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martes, 17 de marzo de 2009

De virreyes y tartas con hojas de coca.

Análisis:

El País de España.


A principios de esta década hubo en Bolivia un embajador de Estados Unidos tan poderoso que era conocido como el Virrey. Las fiestas en la embajada para celebrar el 4 de julio eran muy concurridas; allí iban los políticos para rendirle pleitesía al Virrey. Algunos días antes de las elecciones de 2002, el Virrey sintió que tenía la autoridad suficiente para entrometerse en los asuntos internos del país, y llamó a la población a no votar por Evo Morales, el candidato que según él quería que Bolivia volviera "a ser un exportador de cocaína importante". Evo no ganó ese año -el triunfo fue de Sánchez de Lozada-, pero el Virrey tampoco: incluso los partidos políticos alineados a Estados Unidos debieron sacar comunicados reprochando la intromisión.

El error de Manuel Rocha -así se llamaba ese embajador- recuerda al de Braden, el secretario asistente del Departamento de Estado que hacia 1946 intentó influir para que los argentinos no votaran a Perón (el resultado obvio fue el triunfo de Perón, gracias a una campaña nacionalista bajo el eslogan Braden o Perón). Es larga la historia de la injerencia estadounidense en los asuntos internos de América Latina, y no tan larga la del rechazo orgulloso a esa injerencia. En Bolivia, los excesos de Rocha fueron un parteaguas. La llegada de Evo radicalizó el descontento hacia Estados Unidos, sobre todo debido a su política intransigente de ayuda económica a cambio de la erradicación de los cultivos de la hoja de coca (planta que el partido de Evo ha defendido como símbolo fundamental de la cultura andina).

Hacia enero de 2006, el día de la fiesta en el palacio presidencial con motivo de su juramento como presidente, Evo se dio el lujo de hacer colocar, en medio del salón principal, una enorme tarta decorada con hojas de coca. El embajador de Estados Unidos debió salir corriendo del palacio para evitar que lo fotografiaran al lado de la tarta.

Desde entonces, las relaciones entre ambos países no han hecho más que empeorar. En junio del año pasado los cocaleros de la región del Chapare expulsaron a USAID (agencia estadounidense de cooperación), y poco después, en septiembre, Evo expulsó nada menos que al embajador; ahora, es el turno de que la DEA (agencia antidroga estadounidense) se vaya del país.

Es cierto que Bolivia necesitaba una política exterior que no fuera servil a Estados Unidos, pero no es menos cierto que, gracias al camino emprendido por Evo, los industriales bolivianos pierden mercados, y el país se queda sin un apoyo logístico vital en la lucha contra las drogas. Evo se ha anotado una gran victoria simbólica en el corto plazo; a la larga, sin embargo, Bolivia pierde mucho más que el imperio.


Comentario:

Es la poca inteligencia que muestran algunos personajes políticos.


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