Netanyahu consigue atraer a los laboristas a su Gobierno.

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Después de intensas conversaciones y pactar con los judíos ultraortodoxos del Shas, el jefe del derechista Likud, Benjamín Netanyahu, ha alcanzado martes un acuerdo con el líder del partido laborista y ministro de Defensa, Ehud Barak, para entrar en el próximo gobierno israelí, según ha anunciado la radio pública estatal.

Equipos de ambos partidos pasaron la noche negociando los últimos flecos de un pacto que ofrece al laborismo entrar en el Ejecutivo que presidirá Netanyahu con cinco ministros, dos viceministros y un cargo de presidente de comisión parlamentaria. Pero el acuerdo de coalición no es aún definitivo ya que, esta tarde, el líder laborista deberá someterlo para su aprobación al Comité Central del partido, formado por 1.470 personas y que podría echarlo para atrás.

Divisiones

En la última semana han sido muchas las voces dentro del laborismo que se han opuesto a entrar en un Gobierno liderado por el Likud y siete de los 13 diputados que el Partido Laborista consiguió en los últimos comicios han manifestado su oposición a un pacto como el que se alcanzó esta mañana. Son esos siete parlamentarios -entre ellos el secretario general, Eitan Cabel- quienes enviaron el lunes a Netanyahu una carta en la que anuncian que el líder del Likud no contará con su apoyo en la Kneset y en la que aseguran que no se sentirán vinculados por el acuerdo entre los jefes de ambos partidos. La amalgama de partidos tan dispares en sus planteamientos hace presagiar que el Ejecutivo sufrirá del mal de la inestabilidad, una constante en las dos últimas décadas en Israel.

Precisamente lo que espera la presidenta de Kadima, Tzipi Livni, que promete mantenerse en la oposición con la esperanza de ver a corto plazo cómo se desintegra el Gobierno de Netanyahu. Así las cosas, el Partido Laborista, en permanente declive desde 1977, afronta ahora el riesgo de una escisión. La sesión del comité central, esta noche, se augura tormentosa.

Acuerdos suscritos

El pacto de Gobierno entre los dos líderes prevé el respeto a los acuerdos suscritos por Israel. El proceso de Annapolis, iniciado en noviembre de 2007, no ha rendido frutos. Y ya hace años que la Hoja de Ruta es papel mojado. Establecía que los outposts, asentamientos ilegales incluso para el propio Gobierno y el Tribunal Supremo israelí, deberían ser desmantelados. Son más de un centenar y todavía siguen en pie. Como continúa el expolio de tierras de propiedad palestina para ampliar las colonias.

Lo paradójico es que es el propio Barak, el responsable de ejecutar ese desmantelamiento de los outposts, como titular del Ministerio de Defensa durante los dos últimos dos años. Y es también Barak quien ordenó sólo hace dos días congelar la sentencia del Supremo que mandaba derribar nueve viviendas en el asentamiento de Ofra, uno de los símbolos del movimiento de los colonos.

El documento suscrito con Netanyahu -que pretende de este modo apaciguar las advertencias de la Administración de Barack Obama- sólo habla de proseguir el proceso de paz, sin referencia alguna a la necesidad de establecer un Estado palestino, una frase que el próximo primer ministro se niega a pronunciar. La mayoría de los analistas aseguran que Barak tampoco cree en absoluto en la posibilidad de fundar el Estado palestino en la próxima década.

Netanyahu consiguió ya el respaldo de los extremistas. Ayer el líder del Likud pactó con los ultraortodoxos sefardíes originarios de países árabes o musulmanes, y días antes lo hizo con el partido Yisrael Beiteinu, liderado por el derechista Avigdor Liebermann, el ultra israelí que será hombre clave del nuevo Gobierno como responsable de Exteriores


Comentario:

Si la mezcla de partidos e ideologías funciona, pues un aplauso a Netanyahu.