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Tras los amagos del presidente depuesto de Honduras, Manuel Zelaya, de regresar a su país por la frontera con Nicaragua, las Fuerzas Armadas hondureñas anunciaron ayer su respaldo a "una salida negociada en el marco del Acuerdo de San José", auspiciado por el presidente de Costa Rica, Óscar Arias, que prevé la restitución de Zelaya con ciertas condiciones. En un escueto comunicado publicado en su sitio de internet, el Ejército reiteró su "subordinación a la autoridad civil" y el respeto a la Constitución.
El Gobierno de hecho de Honduras, encabezado por Roberto Micheletti, está sometiendo la propuesta de Arias a las diferentes instituciones hondureñas.
Simultáneamente, el jefe del Estado Mayor de Honduras, general Romeo Vásquez, declaró a una emisora de su país que las Fuerzas Armadas no dispararán contra los seguidores de Zelaya que se han trasladado hasta la frontera. Vásquez dijo que se está actuando "con profesionalismo" y anunció que estudia demandar por calumnias a Zelaya, que le acusa de querer asesinarlo.
El hombre encargado de expulsar al presidente del país el pasado 28 de junio insistió en que no ha habido un golpe de Estado, que la destitución se realizó de acuerdo con la Constitución y que el Ejército se limitó a "cumplir órdenes".
Un ministro que acompaña al presidente depuesto en Nicaragua declaró a este diario que el comunicado de las Fuerzas Armadas es "un primer paso en el camino correcto", pero dijo que no confiaban en el Ejército hondureño, al que acusó de preparar el secuestro del mandatario. "Sabemos el modus operandi para capturarlo. Sería secuestrado en una zona de la frontera, donde tienen escondidas a tropas especializadas en operaciones nocturnas", dijo el funcionario, que pidió el anonimato. "También nos han informado de francotiradores en árboles y torres de comunicación".
Pero hasta este domingo, Zelaya seguía a salvo en las montañas del norte de Nicaragua. Está hospedado en un pequeño hotel de la pequeña ciudad de Ocotal (a 226 kilómetros de Managua), en la zona cafetalera del país. Según sus allegados, Zelaya se acuesta a las tres de la mañana, se levanta a las ocho, hace ejercicios en su habitación, toma un desayuno de frutas y avena y luego comienza una jornada de reuniones con los funcionarios que lo acompañan en Nicaragua, entre ellos el ministro de Exteriores venezolano, Nicolás Maduro. También atiende llamadas de líderes latinoamericanos (el sábado habló con el brasileño Luiz Inácio Lula Da Silva, el paraguayo Fernando Lugo y el mexicano Felipe Calderón).
Por la tarde viaja hasta la zona fronteriza, donde anima a sus simpatizantes que cruzan la frontera, donde se han desplegado unos 3.000 militares y policías y se ha decretado el toque de queda. Zelaya prometió a sus partidarios abrir un campamento en la frontera "para organizar la resistencia", pero muchos de esos seguidores ya están cansados. Pasan hambre, viven en albergues improvisados en Ocotal y temen represalias si regresan a su país.
Los incidentes entre partidarios de Zelaya y fuerzas de seguridad siguen registrándose en el país. Ayer, durante el funeral de Pedro Magdiel, el joven muerto el viernes junto a la frontera de Nicaragua, dos policías fueron retenidos y zarandeados por un grupo de seguidores del presidente depuesto. Uno de los asistentes al sepelio volcó e incendió el coche en que los agentes, de la brigada de Investigación Criminal, llegaron al cementerio de El Durazno, informa Efe. También en Tegucigalpa, una bomba explotó en la sede del Sindicato de la Industria de la Bebida, que exige la restitución de Zelaya y participa en las movilizaciones a su favor. La explosión sólo causó escasos daños materiales, según Efe.
El mandatario tiene previsto viajar en las próximas horas a Estados Unidos, que ha criticado con dureza, al igual que buena parte de la comunidad internacional, su presencia en la frontera. La secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, tachó la estrategia de "irresponsable". La Unión Europea instó ayer a las partes a "evitar provocaciones".
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