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domingo, 3 de mayo de 2009

El enemigo a las puertas de Islamabad.

Noticia:


El Ejército paquistaní seguía bombardeando ayer las posiciones talibanes en los distritos de Buner y Bajo Dir. Sin embargo, esa respuesta al desafío que planteó la presencia de los insurgentes a un centenar de kilómetros de Islamabad sólo se produjo ante las enormes presiones de EE UU. Por ello, a punto de cumplirse una semana de las operaciones militares, persisten las dudas sobre su determinación de llegar al final. Por ahora, el único resultado de los combates son decenas de miles de nuevos civiles desplazados.

"Las operaciones continúan en Maidan, porque siguen llegando familias", confirma por teléfono Waleed, un habitante de Timorgarha, la capital del Bajo Dir. En ese distrito, la ONU estima que 50.000 personas se han desplazado en busca de seguridad. De Buner, nadie tiene cifras. Además, con el acceso a la zona vetado a los periodistas extranjeros, resulta imposible comprobar los datos que facilita el Ejército. Según su portavoz, 200 talibanes y una docena de soldados han muerto en los combates.

A pesar del coste humano, muchos observadores temen que, como en ocasiones anteriores, el Ejército se limite a hacer lo mínimo para satisfacer a EE UU ante la visita del presidente Ali Asif Zardari a Washington la próxima semana.

No hay pánico en Islamabad. Ni en las oficinas del Gobierno ni en la calle. Por más que diplomáticos y analistas occidentales insistan en la amenaza que supone el avance talibán y la debilidad del Ejecutivo, la mayoría de los paquistaníes no parecen alarmados. Es cierto que, a pesar de los agoreros, resulta improbable que 15.000 insurgentes (según las cifras más generosas) puedan derrotar a un Ejército de 620.000 hombres. Por otra parte, amplios sectores dan la impresión de haberse resignado a la creciente islamización de la sociedad.

Desde fuera, sorprende que con semejante ventaja de fuerzas, los militares hayan sido incapaces de aniquilar a esos grupos islamistas que cuestionan el orden establecido. Es más, desde que en marzo de 2004 los soldados entraron en Waziristán, la talibanización se ha extendido desde las agencias tribales administradas federalmente (FATA en sus siglas inglesas) hasta las zonas asentadas de la Provincia de la Frontera Noroccidental (más conocida como NWFP), donde se libra el último pulso. "El Ejército cumple las órdenes del Gobierno, en Buner y en otros lugares", asegura el general retirado y analista militar Matinuddin Kamal. Sin embargo, la sensación es que lo hace renuentemente.

"Se debe a la obsesión con India", señalan tanto diplomáticos como expertos en seguridad occidentales. El Ejército paquistaní se ha construido para hacer frente a la amenaza existencial que supone su enemigo tradicional. En consecuencia, carece del entrenamiento y los equipos adecuados para afrontar la insurgencia que plantean los talibanes. "Falta capacidad, helicópteros, gafas de visión nocturna y medios de desplazamiento", admite Ikram Seghal, director del Defense Journal. "Se le está exigiendo que libre dos guerras a la vez, contra el terrorismo y contra la insurgencia, pero un Ejército convencional no está preparado para eso", añade este antiguo piloto militar.

Pero si incluso la prometida ayuda estadounidense se encauzara en ese sentido, hay serias dudas de que fuera suficiente. Más allá de las limitaciones materiales, persiste el estado mental de desconfianza hacia India. Todavía hoy, la mitad del Ejército está desplegado en la frontera oriental, y de los 120.000 hombres destinados a luchar contra los talibanes y Al Qaeda, la mitad son paramilitares del Frontier Constabulary, cuya preparación y salario son mucho menores.

"El Ejército también es muy consciente de que se está enfrentando a su propia gente y no quiere crear una situación de desconfianza", admite Kamal, el general retirado.

Seghal discrepa. "Tal vez eso se produzca entre los miembros del Frontier Constabulary que están reclutados en la zona y pueden temer las represalias de su gente una vez que concluyan las operaciones, pero en el Ejército los regimientos están muy mezclados", afirma. No obstante, este analista admite que "hay una percepción de que cada vez que el Ejército está a punto de lograr un éxito militar, los talibanes se las arreglan para firmar un acuerdo de paz, y poco después hay que volver a empezar la campaña".

La realidad es que la islamización que ha sufrido la sociedad paquistaní en las últimas tres décadas hace que muchos ciudadanos vean con benevolencia a los talibanes. Aunque la mayoría no aprueban sus tácticas, muchos tampoco son contrarios a su campaña a favor de la ley islámica. Y esto constituye sin duda un factor importante a la hora de que el Gobierno pase a la ofensiva.

De hecho, EE UU se ha dado cuenta del peso que tiene en la sociedad paquistaní ese sector social y religiosamente conservador. Varias filtraciones periodísticas han revelado que tanto la secretaria de Estado, Hillary Clinton, como el representante especial Richard Holbrooke están intentando convencer al presidente Asif Ali Zardari para que incorpore al Gobierno al jefe de la oposición, Nawaz Sharif. El objetivo sería que sus buenas relaciones con los islamistas moderados ayuden a frenar el extremismo militante. Para algunos observadores, sólo una islamización controlada de la política ofrece una salida a la deriva yihadista.

De hecho, hay comentaristas que han empezado a hablar del riesgo de una revolución islámica, al estilo de la que se produjo en Irán en 1979. La sola mención de esa posibilidad pone los pelos de punta en las cancillerías occidentales ante el hecho de que Pakistán posee entre 60 y 100 armas atómicas. Debido a la naturaleza clandestina de su programa nuclear, nadie tiene seguridad ni del número exacto ni de dónde se hallan. Pero tanto Zardari como el jefe del Ejército, el general Ashfaq Kayani, han tratado de tranquilizar a Washington sobre su seguridad.

Por supuesto, las cabezas nucleares y los cohetes que las transportan se guardan en lugares distintos. Los complejos sistemas de cierres electrónicos que dan acceso a su montaje y la vigilancia de un cuerpo de élite de 10.000 soldados garantizan su protección física. Sin embargo, el temor de Occidente no es que Al Qaeda o los talibanes vayan a ser capaces de hacerse con ellas. Preocupa más que una generación de jóvenes paquistaníes cada vez más radicalizados estén llegando al Ejército y a los centros de investigación. "Revolución islámica sólo ha habido en Irán. Nosotros no estamos ni siquiera cerca", desestima Kamal, que recuerda que aquí existe un Gobierno elegido en las urnas y que los partidos islamistas no consiguieron ni el 5% de los votos.

"Sufi Mohamed nos ha hecho despertar hace diez días", apunta por su parte Seghal en referencia al líder que negoció el acuerdo de paz de Buner y luego denunció la democracia como antiislámica. "La mayoría de los paquistaníes son musulmanes moderados, gente que cree en el islam, pero no el radicalismo", subraya.

También es cierto que la naturaleza fragmentaria de los diferentes grupos talibanes que operan en Pakistán no ha facilitado el surgimiento de un Jomeini. Hasta ahora. No obstante, la fragilidad del Gobierno de Zardari; el impacto de la crisis económica, que tiene a tres millones de trabajadores a punto de perder sus empleos, y el creciente malestar con los bombardeos de los aviones no tripulados estadounidenses, contribuyen a crear un caldo de cultivo favorable al estallido social. En esas circunstancias, muchos paquistaníes consideran, como la investigadora Humeira Iqtidar, que el país tiene muchos problemas reales más importantes que el empeño talibán de instaurar la sharía.



Comentario:

¿Están lejos de vencer al enemigo?

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