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sábado, 31 de enero de 2009

Cautela latinoamericana.

Noticia:


La pregunta que se plantea hoy en Sudamérica es: ¿cómo será la relación de los gobiernos de izquierda de la región con la nueva administración de Barack Obama?
La lectura de los primeros movimientos mostró distensión y algunos observadores vislumbraron la posibilidad de un cambio significativo con respecto a los acostumbrados conflictos y exabruptos diplomáticos que Hugo Chávez y sus gobiernos aliados solían mantener con George W. Bush. Pero de inmediato las evidencias demostraron que, a lo sumo, la relación sólo acaba de ingresar en un impasse o “tiempo muerto”.

El presidente venezolano saludando a Obama por el cierre de Guantánamo o un vocero del Departamento de Estado “felicitando” al gobierno boliviano por “el paso que fortalece la democracia” en el último referéndum constitucional, o un Evo Morales que admite el inicio “positivo” en su relación con Washington tras el desembarco de Barack Obama, eran imágenes impensadas hasta hace algunas semanas. Esos episodios y el hecho de que el nuevo mandatario haya sometido la política internacional de su país a una exhaustiva auditoría, parecieron alentar perspectivas de cambio o, al menos, una etapa de reacomodo.

Tan sólo una semana después de definir a Obama como “la misma (cosa, que W. Bush)”, el presidente venezolano saludó la decisión de Obama de cerrar Guantánamo y su propuesta de un diálogo con aquellos líderes enemigos de Estados Unidos. Chávez apareció tanto allí como en el Foro anti-Davos en Belén, más moderado en sus palabras, pero todavía no hay señales plausibles “para hablar de cambios”, según el analista Rosendo Fraga, del Centro Nueva Mayoría.

Para su colega Carlos Romero, de la Universidad Central de Venezuela (UCV), estamos en “un tiempo de reacomodamiento, ya que el equipo de Obama aún no terminó de definir su política para la región y Chávez deberá medir el tiempo de la nueva administración”. “Se puede llegar a avizorar otro clima, pero no cambios sustanciales en los intereses estadounidenses en cuanto a Venezuela y sus aliados, después de la expulsión del embajador y todo lo que pasó”, agrega Romero.

De hecho, en días pasados James Steinberg, el segundo de Hillary Clinton en el Departamento de Estado de EU, había lanzado la idea de “un liderazgo fuerte en la región para contrarrestar el peso de países como Venezuela y Bolivia”, lo que Clinton denominó esta semana, en su conversación con el canciller colombiano Jaime Bermúdez, como “una agenda positiva para contrarrestar el tráfico de temor” de esos países.

En La Paz, el gobierno de Morales, según lo admitió el canciller David Choquehuanca, se esperanza con un cambio en la relación, algo que parece una tarea complicada y hasta difícil.

Una muestra de que no habrá grandes cambios la dio el propio Obama el pasado martes, en su conversación telefónica con su par brasileño, Luiz Inacio Lula Da Silva. Con ese gesto, ratificó al brasileño como uno de los pocos interlocutores válidos —si no es que el único— a la hora de ordenar la relación en la región.

A lo largo de 40 minutos de charla los dos mandatarios, quienes tendrán la oportunidad de comparar sus respectivas dotes carismáticas en marzo cuando se encuentren en Washington, se comprometieron a “trabajar por la estabilidad de la región”. Sin embargo, la referencia es demasiado genérica.

Mucho más cuando se trata de un país tan inestable y conflictivo como Bolivia o de las maniobras de un mandatario tan impredecible —y siempre ávido de un enemigo visible en el país del norte— como lo es Chávez.


Comentario:

En lo personal considero que cambiará muy poco, sobre todo porque continuarán los exabruptos de Hugo Chávez. El último fue con el exabrupto también de Maradona. ¿Qué demonios tiene que hacer un futbolista argentino apoyando la reeleción de un venezolano? Que después no se quejen de que alguien se entromete en los asuntos internos de sus respectivos países.

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