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domingo, 2 de noviembre de 2008

Obama, ¿Siempre en control?

Noticia:


Desde su trabajo al frente de la publicación The Harvard Law Review hasta la actual campaña presidencial, Barack Obama dirije las reuniones bajo un particular conjunto de reglas. Todos participan, se interroga a quien se queda callado (quiere “escuchar todas y cada una de las ideas posibles”, dijo Valerie Jarrett, asesora cercana); si alguien menciona una teoría, Obama pregunta cómo se traduce en términos prácticos; orquesta y propicia el debate y después pone énfasis en los puntos de acuerdo; reformula constantemente las contribuciones de otros con palabras propias e invariablemente más elocuentes. Pero cuando la sesión termina, su punto de vista sigue siendo un misterio y su última palabra es a veces una sorpresa para todos los presentes.

Esas reuniones, junto con la carrera que ha llevado, ofrecen indicios sobre qué tipo de presidente sería en caso de resultar electo: un deliberador amable, comunicador fluido y profesor hambriento de experiencia académica pero con poco interés en la abstracción. Un presidente Obama podría sentirse incómodo tomando decisiones inmediatas o abandonando un plan cuidadosamente creado. Además, podría premiar el consenso, excepto en los casos en los que optara por hacer caso omiso de él. Su antiquísima inclinación al control probablemente se traduciría en una Casa Blanca disciplinada.

Ganar la Presidencia sería la última de una serie de dramáticas transformaciones a lo largo de su vida: de niño criado en Indonesia y Hawai, a miembro de la comunidad afroestadounidense de Chicago; de ateísta a cristiano, de académico nerd, al más tranquilo de los políticos. Y ahora, sólo posiblemente, de un legislador en ascenso al primer comandante en jefe de origen negro de la única superpotencia del mundo.

Convertir el déficit en activos —habilidad que Obama aprendió en sus años 20 como organizador comunitario— podría ser el distintivo de su ascenso. Con sus dotes literarias transformó una niñez sin padre en una conmovedora historia de madurez, utilizó el sencillo puesto de senador para convertirlo en los cimientos de su carrera política y transformó a los jóvenes en un enérgico ejército que a su vez enlista a padres y abuelos.

Y a pesar de que su exótico nombre —Barack Hussein Obama— provocó rumores e insinuaciones falsas en torno a su origen y creencias, él lo convirtió en un símbolo de su singularidad y de oportunidad para EU.

Sin embargo, en el Despacho Oval, Obama podría enfrentar nuevos déficits. Con sólo 47 años y apenas cuatro años en la carrera política nacional, nunca ha estado al mando de un proyecto más grande que el de su campaña. Obama comenzó su carrera para convertirse en presidente cuando todavía se perdía en Washington, ciudad que hasta la fecha no conoce bien. Sus promesas son tan vastas como corto su currículum, y algunas de ellas incluso chocan: un mandato progresista y una fusión centrista roji-azul, una transformación a gran escala y un pragmatismo aterrizado.



Una vida disciplinada

Obama siempre ha valorado el orden. Aun en el Occidental College, durante lo que él mismo llama su “fase disoluta”, los estudiantes lo recuerdan como un ejemplo de moderación: no el Barry adicto a la mariguana y amante del alcohol que aparece en su primer libro Sueños de mi padre, sino un deportista y excelente estudiante que podía permitirse de vez en cuando un porro y una cerveza. “Ni siquiera podría decirse que fuera fiestero”, indicó Vinai Thummalapally, amigo de aquellos tiempos.

Existen pocas cosas que Obama haya controlado con más afán que su propia historia y mensaje. Así como estuvo planeando su incursión a la política, utilizó Sueños de mi padre para convertir su confusa y peripatética niñez en un viaje lírico.

Cuando fue elegido para ocupar un puesto en el Senado de EU en 2004, Obama escribió su segundo libro, La audacia de la esperanza, en el que delinea su filosofía política. Esto significó dormir tres o cuatro horas, señaló su editor. Sin embargo, él insistió en escribir todo de su puño y letra.

El senador por Illinois tiene la disciplina de evitar alardear de sus dones oratorios. En varias ocasiones, durante su campaña, sus rivales lo acusaron de ofrecer más estilo que sustancia; Obama respondió con discursos tan serios que sus partidarios comenzaron a preocuparse de que se estuviera volviendo aburrido.

Cuando se trata de tomar decisiones, el gusto de Obama por el control se traduce en una especie de inhibición deliberada, y siempre ha necesitado tiempo para reflexionar: como organizador comunitario, pasó sus noches escribiendo, tratando de solucionar los problemas del día.

Obama se resiste a juzgar precipitadamente o a responder a fluctuaciones del día a día. En vez de eso, sigue una serie de pasos ya establecidos: realiza una investigación exhaustiva, pide el consejo de los expertos, proyecta escenarios posibles, concibe un plan, anticipa objeciones, ajusta el plan y una vez que está bien diseñado, se apega a él.

Como en el caso de otras campañas, la de Obama está impregnada de la personalidad de su líder: tiene una estructura firme y delimitada y está a cargo de un pequeño grupo al que no se le va una.



El mensaje de cambio de Obama puede ser difícil de definir. Ha pasado toda su carrera buscando la manera correcta de cumplir su deseo de renovación social general. Primero se convirtió en organizador de la comunidad, creyendo que el cambio fluiría de los ciudadanos; luego probó el derecho, que, como aprendió enseñando historia legal, es un instrumento altamente imperfecto. Desde entonces se ha enfocado en realizar cambios en las instituciones de gobierno; incluso en el Senado, dijo a un reportero, es posible tener una carrera que no sea “particularmente útil”.

Barack Obama se enorgullece de tratar de ver el mundo a través de los ojos de los demás. “No lo consume el odio hacia sus rivales”, comentó David Axelrod, su principal asesor político. Tiene un profundo compromiso filosófico con el diálogo; ha sugerido que practicarlo un poco más ayudaría a sanar la dañada imagen de EU en el mundo y ha expresado su disposición a reunirse con los enemigos.

Cuando era adolescente, Obama, hijo de una mujer blanca de Kansas y de un padre de raza negra de Kenia, quería poco más que sentirse afroestadounidense. Veía la televisión en el departamento de sus abuelos en Hawai mientras imitaba los pasos de baile de Soul Train. Se encerraba en su cuarto a leer a James Baldwin y Malcolm X.

Décadas después, Obama es un orgulloso hijo de la comunidad afroestadounidense; es algo parecido a una figura posracial. Sin embargo, una vez en Filadelfia habló del fracaso de EU para lidiar con el pecado original de la esclavitud, dejando ver qué tanto pesan sobre sus delgados hombros las añejas divisiones del país. Ese peso parece ser parte de la respuesta al misterio sobre Obama: de dónde viene su ambición abrasadora, qué lo insta a ser tan insistente y tan veloz.


Comentario:

Ahora, un interesante análisis del candidato demócrata. A ambos (McCain y Obama), habría que verlos enfrentarse contra la cerrasón de los fundamentalistas islámicos. ¿Quién mostraría más control y astucia?

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