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viernes, 24 de octubre de 2014

El régimen Porfirista.

El Régimen porfirista.

Cuando se habla del régimen porfirista, es evidente que las pasiones suben de tono. Hay dos posiciones: la condena absoluta y la idealización romántica. Ambas, navegan en los extremos. El justo medio consiste en ubicar a Porfirio Díaz como el hombre de carne y hueso que fue y no la especie de Dionisio mexicano que se le quiere ver (Dionisio es el dios de la vendimia y el vino, inspirador de la locura ritual y el éxtasis).

Para el hombre de carne y hueso, el país se enfilaría hacia el progreso nacional atendiendo los “muelles, no las leyes”. Aquí, la diferencia con Benito Juárez era más que evidente. Con base en lo anterior, gobernó con 12 riendas, como si estuviera subido en su caballo. Estas eran: 1.- pacificación o represión, 2.- divide y vencerás con los amigos, 3.- control y flexibilidad con los gabinetes y los gobernadores, 4.- sufragio inefecivo y si reelección, 5.- domesticación del poder legislativo, 6.- pan y palo con el ejército, 7.- política de conciliación con la iglesia, 8.- gallardía en la política exterior, 9.- acoso a la prensa, 10.- doma de intelectuales, 11.- domesticación del poder judicial y 12.- culto a la personalidad.

Es evidente que estas 12 reglas asumidas por Porfirio Díaz en su actuar personal y frente a la nación, lo ubican como un dictador. Fue duro y algunas veces llego hasta la crueldad. Una frase célebre de su propia autoría es: “En política no tengo ni amores ni odios”. Y fue cierto. Lo aplicó al perdonar al jefe Juchiteco que en 1872 había asesinado al “Chato” –nada menos que su hermano Felix.

Al grupo de amigos que lo secundaron en la revuelta de Tuxtepec, les pagó con ingratitud, pero no con crueldad. Casi todos ocuparon puestos en el primer gabinete porfirista, aunque con el tiempo los removió. A su compadre, el manco Manuel González, lo hizo presidente por sólo cuatro años y en una ocasión que Porfirio Díaz le comentó que ya no aspiraría a ser presidente nuevamente, Gonzalez abría y cerraba cajones, a lo que Díaz preguntó: ¿Qué demonios haces compadre? Gonzalez contesto: buscando al tarugo que se lo crea.

En fin, por el lado de la política, un auténtico dictador. De eso no cabe la menor duda. Ahora bien, en cuanto a lo económico, desde la presidencia de 4 años de su compadre el “manco” González, comenzaron los primeros pasos del programa porfirista: construcción vertiginosa de líneas de ferrocarriles, colonización, arreglo de la deuda inglesa, establecimiento de líneas navieras, formación de compañías deslindadoras, introducción del primer servicio cablegráfico, fundación del Banco Nacional de México.

No hay que olvidar a un genio de la economía y las finanzas: José Yves Limantour, su Secretario de Hacienda. Este hombre obra milagros: reduce sueldos, sacrifica prebendas, logra abolir de plumazo las alcabalas, reorganiza el sistema bancario y monetario, reconvierte todas las deudas, duplica el valor de todos los bonos mexicanos en Europa y, por primera vez en la historia del país, nivela en 1894 los presupuestos. Al año siguiente, obtiene un superávit. Las cualidades innegables de Limantour son: laboriosidad, probidad y patriotismo.

El detonante de la revolución fue la realidad social. Uno de cada dos niños morían antes de cumplir el año debido a la tos ferina, el paludismo, la fiebre amarilla y otras enfermedades infecciosas. En 1900 había en el país un médico por cada 5 mil habitantes. A pesar de existir 10 mil escuelas primarias, el 84 por ciento de la población era analfabeto. En el norte y en el occidente del país prosperaba una nueva clase de rancheros, pero en la región central, asiento del México viejo, del México indígena y colonial, los pueblos libres sentían el avance cada vez más agresivo y impune de las haciendas, que se apoderaban de sus tierras comunales.

Las consecuencias ya las sabemos: estalló la revolución. Sin embargo, y a pesar de la edad avanzada de Porfirio Díaz, presenta su carta de renuncia con gallardía en la que reconoce una culpabilidad inconsciente. Una parte de su carta de renuncia dice: Espero, señores diputados, que calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la conciencia nacional, un juicio correcto que me permita morir llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que en toda mi vida he consagrado y consagraré a mis compatriotas.

Los restos de Porfirio Díaz siguen en Francia y no se permite la idea de que regresen al país que él tanto amo. Tuvo errores, por supuesto que muchos, pero también muchos aciertos. ¿Fue muy diferente a los otros líderes de su época? Por supuesto que no. Tan sólo la figura de Benito Juárez es idílica, porque tuvo la fortuna de irse de este mundo por muerte natural, cuando sus intenciones también fueron reelegirse.

Después de esta reseña, espero que los lectores juzguen por su propia cuenta la presidencia de 30 años de Porfirio Díaz. Yo confieso que una parte de la figura de Porfirio Díaz la idealizo, pero me puedo dar ese “lujito” porque no viví su tiempo, ya que si hubiera sido contemporáneo, seguramente me hubiera incomodado su permanencia en el poder, aún cuando hubiera pertenecido a las clases acomodadas. Francisco I.Madero perteneció a una familia rica y privilegiada y sin embargo, se levantó en armas.

Pero si vemos que Porfirio Díaz reaccionó con prontitud a la revuelta y presentó su renuncia; y los “revolucionarios” se pelearon por el poder por más de 20 años, habría que preguntar: ¿pues no que el problema era la figura de Díaz? También hay que preguntar: ¿no tiene derecho Porfirio Díaz de que sus restos regresen a México? Y una última pregunta, que tiene que ver con los tiempos actuales: ¿quién pondrá orden a la situación que enfrenta México?  Pero por supuesto, no me refiero a poner orden al estilo de Díaz, sino a la presunción de que somos un país democrático. ¿Lo somos?
    


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