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domingo, 9 de noviembre de 2014

“Somos polvo de estrellas”; Carl Sagan, 80 aniversario de su natalicio.

CIUDAD DE MÉXICO, 9 de noviembre.- Visionario y científico de mente abierta, a tal grado que rompió con el prototipo de sus homólogos convirtiéndose en un divulgador por excelencia gracias a su famosa serie de 13 capítulos, Cosmos en 1980, que en su momento alcanzó 500 millones de telespectadores en más de 60 países, cifra récord para una producción de índole científica que fue innovadora tanto en su contenido como en efectos especiales. Así se recuerda, a 80 años de su natalicio, al astrónomo Carl Sagan, quien falleció a los 62 años, víctima de neumonía a causa del síndrome mielodisplásico que padecía desde dos años antes. 
 Con tan sólo 20 años, el joven neoyorquino ya era físico sin tardarse para obtener su doctorado en Astronomía y Astrofísica. Fascinante y revolucionario para unos pero una amenaza para quienes preferían no salir de lo establecido en la comunidad científica, Sagan nunca guardó para sí sus investigaciones, desde que participó activamente en el proyecto Mariner 4 —primera sonda en llegar a Marte en junio de 1965—hasta convertirse en director del Laboratorio de Ciencias Espaciales en Cornell, donde realizó variados experimentos acerca del origen de la vida.
Cofundador y presidente de la Sociedad Planetaria, fue un critico sistemático de las grandes potencias por producir armamento nunclear y defensor a ultranza de la protección ambiental, pero ante todo Carl Sagan se adelantó a los demás cuando vio en la televisión el medio de comunicación idóneo por su inmediatez y penetración para divulagar las ciencias.
Aparte de numerosos libros escritos — Los dragones del edén, publicado en 1978— fue galardonado con un premio Pulitzer—así como artículos en revistas  especializadas y diarios, Sagan fue autor de la serie Cosmosque, a través de un lenguaje sencillo y accesible para las mayorías, desmitificó muchas de las creencias que se tenían acerca del universo.
La serie obtuvo tres premios Emmy y un Peabody, convirtiéndose en la producción científica de mayor éxito en la historia de la televisión.
A partir de ese momento el nombre de Carl Sagan adquirió tintes de estrella. Su fama no le incomodaba porque tenía muy claros sus objetivos: “Después de todo, cuando estás enamorado, quieres contarlo a todo el mundo. Por eso la idea de que los científicos no hablen de la ciencia al público me parace aberrante.
“El cosmos es todo lo que es, todo lo que fue y todo lo que será. Nuestras más ligeras contemplaciones del cosmos nos hacen estremecer: sentimos como un cosquilleo que nos llena los nervios, una voz muda, una ligera sensación como de un recuerdo lejano, como si cayéramos desde gran altura. Sabemos que nos aproximamos al más grande de los misterios.”
Obsesivo en sus investigaciones y deliberaciones acerca del origen de la vida y del universo,  y opositor de la seudociencia encabezada por adivinadores, tarotistas, parasicólogos y predicadores de lo sobrenatural, Carl Sagan se convirtió en un líder de opinión en los medios: “Si estamos solos en el Universo, seguro sería una terrible pérdida de espacio. La Tierra es un lugar más bello para nuestros ojos que cualquiera que conozcamos. Pero esa belleza ha sido esculpida por el cambio: el cambio suave, casi imperceptible, y el cambio repentino y violento. En el cosmos no hay lugar que esté a salvo del cambio”. (Cielo e infierno, Cosmos.)

Ann Druyan, quien fuera esposa del astrónomo durante más de 20 años, advirtió durante una cena con Sagan que el apetito se le había ido, pese a tener frente a él su platillo favorito. Tras varias semanas de perder peso y  varios estudios médicos, el resultado fue que padecía síndrome mielodisplásico, y su vida estaba en peligro. A pesar de someterse en tres ocasiones a trasplante de médula ósea y sesiones de quimioterapia, el astrónomo falleció el 20 de diciembre de 1996 a los 62 años, en Seattle.

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