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El rostro real de la guerra que libran el Ejército mexicano y los cárteles del narcotráfico tiene una característica principal: jóvenes que promedian los 20 años.
Estos elementos forman la primera línea de batalla no sólo de las fuerzas militares sino también de las organizaciones del crimen organizado. Ellos se han convertido en los contingentes sacrificables de la lucha que ya ha cobrado la vida a 4 mil en todo el país durante 2009.
Lo único que marca la diferencia entre los soldados y los sicarios son las armas que portan.
En Michoacán, donde están puestos los reflectores por los 5 mil elementos de las fuerzas federales que han sido enviados ahí, se observa que a diario los regimientos de jóvenes lo mismo arriesgan sus vidas bajo cualquier clima, viajando en camionetas abiertas con armas en mano, haciendo recorridos ya sea en calles de ciudades o en alejados cerros donde el narcotráfico oculta sus operaciones de producción.
En un viaje que hizo EL UNIVERSAL con fuerzas castrenses partiendo de Morelia, lo primero que resaltó no fueron las armas ni el equipo que portaban, sino la edad de los soldados que hace algunos meses aún eran menores y ahora están en el “frente” comandados por oficiales y jefes que también promedian los 30 y 40 años, respectivamente.
En contraparte, en los operativos realizados por las fuerzas federales en la zona han sido detenidos jóvenes que también promedian los 20 años, ligados con el narco y en poder de arsenales, que incluyen AK-47.
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