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La policía iraní detuvo ayer a decenas de personas que se manifestaban en las calles de Teherán contra el Gobierno de Mahmud Ahmadineyad. Los agentes, según la agencia Reuters, se enfrentaron a cientos de manifestantes -la mayoría mujeres- que se concentraron en apoyo al reformista Mir Hosein Musaví en la plaza de Hafte Tir. Tras los enfrentamientos, la policía arrestó a todos aquellos que portaban pancartas en las que se podía leer "Ahmadineyad, dimisión" o "Muerte a los dictadores".
La manifestación había sido convocada para conmemorar la muerte de Neda Agha Soltan, asesinada hace un mes durante una protesta en Teherán contra el resultado de las elecciones del 12 de junio en las que se proclamó vencedor el ultraconservador Ahmadineyad. Neda se convirtió en símbolo de la resistencia contra el régimen. Ante la convocatoria, las fuerzas de seguridad y la milicia basiyí se desplegaron en todas las plazas céntricas de la capital iraní, como Vali Asar o Baharestan, para evitar las manifestaciones.
Los seguidores del líder opositor Musaví no parecen dispuestos a dar tregua al régimen. No han dejado de convocar a los iraníes para denunciar en la calle el fraude electoral. Las marchas de los reformistas, conocidos como el Movimiento Verde, denuncian como fraudulentos los comicios y atizan permanentemente la mayor revuelta popular iraní desde la Revolución Islámica de 1979.
Musaví, así como los ex presidentes Mohamed Jatamí y Alí Akbar Hashemí Rafsanyaní, han exigido la liberación de los detenidos en las protestas y no paran de advertir a la máxima autoridad iraní, el ayatolá Alí Jamenei, que la población ha perdido la confianza en el sistema y en los principios básicos de la república islámica. Jatamí incluso ha solicitado que se celebre un referéndum para dar o no legitimidad al Gobierno de Ahmadineyad.
Las declaraciones de los tres líderes iraníes han atizado el movimiento reformista en los últimos días. Incluso un clérigo del prestigio de Hosein Alí Montazeri ha criticado la intransigencia de Jamenei. Hay claramente una ruptura tanto en la cúpula política como en la religiosa que la respalda. Hay una verdadera crisis en Irán y cada cual carga con sus problemas.
La oposición carece de un liderazgo fuerte y claro. "El mayor problema para los reformistas es que todos sus dirigentes más preparados están entre rejas", opina Karim Sadjadpour, analista del Carnegie Endowment for International Peace, con sede en Washington. "Hay un gran malestar, pero de momento no hay nadie que pueda canalizar esa ira para forzar un cambio político", añade.
El régimen, por su parte, está lejos de tenerlo todo a favor. "El líder supremo ha perdido su poder de pronunciar la última palabra", explica Baqer Moin, un experto en Irán y autor de una biografía del ayatolá Jomeini. "El líder es sólo otro político que representa a los intereses de quienes lo rodean, no de todo el pueblo iraní", agrega. Desde del punto de vista ideológico, el respaldo de los pesos pesados del clero al líder político es crucial en el sistema iraní. Pero esto se ha acabado, porque la crisis ha divido a los ayatolás entre los que respaldan a Ahmadineyad y Jamenei y los que no. "Los clérigos no saben ya qué hacer, están atrapados entre la intransigencia de Jamenei y una oposición que cada vez tiene más apoyo y que exige medidas que el ayatolá Jamenei no está dispuesto a tomar", explica Moin.
La crisis ha dejado en el aire las negociaciones entre Teherán y Occidente sobre el programa nuclear iraní. Ahmadineyad, que insiste en que el desarrollo atómico es sólo para fines civiles, tiene hasta septiembre para reanudar las negociaciones nucleares con Occidente. Si no hay avances para entonces, o al menos una demostración de voluntad, el régimen se enfrenta a sanciones internacionales más duras de las que ya soporta.
El problema es que es difícil pensar que Irán puede llegar a ofrecer algo para zanjar la cuestión nuclear dentro de poco más de un mes con la crisis política que vive el país. Añadidas a la falta de interlocutor, las denuncias de Ahmadineyad y Jatamí contra la injerencia de Occidente en la revuelta alejan aún más la posibilidad de una negociación con futuro entre las potencias occidentales e Irán respecto a la proliferación nuclear.
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