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François Mitterrand lo advirtió hace años: “Ojo con Bayrou. Una persona que supera con fuerza de voluntad una tartamudez puede llegar muy lejos”. François Bayrou, de 57 años, ex ministro de Educación desde 1993 a 1997 y presidente del centrista Modem (Movimiento Democrático) se ha convertido en el (voluntario) protagonista de una campaña para las elecciones europeas en Francia a base de escalar en los sondeos a costa de los socialistas.
En la encuesta publicada por Le Monde el 28 de mayo, el Partido Socialista francés (PS) se situaba por debajo de la simbólica barrera del 20%. Este porcentaje se ha convertido para los socialistas en una obsesión. No en vano, una de las preguntas recurrentes que deben afrontar los atribulados candidatos del PS cuando dan entrevistas es la inevitable: “¿Bajar del 20% sería un desastre?”.
En ese mismo sondeo se advertía que así como el PS bajaba, el Modem de Bayrou subía, alcanzando el 14%. El partido de Nicolas Sarkozy, la UMP, se instalaba en un confortable primer lugar, con el 26%.
Ayer, un segundo sondeo aparecido también en Le Monde indicaba un pequeño pero significativo cambio: el PS superaba el abismo del 20% y el Modem de Bayrou perdía un escalón para colocarse en el 13%.
Lo reseñable es que esta campaña electoral la inició el propio Bayrou, antiguo profesor de literatura, cuando, haciendo gala de un sentido de la estrategia, de la oportunidad y del momento, publicó un libro titulado Abuso de poder, dedicado enteramente a Sarkozy. En él, el líder del Modem acuñaba un término que ha gozado de cierto éxito mediático: la egocracia. La palabra designa la, a juicio de Bayrou, manera omnipresente, omnipotente, obsesiva y personal que tiene Sarkozy de ejercer el poder, ninguneando al Parlamento y a su propio Gobierno.
Es decir: Bayrou golpea a la derecha y recoge a la izquierda. El ex primer secretario del PS, François Hollande, lo expresó de otra manera: “Bayrou dejó de ser de derecha pero no se ha vuelto de izquierda”. Y Rachida Dati, ministra de Justicia y candidata a las elecciones europeas por la UMP, de otra: “Él se considera el mejor dirigente de los opositores, pero yo creo que es simplemente el mejor de los socialistas”. Bayrou considera que el hecho de haberse convertido en el foco de la campaña (acaparando invectivas de uno y otro lado) sin ser ni siquiera candidato al Europarlamento es debido a que se está cambiando la relación de fuerzas de los principales partidos y que éstos “zumban como abejas”, según manifestó a Libération. Poco después dejó claro que la campaña no es sino una escala en su intento de asaltar la presidencia de la República en las elecciones de 2012. “Ésa es la gran cita del pueblo francés”, explica.
No es el único que lo piensa. Sólo el 43% de los franceses se interesa por las elecciones europeas. A ello contribuye, tal vez, la falta de emoción. A pesar de la crisis y de que la popularidad de Sarkozy no ha dejado de caer desde que abandonó la presidencia europea, en enero, su partido, a juzgar por todos los sondeos, ganará sin ninguna dificultad.
En el lado opuesto, el PS coquetea con el ya citado “desastre” de la barrera del 20%. El partido aún se resiente del desgarrador congreso de Reims, celebrado hace seis meses, en el que Martine Aubry se erigió como primera secretaria por un puñado de votos frente a Ségolène Royal. El PS se dividió por la mitad y las dos mujeres personificaron, con sus odios personales y su desprecio recíproco, el antagonismo de las corrientes que desangraban la formación.
Esta semana, Aubry y Royal, en un intento de frenar la caída y dar imagen de unidad, compartieron la tribuna de un mitin en Rezé (Loire-Atlantique). Por primera vez en seis meses, aparecían juntas y sonrientes. “Somos mujeres y socialistas. Así que las dos sabemos cerrar filas cuando es necesario”, resumió Aubry, para quien estas elecciones son un auténtico examen.
Antes de empezar su discurso, la actual líder del socialismo francés regaló a Royal una estatuilla que representaba una mujer levantada. Aludía al último libro de la ex candidata presidencial, titulado Mujer en pie. Algunos maliciosos vieron en el gesto un rasgo de humor negro, porque en el libro Royal recordaba las zancadillas que sufrió por parte de sus compañeros socialistas rivales en el congreso que perdió.
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