendrá que cumplir con los acuerdos que prevén la retirada de las tropas de combate dentro de un año, y del resto de los soldados para finales de 2011. El primer ministro iraquí garantizó que su Ejército está "altamente capacitado" para asumir la tarea que le corresponde a partir de ahora.
Mailiki ha venido a defender los intereses de su nación como nadie lo ha hecho antes. Primero, en Naciones Unidas, pidiendo a los cinco miembros del Consejo de Seguridad de la ONU con derecho de veto que pongan fin a las sanciones impuestas a Irak tras la primera guerra del Golfo, que le obligan, entre otras cosas, a compensar a Kuwait con el 5% de sus beneficios del petróleo. Después, en Washington, pidiendo a los empresarios norteamericanos que inviertan en Irak.
El primer ministro iraquí recibe en EE UU el tratamiento que se reserva a las grandes estrellas: conferencia de prensa en la Casa Blanca, cuatro días de estancia y entrevistas con todas las personalidades políticas.
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