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sábado, 1 de noviembre de 2014

Periódicos atraviesan crisis

CIUDAD DE MÉXICO, 1 de noviembre.- La prensa estadunidense está en crisis ante el surgimiento de un “amienemigo” al que no entiende, que le permite llegar a sitios que nunca pensó y alcanzar una penetración extraordinaria, pero que también le arrebató sus ingresos por publicidad y destruyó su lucrativo negocio de avisos clasificados.
Tampoco se imaginaban que los portales que esencialmente se nutrían de lo publicado por los medios tradicionales alcanzarían un grado de independencia económica y profesional, pero al mismo tiempo que los medios impresos “pagarían el pato” a pesar de formidables intentos y experimentos para tratar de aprovechar un sospechado filón que no acaba de serlo.
De hecho, afirma un reciente reporte, “no hay derecho a un periodismo confiable, inteligente, integral. Solamente obtenemos lo que alguien provee; y si no da beneficios a alguien, probablemente no sea producido”, precisó Robert Kaiser, exredactor en jefe de The Washington Post.
Cuando en 1998 el entonces rico The Washington Post declinó invertir en una pequeña empresa llamada Google nunca pensó que pocos años después se vería como un pordiosero junto al gigante de internet que en 2013, por sí solo, recibió más publicidad que todos los medios impresos estadunidenses.
En 1983, The New York Times vendió sus derechos electrónicos a una compañía llamada Nexis-Lexis, que sólo recuperó doce años después.
Hace todavía 15 años el Washington Post y el New York Times navegaban en la cúspide de una ola económica que los hacía verse como gigantes. Pero esa época de bonanza habría de pasar pronto.
De acuerdo con el reporte de Kaiser, titulado The Bad News about the News (Las Malas Noticias sobre las Noticias) y hecho por el centro Brookings de
Washington, la publicidad en los medios impresos estadunidenses perdió casi dos terceras partes de su valor y pasó de 63.5 mil millones de dólares en 2000 a unos 23 mil millones en 2013.
En contraste, la empresa de internet Google pasó de tener 73 millones de dólares en ingresos en 2001 a la galopante cifra de 53 mil millones en 2013.
En agosto de 2013, The Wa-shington Post fue vendido al empresario Jeff Bezos, creador y presidente de Amazon, un gigante de ventas por internet, por 250 millones de dólares .
The New York Times, por su parte, anunció planes de pasar a ser sólo internet y comenzó a cobrar por el acceso completo a sus contenidos.
Paralelamente, una docena de periódicos cerró sus puertas y mientras algunos diarios, como The Christian Science Monitor dejaron de imprimir ejemplares. Otros, más especializados o “de nicho”, comoPOLITICO.COM, comenzaron a combinar multimedia, con limitadas ediciones impresas, en lo que parece una aventura exitosa.
Peor aún, de acuerdo con estadísticas, sólo una tercera parte de los estadunidenses menores de 35 años lee un periódico impreso una vez a la semana o más y el porcentaje disminuye cada año. “Una gran parte de los actuales lectores de los pocos buenos periódicos que quedan están mucho más cerca de la tumba que de la escuela preparatoria”, comentó Kaiser en el reporte de Brookings.
Cierto, la caída de la publicidad no es la única razón: “Craiglist”, una página de anuncios clasificados gratuitos, dio al traste con una de las principales fuentes de ingreso de los diarios.
Pero si no por otra cosa, las anécdotas ilustran el grado de confusión que las nuevas tecnologías han creado entre los medios tradicionales tanto como la sensación de crisis que ha acompañado al desplome de ingresos con el correspondiente efecto en empleo, recursos para operación y, algunos creen por supuesto, calidad.
De hecho, la bonanza permitía que las empresas periodísticas pusieran sus instintos por encima del interés económico, “al menos ocasionalmente”. Ahora...
Las respuestas, y las propuestas ha sido variopintas. Desde la reducción de personal y la desaparición de corresponsales en el exterior para ahorrar gastos hasta la demanda que los periodistas sean “multimedia” —manejen radio, televisión, impreso, internet— siempre por el mismo costo.
Ha habido también serias propuestas de subsidio gubernamental y el cuidadoso uso de “contenidos patrocinados” —inserciones pagadas en el lenguaje vernáculo— financiadas por empresas o grupos de interés. El hecho es, en todo caso, que los medios impresos estadunidenses enfrentan en particular una crisis económica que los pone en entredicho, a pesar de sus esfuerzos.
Pero la problemática de la prensa estadunidense en general no se queda ahí.
Originados en gran medida por el ascenso de internet y los medios de comunicación “sociales”, los problemas de la prensa tradicional que obligan a nuevas fórmulas de interacción con lectores y fuentes parecen imposibles de resolver, según los más pesimistas. Los optimistas creen simplemente que hay un cambio en las formulaciones.
“Obviamente, las nuevas tecnologías están alterando radicalmente las formas en que aprendemos, enseñamos, comunicamos y somos entretenidos”, observó Kaiser, que hizo notar el surgimiento de audiencias fragmentadas, favorecido por el surgimiento de internet y de las redes sociales, “al alentar el desarrollo de comunidades con ideas comunes, de usted y sus amigos de Facebook a seguidores de los Partidos del Té” categóricamente derechistas.
Pero el problema es serio y trasciende la parte ética. En términos reales, si hay o se buscan nuevos esquemas para financiar a los medios, se debe en gran medida a una crisis económica que llevó ya a la caída de la circulación de medios impresos, el desplome en la publicidad y un debate político que afecta a la sociedad entera, incluso la credibilidad de la prensa.
El debate en torno a la disconexión, real o no, de la prensa “corporativa” estadunidense respecto a sus lectores no es nuevo y de hecho acompañó a los medios estadunidenses durante la última década del siglo XX y que enfrentó a veces el sentido de misión de un sector de la prensa con las ideas de sus presuntos lectores.
La discusión antecede a los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 que pusieron a los medios informativos tradicionales en un entredicho, tanto por su fracaso en reflejar la creciente animosidad hacia su país como por su énfasis en temas domésticos, según se desprende del compendio El Periodismo después del Once de Septiembre de 2001, de Barbie Zellizer y Stuart Allan.
La situación “es mejor y peor al mismo tiempo”, consideró el veterano columnista político estadunidense Clarence Thomas. Antes, explicó, “todos queríamos ser el (prestigioso) New York Times y nadie el (amarillista) New York Post” mientras que en la actualidad, “sin importar qué tan maravilloso pueda ser un texto”, todos quieren obtener el mayor número de “clicks” posibles o ser consignados en 140 caracteres o menos.
Algunos creen que el golpe apenas comienza a ser absorbido, otros temen que sea un golpe mortal y muchos creen que en combinación conllevará la profesión por caminos cuestionables.
Para algunos, la severidad de la crisis abrió la puerta a nuevas ideas para buscar ingresos en formas que muchos todavía consideran incómodas, como las denuncias de revistas de derecha sobre los tours por algunos países ahora en las noticias guiados por corresponsales extranjeros de The New York Times a la aparición de “contenido patrocinado” en algunos medios.
Algunos, como Robert Waterman McChesney y John Nichols, propusieron subsidios gubernamentales directos a los medios, en su libro La Muerte y Vida del Periodismo Estadunidense, publicado en 2010.
Otros creen haber encontrado un principio de solución en el financiamiento de reportajes por grupos como el Centro de Reportajes de Investigación o “ProPublica”, o en los contenidos gratuitos distribuidos por una variedad de organizaciones de información.

Lo único seguro es que no hay todavía un consenso en torno al problema de los medios.

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