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viernes, 3 de octubre de 2008

México 68: la herida sigue abierta.

Noticia:


Fría, inevitable, cruel, regresa la noche. Y con ella el recuerdo. Y las preguntas sin respuesta. Y el dolor. Ahí está ya otra vez, puntual, la noche de Tlatelolco.

La plaza está vacía. Se marcharon ya quienes estuvieron ahí para apretar el puño, para soltar palabras duras, para evocar. Y se quedó el silencio. Es un silencio que estremece, que grita, que golpea en la placa de piedra en la que escrito está el poema de Rosario Castellanos: “¿Quién, quiénes? ¡Nadie! ...”

Dos de octubre. Cuarenta años después. Una jornada para conmemorar. Para exclamar cuarenta veces: “¡No se olvida!”

Temprano, en Ciudad Universitaria, José Narro Robles izó la bandera lenta, muy lentamente, hasta llegar a la mitad del asta. Redoblaron los tambores, sonaron los clarines. Luego, todos callaron. El rector no pudo ni quiso evitar que la emoción se derritiera, se hiciera lágrimas.

Y aparecieron otra vez las manos en alto, los dedos índice y medio haciendo la “V”. Ahí estaban, de los líderes de aquel movimiento, Marcelino Perelló, y Eduardo Valle, el siempre Búho. Y Daniel Cazes, Roberto Escudero. Y otros más, que fueron jóvenes, que son leyenda.

Después, el rector Narro caminó con doña Cristina Valero, la viuda de Javier Barros Sierra.

Descubrieron la placa que indica que la explanada principal de la UNAM llevará el nombre de aquél que defendió la autonomía, el que el primero de agosto de 1968 también izó la bandera a media asta.

A esa misma hora, en el patio central de la Cámara de Diputados, también se colocaba el lábaro patrio en señal de luto. Absurda, paradójicamente, la banda de guerra que acompañó los honores era del cuerpo de granaderos.

En la Plaza de las Tres Culturas, terminaba de oficiarse la misa en memoria de las víctimas de la masacre; aparecían las primeras flores. Y los primeros puños del día. Y los primeros lectores de esas palabras de Rosario: “Recuerdo, recordamos. Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca, sobre tantas conciencias mancilladas. . .”

Y continuó la jornada, el doloroso ejercicio de revivir las imágenes de aquellos muertos. En el vestíbulo del Palacio Legislativo, la Orquesta Filarmónica de la UNAM inició un concierto. Primero, amarga ironía, la fanfarria de aquellos juegos olímpicos, una pieza con tonos de duelo.

Ahí, un vibrante Javier González Garza, coordinador de los diputados del PRD, de los de la izquierda permanente, de los que no eran priístas en aquellos días; hablaba, decía que era bueno que la Universidad estuviera en la casa de los diputados, porque en 1968 en esa casa se agravió a la Universidad.

Ya en la tarde adolescente, iniciaron las diversas marchas. Todas con un destino, el corazón de un país, hoy, cuarenta años después, por otras razones, tembloroso, asustado.

Y fue cuando la plaza comenzó a quedarse sola. Ahí el balcón del edificio, desde el que salieron las impotentes palabras que pidieron calma y advirtieron que era una provocación. Y el templo. Y las ruinas. Y el piso tantas veces lavado, sin embargo, para siempre manchado de rojo.

Y 14 mil 600 jornadas después, puntual regresa ella. Ahí está, entre el silencio. Ahí, cuarenta años después, la noche de Tlatelolco. Y con ella, los ecos, las sombras. Y en esa estela, el poema de ella:

“. . .Al día siguiente la Plaza amaneció barrida. . . al día siguiente los periódicos dieron como noticia principal el estado del tiempo”. Fuente: El Universal. Fidel Samaniego.

Comentario:

2 de octubre no se olvida...ni se olvidará...

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