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Llegaron desde distintos puntos del país. Con las mismas consignas y pancartas que asomaron por primera vez en la primavera del 2006. Pero, en esta ocasión, con un renovado sentido de impaciencia, enojo y urgencia que los convirtió en un soliviantado ejército de indocumentados cansados de esperar, tocando a las puertas mismas de la Casa Blanca y del Capitolio.
Bajo un cielo despejado, una multitud de hombres y mujeres de piel cobriza —madres empujando carritos de bebé, religiosos de todas las confesiones y un ejército de jóvenes estudiantes exigiendo en sus camisetas el fin de las redadas y la separación de familias—, marchó en favor de una reforma migratoria.
Eran poco más de 150 mil personas, una mínima porción de la base demográfica y electoral que hace poco más de un año facilitaba la victoria de Barack Obama y que ayer tomó por asalto la capital para exigirle cuentas por sus promesas incumplidas:
“¡Barack Obama, basta de bla, bla, bla, queremos reforma migratoria ya, ya, ya!”, coreaban los manifestantes mientras algunos de sus líderes trataban de reducir unas expectativas difíciles de contener y que ya comienzan a convertirse en caldo de cultivo para la realización de protestas en las calles y la desobediencia civil.
“Si el proceso legislativo no ofrece frutos o si se estanca, no nos quedará más remedio que salir de nuevo y llevar esta lucha a las calles, a través de marchas en todo el país para desenmascarar a este sistema que sigue permitiendo explotación, que sigue sin hacer nada mientras se divide y destruye una familia cuando uno o varios de sus miembros son detenidos y deportados”, dijo el congresista por Illinois, Luis Gutiérrez, mientras un grupo de periodistas lo acosaban con preguntas incómodas sobre el futuro de la reforma migratoria.
El arribo de Gutiérrez, mientras entre 150 y 200 mil manifestantes terminaban de llegar y se compactaban sobre el Mall —ese inmenso corredor que va desde el Capitolio hasta el monumento a Lincoln y que ha sido mudo testigo de todas las marchas a favor de los derechos civiles en EU—, marcó así el inicio de un acto de fe en los compromisos y en la voluntad política de la presidencia de Barack Obama frente a la comunidad inmigrante.
“Nosotros creemos en la palabra y en la voluntad política del presidente Obama. El problema es que una reforma migratoria no sólo depende del presidente, sino del Congreso. Por eso necesitamos de congresistas con mucho valor para impulsar una iniciativa este mismo verano”, consideró Arturo Vargas, director ejecutivo del Fondo Educativo de la Asociación Nacional de Funcionarios Latinos Electos y Nombrados (NALEO).
Los argumentos en favor de una reforma migratoria, que los líderes comunitarios, sindicalistas, religiosos y políticos defendieron desde el podio, se convirtieron en un discurso reiterativo que los asistentes escucharon entre muestras de incredulidad y de entusiasmo contenido.
“Haré todo lo que esté en mi poder”
En un reclamo que, a fuerza de repetirse, se ha convertido en consigna desgastada, mientras las redadas y deportaciones prosiguen en distintos puntos del país y mientras el Congreso sigue sin dar muestras de voluntad para hacer realidad una reforma migratoria justa y comprensiva.
En medio este ambiente de expectación y de credibilidad a la baja, hizo entonces su aparición el presidente Barack Obama, quien a través de una intervención videograbada consiguió capturar la atención de todos los asistentes desde las pantallas gigantes instaladas a los lados del templete para los oradores.
“Haré todo lo que esté en mi poder para conseguir este mismo año un consenso bipartidista sobre una reforma migratoria”, dijo el presidente Obama mientras la multitud le aplaudía a rabiar, en un acto que algunos interpretaron como una prórroga de la voluntad popular, concedida al hombre que hace tan sólo dos años se comprometía a conseguir una reforma migratoria durante su primer año gobierno y que ayer logró un nuevo plazo.
“Nos han ignorado por mucho tiempo. La clase política querría que nunca saliéramos de nuestros armarios. Pero esta movilización ha vuelto a demostrar que si el presidente y el Congreso no nos toman en cuenta, volveremos a tomar las calles”, dijo Angélica Salas, de la Coalición Pro Derechos Humanos del Inmigrante en Los Ángeles (CHIRLA).
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