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En la mesa de aluminio reposa el cadáver de una mujer, la etiqueta que cuelga de una de sus extremidades dice que se llamó F.N.I. 315/08. Nadie ha reclamado su cuerpo. En el trozo del desierto de Chihuahua donde la encontraron no había identificaciones ni rastro para localizar a sus familiares. Su rostro se ha transformado, luce acartonado y negruzco, ya no expide olores, su cuerpo está momificado. El único que la mira es el odontólogo Alejandro Hernández Cárdenas, quien con delicadeza la coloca en una especie de sarcófago lleno de “la sustancia” que dará al mundo una nueva técnica de investigación forense y criminalística.
Ella duerme tranquila para siempre, su muerte engrosa el número de feminicidios en Ciudad Juárez, Chihuahua.
El científico está en condiciones de garantizar una técnica innovadora de rehidratación para resolver investigaciones criminalísticas a un bajo costo, recuperando rasgos como huellas digitales, cicatrices, lunares, tatuajes, perforaciones, estrías y hasta enfermedades patológicas como infartos al miocardio, todo lo que contribuya a resolver homicidios, accidentales o muertes naturales.
Bajo esa técnica ha identificado más de 70 hombres y mujeres con la idea de evitar que su destino final fuera la fosa común. En esos casos los familiares pudieron reconocerlos, la autoridad pudo actuar y en el menor de los casos los victimarios purgan en la cárcel la consecuencia de sus actos.
Casi dos años después del hallazgo químico el profesor de estomatología forense de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, ha iniciado los trámites para patentar “la sustancia”.
“No soy egoísta, no busco lucrar con ello, ni un beneficio económico. Sólo proteger la autoría y contribuir a que en otras partes del país se pueda utilizar esta técnica”, dice en la conversación.
Alejandro Hernández Cárdenas es odontólogo de profesión con una especialidad en forense. Por la experiencia acumulada que logró hasta entonces con una maestría en esa misma especialidad y por su labor como voluntario en la Cruz Roja en el área jurídica, la Procuraduría de la entidad le pidió sumarse como odontólogo al grupo del Servicio Médico Forense (Semefo).
Métodos funerarios
Una vez incorporado al Servicio Forense, el especialista fue asignado, junto con una antropóloga, a reorganizar los restos óseos que se encontraban acumulados en esas instalaciones.
El Equipo Argentino de Antropología Forense, encargado de identificar a las víctimas de la dictadura en aquel país, trabajó en Chihuahua en 2005 y documentó que partes de los restos de las mujeres se encontraron dispersos desde el año 2003. “Los restos humanos se encontraban apilados, cuerpos sin cráneo o tórax, dedos, manos y extremidades sueltas”, testificaron los especialistas.
“Nuestro trabajo era individualizar los cuerpos para ver si se podían identificar con pruebas de genómica. Pero era difícil trabajar, puesto que la mayoría estaban momificados. A mí me llamó la atención, algo había que hacer para que no fueran a parar a la fosa común”, relata el científico Alejandro Hernández.
La momificación de los cuerpos se debe a las características de orografía y clima de la región, por ubicarse en una cuenca denominada endorreica, eso es que el agua de lluvia que no encuentra salida por ríos hacia el mar tiende a infiltrarse o evaporarse, con lo que contribuye a la concentración de sales.
Las características de ese terreno seco, los suelos salinos y el tipo de arena provocan que los cuerpos humanos que son depositados y abandonados entre las dunas tiendan a momificarse.
En el laboratorio de antropología, Alejandro Hernández Cárdenas decidió aplicar las técnicas funerarias, de conservación y embalsamiento de cuerpos, con el fin de que al exponerlos a los químicos como formol, asociados a glicerina, alcohol, fenol, timol, arsénico, cloruro de sodio, cloruro de zinc, sulfato de potasio, hidrato de cloral, ácido acético, bicarbonato de sodio, acetona, entre otras, para lograr que el tejido momificado volviera a su textura, flexibilidad y color de “cadáver fresco”.
“En ese entonces sólo tenía el permiso para hacer la investigación, pero no los materiales. Me daban los químicos, pero ese tiempo me la pasaba comiendo Gerber para obtener los frascos y poder meter, principalmente, dedos. En cada uno de ellos había una fórmula modificada para lograr la rehidratación”.
Un trabajo cotidiano
“Todo era una loquera mía. Tenía frascos con dedos por todos lados. Todos los días los revisaba... Pero un día llegué y vi que uno era completamente diferente a los otros. Saque el dedo y vi que estaba hidratado. Tenían características de un cadáver fresco”.
“Mi reacción fue enojarme. Fui directo al grupo que trabajaba en el mismo laboratorio y les empecé a reclamar por lo que yo creía que era una broma. Uno de ellos me dijo, no profesor, nosotros no nos metemos en sus cosas”.
“Regresé a mi archivo, saqué la foto que había puesto tres meses antes. Tomé una nueva foto para compararla. Lo había logrado. Revisé las notas. Tenía la fórmula exacta que había empleado y el tiempo de reposo”.
Luego inició el proceso de comprobación, hacer ese mismo ejercicio. Pasaron otros tres meses. El reto fue reducir el tiempo de rehidratación. Hoy un dedo reposa en el líquido de tres a 10 días.
Habían transcurrido dos años de muchos fracasos, el investigador se dedicaba a diseñar recipientes, a reducir el tiempo de exposición de dedos en la sustancia y sacar huellas digitales que servían a la Procuraduría Estatal en las investigaciones de feminicidios, homicidios y desaparición de personas.
Un día durante una exhumación de restos de personas, en medio de uno los desiertos que rodean a Juárez, una de las antropólogas llamó la atención del científico: “Venga, creo que junto a estos restos (óseos) hay algo que parece piel”.
Al llegar al laboratorio se pudo comprobar que era piel. La evidencia se colocó dentro de un recipiente que fue herméticamente encerrado con un líquido cristalino, transparente. El efecto fue el mismo que con los dedos, recupero su aspecto “normal cadavérico”.
El trabajo se hizo cotidiano con dedos, manos y brazos. Hasta el 2 de mayo de 2008, cuando se localizó en el poblado de Praxedis G. Guerrero, del estado de Chihuahua, el cuerpo de una mujer. Dos meses transcurrieron entre trámites para que le otorgaran al científico los permisos necesarios para someter el cuerpo completo de esa mujer de nombre F.N.I. 315/08 al tratamiento de su sustancia.
También se realizó el diseño de un sarcófago o recipiente de 2 metros de largo, 1.20 metros de ancho y un metro de alto. El cual tiene una tapa que le permite hacer un cierre hermético y al vacío.
Mejora criminalística
El 1 de julio inició el procedimiento de rehidratación en un cuerpo completo. Primero se limpió el cuerpo con agua, para retirar tierra, basura y otros contaminantes ambientales. Se tomaron pruebas de sedimentos de sangre, se extrajeron algunos huesos, piezas dentales y muestras para obtener un perfil genético, puesto que la exposición a “la sustancia” altera la composición de la víctima.
La putrefacción impide que haya olores penetrantes, ya que pasó el tiempo de descomposición. Regularmente la rehidratación ocurre con cuerpos de uno a dos años que lograron su acartonamiento, están duros.
El trato fue cuidadoso. F.N.I. 315/08 fue tomada con cuidado hasta llevarla al gran sarcófago. Poco a poco se fueron colocando litros y litros de “la sustancia” cristalina, mientras el laboratorio se concentró del olor a fuertes químicos que eran manipulados con todo cuidado, no por su peligrosidad, sino para no alterar el cuerpo de la víctima.
Conforme pasaron las horas el líquido se fue pintando hasta absorber el café y negruzco que había adquirido la mujer. Tan sólo tres días después se tenían huellas digitales; al sumar cinco días su rostro había recuperado los rasgos faciales que permitió tomarle fotos y hacer un retrato hablado, con el cual la Procuraduría pudo advertir —a través de los medios de comunicación— a la población para dar con el paradero de los familiares.
Ocho días después F.N.I. 315/08 había recuperado sus características. Como si acabara de fallecer: lunares, manchas de la piel, cicatrices traumáticas y quirúrgicas, pero también moretones, huellas de mordeduras del victimario.
“Supe que unas personas de fuera de Ciudad Juárez reconocieron a la mujer. Nunca supe cómo se llamaba porque no acostumbro a darle seguimiento. Esto lo tomo como una medida de protección —en la ciudad más violenta del país—, pero también por salud y respeto a las víctimas. Mi interés es meramente científico”, explica Alejandro Hernández.
Luego, Hernández Cárdenas diseñó una sustancia adicional —también en trámite de patentarse— para que una vez que se logra la rehidratación el cadáver se pueda conservar por un tiempo adicional hasta que se realizan las investigaciones en órganos vitales —los cuales también se rehidratan— como corazón, hígado o estómago.
Mientras las pruebas de perfil genético no han logrado rebajar su costo de entre 3 mil y 4 mil pesos, la rehidratación de cuerpos enteros apenas rebasa los mil 500 pesos. Si sólo se necesita obtener las huellas digitales dentro de un proceso de homicidio “es realmente barato”, de 25 a 50 pesos, detalla el forense.
Con el incremento de la violencia en Ciudad Juárez que no distingue sexos, el trabajo del científico cambió la tendencia. Ahora son más los hombres que mujeres los que tiene que identificar.
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