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martes, 20 de octubre de 2009

Obama condiciona su estrategia a la formación de un Gobierno estable.

Noticia:


Crecientemente escéptico sobre las posibilidades de una normalización política en Afganistán, Barack Obama ha tenido que aplazar el anuncio sobre la estrategia a seguir en ese país y cualquier decisión sobre un aumento del número de tropas hasta que se resuelva el conflicto generado por el fraude detectado en las últimas elecciones presidenciales.

El recuento hecho público ayer por los observadores de Naciones Unidas, que da al presidente Hamid Karzai un 48,3% de los votos y obligaría, por tanto, a la celebración de una segunda vuelta electoral, ha venido a confirmar las peores sospechas de Washington y a dar la razón a quienes recomiendan al presidente sacar los pies de Afganistán o, al menos, no profundizar la guerra.

Obama tiene ahora más motivos que nunca para ponderar su próximo paso. "No veo cómo el presidente va a poder tomar una decisión sobre el envío de más tropas o incluso sobre el cumplimiento de la misión que hoy tenemos sin la instalación de un Gobierno adecuado", declaró el domingo el jefe de Gabinete de la Casa Blanca, Rahm Emanuel.

Emanuel asumió así la posición manifestada por un alto emisario norteamericano a Afganistán, el presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, John Kerry, quien ayer regresó a Kabul para discutir una salida a la crisis política existente en ese país y que previamente había advertido que "sería una irresponsabilidad enviar más tropas sin contar con un verdadero socio en el Gobierno" afgano.

El jefe militar en Afganistán, general Stanley McChrystal, ha recomendado un refuerzo de al menos 40.000 soldados para revertir sobre el terreno la ventaja que han tomado los talibanes. McChrystal cuenta con el apoyo de su superior, el general David Petraeus, y de los principales responsables del Partido Republicano. En contra está el vicepresidente, Joe Biden, que representa a la tendencia dominante tanto en la base demócrata como entre los congresistas de ese partido.

Las noticias de ayer complican enormemente un debate que se había envenenado para Obama en las últimas semanas. Después de cinco reuniones monográficas, y una más convocada para esta semana, con sus máximos asesores de seguridad, el presidente estaba apremiado a tomar una decisión. Sus dudas comenzaban a hacerse irritantes mientras los soldados estadounidenses seguían muriendo en Afganistán y los talibanes fortalecían su posición. Las últimas novedades del proceso electoral en Afganistán no aconsejan acelerar esa decisión, sino demorarla aún más. Sin un Gobierno fuerte y creíble en ese país -similar al que en su día surgió en Irak-, el riesgo de una vietnamización del conflicto se agudiza y la tentación de alejarse, probablemente también.

Para la opinión pública está cada día más claro que esa guerra no merece la pena ni se puede ganar. Un 52% de la población, según una encuesta publicada ayer por la cadena CNN, cree que Afganistán es otro Vietnam, un 59% se muestra en contra de enviar más tropas y un 68% considera improbable o imposible la formación de un Gobierno estable.

Para la Administración, en cambio, esto no es tan fácil como recoger los bártulos e irse. De momento, y mientras se resuelven las dudas, el secretario de Defensa, Robert Gates, salió ayer de viaje hacia Japón y Europa para ofrecer garantías de que Estados Unidos sigue involucrado en el destino de Afganistán. Washington intenta evitar que la difícil situación política creada sea usada como excusa para la estampida de las fuerzas aliadas, que ya tenían antes poco interés en seguir allí.

Obama se juega mucho en esta apuesta y va a meditar bien qué hacer. Hay, no obstante, en el horizonte una fecha que le acucia: su viaje a China y Japón a mediados de noviembre. Obama no quiere llegar allí sin una decisión tomada, tanto por la debilidad que eso reflejaría como por la diversión que supondría en una agenda cargada de asuntos relevantes.

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