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domingo, 10 de mayo de 2009

El drama de las niñas-madres.

Noticia:


Pelonas, mutiladas, las muñecas de Monserrat yacen por el patio de tierra de su casa, entre ladrillos rotos, trozos de manguera, piedras y moscas. Ella las ha cambiado por otra diversión obligada: juega con Marisol, disfrazándola de princesa, haciéndole peinados y, sentadas en la calle, torteando gorditas de lodo. Por ser mayor, da las órdenes, hace que vende las gorditas y guarda las ganancias. Ríen mucho, y lloran cuando no se ponen de acuerdo. Ambas tienen la mirada profunda y fuerte el carácter. Podrían ser hermanas, pero son madre e hija, aunque se llevan 10 años.

Monserrat fue violada a los 9 años, por un vecino de 54. Al quedar embarazada, tuvo que abandonar el cuarto año de primaria, para finalmente dar a luz, con 10 años cumplidos, a Marisol. Desde entonces afronta la experiencia de la maternidad, siendo ella misma una niña, y el estigma de su comunidad.

Rodeada de pobreza, en una atmósfera dominada por el deprimente olor a hez porcina, vive con su familia en una casa prestada. Elisa, su madre y a quien hizo abuela a los 24 años, es el pilar económico de un techo que se sostiene sobre ladrillos rotos y la esperanza atávica de que cada día algo habrá para comer.

Son originarias de Jaral del Progreso, municipio de Guanajuato, un estado donde son comunes los embarazos entre niñas y adolescentes: en el último lustro, según el censo Nacidos Vivos Registrados 2000-2007, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), mil 300 menores de 14 años dieron a luz.

Estas cifras tienen su expresión en la mentalidad. “Mi mamá ya estaba grande cuando me tuvo, ya tenía 16”, refiere Elisa, madre de Monserrat, a la cual a su vez ella parió cuando tenía 14 años. Y bueno, “he sido mamá desde chiquita, porque me sacaron de la escuela cuando estaba en segundo de primaria y me pusieron a cuidar a mis hermanitos, por eso no se me ha hecho pesado cuidar niños toda mi vida; al mismo tiempo he cuidado a Marisol y a Cristóbal” –su hijo menor, tres meses más pequeño que su nieta.

Hay identificadas consecuencias en la salud física y emocional de las menores, así como en sus relaciones humanas. La sicóloga Fabiola Sánchez, de la organización Vida y Familia, advierte que existen riesgos médicos asociados al embarazo de niñas y adolescentes, como hipertensión arterial, anemia y bajo peso del bebé al nacer, que pueden elevar la tasa de morbimortalidad materna y la mortalidad infantil.

Sin embargo, precisa, los de mayor repercusión se hallan en su esfera personal y social, porque ellas tienen que asumir el reto que implica el rol de madre, enfrentarse a obligaciones para las cuales no estaban preparadas, como el cuidado, la atención y la educación de un hijo, en una etapa de su vida en la que no se ha consolidado su formación y desarrollo. “Hemos observado que las niñas y jovencitas sufren una crisis sicológica muy fuerte durante el embarazo, en el parto y cuando ya tienen al bebé en sus brazos, porque no alcanzan a comprender lo que les está pasando, se saltan varias etapas de su proceso de vida y eso ya no tiene vuelta atrás”.

En las estadísticas de natalidad del INEGI hasta 2000 se contabilizaban embarazos entre adolescentes de 15 a 19 años. Después de ese año la institución cuantifica a menores de 14 años. Entrevistas telefónicas con personal de los sistemas para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) de diversos estados permiten saber que en los últimos nueve años este fenómeno se registra oficialmente entre menores de 13 –o menos– a 17 años, destacando el caso de Oaxaca, en cuya zona rural cada año se registran cuando menos tres casos de niñas de 10 y 11 años preñadas.

Segregadas

La cabecera de Jaral del Progreso está a hora y media de León, la segunda ciudad más importante de Guanajuato, medio escondida entre desviaciones y brechas que desembocan en una carretera dignamente transitable. Es una pequeña ciudad que en estos días de primavera se cuece a 35 grados, dejando las calles desiertas y silenciosas, alteradas apenas por el ocasional estruendo de la propaganda política desde dos polvosos vehículos que en su perifoneo avanzan como tortugas a través del desierto.

Es fácil notar que en Jaral no hay progreso y que sus calles están semidesiertas porque es la época en la que los varones emigran a Estados Unidos, regresando hacia noviembre o diciembre, si acaso. Además, la epidemia de influenza provocó que bares, congales para bailar y casi todos los restaurantes cerraran por disposición oficial.

En Pocito de Dios, una de esas calles, al borde del casco urbano, vive Monserrat con su familia, segregados por la comunidad después de que ella resultó embarazada. De aquella etapa de su vida recuerda que le daba mucha hambre y como a los siete meses empezaron a murmurar en la escuela, y en la calle la tachaban de “putita”, “loca” y “provocadora”. Elisa, su madre, dice que “la gente se dio cuenta primero que yo, de que estaba embarazada; yo creía que tenía lombrices y hasta le di un tratamiento; mi suegra fue la que me hizo que la desvistiera y le observáramos la panza; después la llevé al doctor y me dijo que ya mero se aliviaba. Ahí empezó el calvario”.

El tipo que la violó purga una condena de 11 años de prisión, aparte de haber sido sentenciado a pagar una pensión alimenticia para las dos, lo que todavía no cumple. Elisa, Monserrat y Marisol (la nieta) enfrentan todos los días más pobreza y abandono.

Ser madre o niña

Carmen fue abusada sexualmente por su padrastro a los 10 años. Desde que nació su hijo, hace un año, desertó de la primaria y no quiere estudiar, aparte de que “ni tengo dinero para comprar cuadernos, mejor lo uso para la leche y los pañales”. Vive en Ecatepec de Morelos, municipio que ocupa el primer lugar de embarazos entre niñas y adolescentes en el estado de México, y donde hasta octubre pasado se registraba el mayor número de casos de muerte materna en dicho segmento de la población. El director de Salud municipal Antonio López Armenta, informó que el programa Embarazo Saludable atiende hoy a 717 pacientes de 13 a 17 años.

Georgina fue internada en el albergue temporal de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF). En la averiguación previa a propósito de su caso se asienta que su madre notó que estaba embarazada cuando se le rompió la fuente. Tratándose de una niña de 11 años, al médico que la atendió le pareció inverosímil esto y dio aviso al Ministerio Público. La menor y su hijo fueron separadas de su familia y permanecerán en el albergue hasta que se defina judicialmente su caso.

Su sicóloga —quien solicitó mantener el anonimato por protección de los niños con los que trabaja— dice que Georgina está bajo los efectos de un shock post-traumático, en virtud de que “su vida cambió de la noche a la mañana. Dejó de ir a la escuela, vive y duerme fuera de su casa y su cama, tiene que cuidar a un bebé al que quiere y no quiere. Se encuentra bajo un estado de confusión emocional que se tiene que tratar con mucho cuidado para no lastimarla más”.

Hace un mes nació la niña de Georgina, pero todavía no decide cómo llamará a la pequeña. Tampoco ha declarado nada sobre quién es el padre. “Cuando tratamos el tema en la terapia, hasta cruza los brazos, eso en lenguaje no verbal significa que se cierra a recordar, todo eso muestra que hay una fuerte negación de su parte a hablar del tema”.

Ha expresado que extraña a su mamá. Por ratos se acuerda del bebé y va a cambiarle el pañal, sabe sus horarios de comida y aunque la mayor parte de las veces acude a darle de comer, en ocasiones lo olvida.

Como Monserrat y Carmen, Geogina no ha podido amamantar a su bebé, “dice que es doloroso”, explica la terapeuta, “pero he observado que la lactancia representa una interacción muy íntima entre la madre y el hijo, y en estos casos al principio la relación es entre cálida y fría, porque todavía no logran asimilar lo que les está pasando. Ni física ni emocional ni sicológicamente están preparadas para ser madres, son unas niñas”.


Comentario:

El Estado tiene mucho por hacer en materia de apoyo a estas jóvenes madres.

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