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sábado, 14 de marzo de 2009

San Lázaro, la ciudad del fuero.

Noticia:


El Palacio Legislativo de San Lázaro, al que aspiran a llegar miles de ciudadanos para ocupar una curul por tres años, es tan grande que pocos podrían decir que conocen sus laberintos sin fin: pasillos, salas, patios, edificios, explanadas, jardines. Duermen allí dentro miles de iniciativas, pero también secretos acumulados en casi 28 años de servicio, que se pierden, como agujas en pajar, en el ir y venir de 3 mil o más visitantes en un día de acción, como en una estación del Metro.

Una vuelta perimetral al conjunto de nueve edificios significa una caminata de mil 800 metros, que delimitan el mundo de la política, del quehacer legislativo y de la burocracia local que anida en 3 mil oficinas, en las que trabajan más de 5 mil 300 empleados al servicio de esos seres investidos de fuero, que ya no levantan el dedo: el rito máximo del diputado lo sustituye un sistema electrónico de votación, un megatablero con sus 500 nombres.

Un big brother tiene bajo control el orden en San Lázaro las 24 horas del día. Nadie lo ve, pero ese “gran hermano” tiene los ojos puestos en cada persona que está allí: son 500 cámaras instaladas en accesos y que abarcan casi la totalidad de los espacios, a partir del centro de interés mayor, el salón de sesiones.

Los legisladores viven en 15.6 hectáreas las emociones del poder, las oportunidades de viajar a los confines del mundo con cargo al gasto público. Y en esa caja de resonancia política, en la que laten los dolores del país y las emergencias sociales, en torno de las curules hay un complejo sistema de apoyo del que los extraños quizá sólo perciban la presencia de algunos colaboradores o de edecanes.

Atrás está la estructura del gigante: casi 3 mil empleados sindicalizados y de confianza, dirigidos por 553 mandos medios y superiores. Además mil 800 trabajadores por honorarios, más 450 empleados de limpieza de empresas contratistas; poco más de 10 personas en promedio sirven a un diputado.

En apoyo de los legisladores hay cinco centros de estudios y una biblioteca. Un departamento lleva el diario de debates y las versiones estenográficas en papel por toneladas. La página web sola es un monstruo.

Ese Palacio Legislativo nació con un síndrome de gigantismo, de cuando México empezaba a “administrar la abundancia”, en 1981. El mismo presidente José López Portillo, en la ceremonia de Informe inaugural, sintió que la tribuna estaba demasiado alta. No veía los ojos de los ocupantes de las primeras filas. Era un recinto faraónico. Después le recortaron medio metro a ese estrado. Pero todo lo demás creció con los años.

El arquitecto Pedro Ramírez Vázquez diseñó el complejo con baños colectivos; los diputados importantes los quisieron privados. El sector popular del PRI, otrora poderoso, tuvo la gana de montar un club social con cantina y billar, o los panistas acariciaron el deseo de un spa, con regaderas y gimnasio.

San Lázaro ha sido recinto de batallas, victorias, derrotas, ambiciones, trampas de grupos parlamentarios. Ha sido el escenario de lágrimas, odio, rabia. Pero también allí, cientos de trayectorias personales se han hundido en la panza de ese mamut.

Cada año se gastan 4 mil 800 millones de pesos en los ejércitos administrativos y de apoyo parlamentario. La “activitis” marca el pulso del mamut de San Lázaro: se programan decenas de actos simultáneos (conferencias, exposiciones a los que concurren cientos de empleados y visitantes.

Un área de empleados atiende los servicios de los diputados. ¿Una visa o pasaporte? ¿Los boletos de avión para ir a casa? ¿La organización del acto que ordenó el legislador? ¿Viáticos para ir a Europa, Sudamérica?

Un consultorio médico, con una decena de especialistas, un par de ambulancias, se suman a seguros de gastos médicos mayores para el diputado y su familia, que no van al ISSSTE. Alcanzan servicio de odontólogo. Hay un celo especial para que los pagos de salario, compensaciones y demás lleguen a sus cuentas con puntualidad.

Al aparato administrativo que hace compras del tamaño del mamut, lo vigila otra burocracia, la auditoría interna. Se da mantenimiento a edificios, 15 subestaciones de energía eléctrica y 13 plantas de emergencia (tres para el salón de sesiones). Usan 30 mil luminarias; al mes reemplazan mil 500 piezas.

Funcionan 30 elevadores, 2 mil 500 pantallas del circuito cerrado de televisión, 155 “núcleos” sanitarios en los extremos de los edificios, piso por piso. La sede podría resistir un estado de sitio: tres cisternas guardan 6 millones 600 mil litros de agua potable.

Todo eso y más —museo, dos sucursales bancarias, tres restaurantes, agencias de viajes, guardería, base de bomberos— forman el palacio que está en juego en las próximas elecciones. Un paraíso llamado fuero.

Cuando se haga el reparto de curules, de manera proporcional serán distribuidos los 190 mil metros cuadrados de edificios. Habrá más superficie para la primera fuerza política, y todos ¡volverá a construir oficinas!

Para la mayoría de los diputados habrá unos 30 metros cuadrados, donde debe caber el legislador y su prole mínima de dos secretarias, dos asesores y dos auxiliares. Pero también áreas de oficinas de 150 metros cuadrados para coordinadores, o de 350 metros para las comisiones de mayor peso. En San Lázaro todo es gigante, y vale la medida de “según el sapo es la pedrada”.


Comentario:

Interesante reportaje que nos ofrece El Universal de México.

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