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lunes, 15 de junio de 2009

“Son una minoría. No tiene valor para nuestro pueblo ni valor legal”.

Noticia:


Mahmud Ahmadineyad no defraudó a su audiencia. Sonriente, seguro de sí mismo, inició su intervención ante los periodistas con una plegaria por el pronto advenimiento del Mahdi (el Redentor de los chiíes) y dando las gracias al Altísimo por su elección. Luego aprovechó la nutrida presencia de informadores extranjeros para aleccionarnos sobre la superioridad del “modelo de democracia religiosa iraní”, sobre la democracia liberal, “que carece de ética”, y para acusar a la prensa internacional de estar “distorsionando la histórica participación en las elecciones de los iraníes”.

“Llevan 30 años haciéndolo. Creen que la democracia es buena cuando da los resultados que ellos esperan. En caso contrario, no la aceptan”, declaró tratando de legitimar el resultado con la elevada asistencia a las urnas. “El 84% de participación ha sido un logro épico que ha dado un fuerte golpe al sistema tiránico”, dijo. No explicó, sin embargo, por qué no se han proporcionado datos desglosados del voto por provincias o por qué millones de iraníes cuestionan el recuento.

“Son una minoría. No es importante. No tiene valor para nuestro pueblo ni tampoco valor legal. Si tienen alguna queja, que la presenten ante el Consejo de Guardianes antes de que concluya el plazo legal”, desestimó. Ahmadineyad acusó a los periodistas extranjeros de hablar sólo con quienes les interesa. “Es su error. Si quieren ver lo que piensan los iraníes vayan dentro de dos horas a la plaza de Val-i Asr, o haber venido hace tres días a la Universidad Sharif. Tal vez entonces cambien su punto de vista”.

Respecto a lo que el mundo puede esperar de su nuevo mandato, más de lo mismo elevado al cuadrado. “Las condiciones han cambiado respecto a hace cuatro años. Ahora tenemos una participación del 84% y 24,5 millones de votos. Nuestra posición en asuntos regionales e internacionales va a reflejarlo”, manifestó. ¿De qué manera? Quedó claro cuando se le preguntó cómo va a responder a la oferta de diálogo de Estados Unidos. “Estamos estudiando la posición que adopta respecto a las elecciones. En cuanto a la cuestión nuclear, es un asunto del pasado. Sólo estamos interesados en tratar el desarme nuclear”, zanjó.

Desestimó también un eventual ataque militar si persiste en el enriquecimiento de uranio. “¿Quién se atreve ni siquiera a pensarlo? Son sólo rumores. Ninguna potencia es capaz siquiera de amenazar a Irán”, aseguró. “Los iraníes somos poderosos. No existe la mínima posibilidad de una acción tan estúpida”.

Ese lenguaje desafiante, tan querido por el presidente iraní, suena como música celestial en los oídos de sus seguidores. A ellos parecían destinadas las soflamas nacionalistas como “nuestro país se merece un lugar en la escena internacional” o “Irán es el principal pilar de la civilización; sin Irán no se puede definir la civilización”.

En el mundo idílico de Ahmadineyad, Irán es un país “totalmente libre, en el que se respeta la ley y todos son iguales ante ella”; “las artes y la literatura florecen” y “si entre el centenar de periódicos que se publican hay dos o tres que tienen problemas, es lo normal en una nación en desarrollo y no hay que preocuparse por ello”. El presidente, que dio la impresión de ignorar la realidad de su país, prometió que durante los próximos cuatro años “Irán va a avanzar aún más y elevar su posición en el mundo y en la comunidad internacional, con un mayor desarrollo de su economía y su ciencia”. “Irán ya es una potencia política”, subrayó por si había alguna duda.

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