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Las elecciones legislativas argentinas del 28 de junio, a punto de que se abra la campaña electoral, se anuncian como una pelea muy dura. No se trata sólo de conservar mayorías parlamentarias, sino que se han convertido en una lucha directa por el poder: se trata de quitarles, o pegarle una gran tajada, al poderío de los Kirchner en los dos años de presidencia que le quedan a Cristina Fernández, y de saber quién queda situado como posible alternativa en 2011.
Peronismo disidente, que podría caracterizarse, más o menos, como un centro-derecha; el radicalismo, que se identificaría con el centro-izquierda; y el kirchnerismo, el peronismo oficialista, que representa el matrimonio Néstor y Cristina Kirchner, y que tendría un difícil encaje ideológico, son las tres corrientes que compiten en estas elecciones.
Los comicios se van a desarrollar en un escenario político en el que la gran mayoría de los argentinos cree, según el último sondeo de MRC Mori, que el segundo problema del país es la clase política (el número uno es la inseguridad) y en el que son muy pocos los políticos que llegan al aprobado: los Kirchner, por ejemplo, rondan el 50% de imagen "mala o muy mala".
La elaboración de las listas, que se cerraron a las doce de la noche del sábado, ha sido trabajosa, porque había que poner de acuerdo a multitud de personajes, pero, a falta de confirmación y a expensas del misterio alentado por Néstor Kirchner, parece que la decisiva pelea por la provincia de Buenos Aires la encabezarán el propio Kirchner, los disidentes Francisco de Narváez-Felipe Sola y los radicales Margarita Stolbizer-Ricardo Alfonsín.
El que más se juega es Kirchner, presidente del Partido Justicialista. Las encuestas indican que ha bajado en popularidad y que va a perder escaños y votos. Su posición está debilitada en las provincias de Santa Fe, Córdoba y Mendoza. Pero lo que más importa es la poderosa provincia de Buenos Aires. Ahí es, especialmente en el llamado "conurbano", el doble cinturón empobrecido de la capital, donde el oficialismo tienen que echar el resto.
La debilidad de Kirchner quedó de manifiesto en dos movimientos: adelantar los comicios, que debían celebrarse en octubre, para ganarle algunos meses a la crisis económica; y poner en marcha las polémicas candidaturas testimoniales. Se trata de personas que ocupan cargos públicos, a las que Kirchner fuerza a presentarse en su lista, aunque los interesados no ocultan que renunciarán a su escaño media hora después de conseguirlo.
Testimonial, aunque en este caso no vaya a renunciar a su escaño, es también la candidatura de la actriz Nacha Guevara, de 69 años, quien probablemente ocupe el tercer puesto en la lista de Néstor Kirchner. Guevara ha interpretado hasta hace pocos días, con formidable éxito, el musical Evita, y su imagen se confunde con la del gran mito peronista.
La campaña de los Kirchner se ha basado en la idea de yo, o el caos, con frecuentes alusiones a la crisis del 2001 y al corralito (que acabó con buena parte de los ahorros de la clase media). "O ganamos nosotros o nadie se ocupará de los pobres", aseguró la presidenta Cristina Fernández.
Un sondeo hecho público ayer por la revista Perfil indica que los ciudadanos creen que la situación del país es mala o muy mala (61%) y el 50% cree que irá todavía a peor en los próximos tres meses. Por encima, incluso, del miedo a perder el empleo o a la subida de precios, los argentinos están preocupados por lo que perciben como un fuerte aumento de la delincuencia. La corrupción, que, según muchos estudios internacionales, es uno de los grandes problemas del país, no es percibido así por los ciudadanos (8%).
La oposición parece decidida a dar la batalla en los temas económicos y de seguridad. Francisco de Narváez, que posee una gran fortuna (producto de la venta de una cadena familiar de supermercados), está seguro de que el aumento de la delincuencia es uno de los grandes asuntos en Buenos Aires y ha invertido una importante cantidad de dinero en anuncios publicitarios en televisión. Solá, a su lado, ofrece experiencia y dominio de una parte del aparato peronista, sin el que nadie cree en Argentina que se pueda gobernar.
Los radicales, por su parte, intentan recuperar la imagen del fallecido Raúl Alfonsín y su defensa del diálogo y las instituciones. El objetivo de todos ellos es el mismo una vez en el Parlamento: forzar a los Kirchner, a los que acusan de autoritarismo, a negociar la gobernación del país.
Comentario:
Entre peronismo y kirchnerismo, Argentina parece anclado en el culto a la personalidad.
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