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miércoles, 8 de octubre de 2008

La guerra nos ha vuelto nómadas: pakitaníes.

Noticia:


"Los bombardeos han destruido nuestras casas", responde Man Zaman. Hace falta insistir para que explique que los bombardeos fueron obra del Ejército de su propio país, Pakistán, en lucha contra los talibanes Este agricultor, su esposa y sus seis hijos han acabado viviendo en un campamento de refugiados en Peshawar, junto a la frontera de Afganistán. Los Zaman pertenecen a la última oleada de desplazados internos por el conflicto. Como ellos, cerca de 300.000 paquistaníes han tenido que abandonar sus hogares este año por operaciones militares o por excesos de los talibanes.

De lejos, la uniformidad de las tiendas de campaña de la ONU da a Kacha Gari una imagen de postal, con la cordillera que separa Pakistán de Afganistán como fondo. Una vez dentro, la tierra seca inunda todo de polvo y, bajo las lonas, el sol transforma el aire en una sauna. Apenas han pasado diez días desde que se abrió el campamento y un hedor pútrido emana ya desde las letrinas.

"La gente de Bayaur no estamos acostumbrados a tanto calor", declara Zaman, en referencia a la zona tribal de la que proceden las más de 700 familias refugiadas en esta planicie de las afueras de Peshawar.

Entre ellos no hay simpatías ni para los talibanes ni para el Gobierno. "Por su culpa estamos viviendo como nómadas", se queja Zaman. La mayoría reconoce sin embargo que en los últimos tiempos los talibanes rondaban por sus pueblos. "Todo Bayaur está lleno de talibanes", denuncia sin tapujos Ataolá, otro refugiado. Bayaur es una de las siete zonas tribales fronterizas con Afganistán en las que Estados Unidos quiere que Pakistán se muestre más firme, convencido de que se han convertido en un santuario para los terroristas que atacan a sus fuerzas en el país vecino.

Pero las cosas no son tan fáciles. "Sí, inicialmente llegó gente de fuera, pero luego también se les unieron algunos de los nuestros", explica Mias Mohammad, un ebanista de Nawgai, una aldea de la misma zona. Al parecer, los extranjeros venían huyendo de Waziristán del Norte, donde la presión del Ejército les había hecho la vida imposible. Aunque en Bayaur volvieron a encontrar apoyos entre los desafectos con el Estado, las crecientes presiones estadounidenses y la constatación de que los rebeldes estaban empezando a rodear peligrosamente Peshawar, impulsaron a primeros de agosto una operación que, según los responsables militares, ya ha dejado un millar de combatientes muertos. Nadie da cifras de las víctimas civiles.

Pero la dureza de la campaña, que los observadores políticos consideran la de mayor envergadura desde que Pakistán se alió con Estados Unidos tras el 11-S, se está granjeando la animosidad de los habitantes de la zona. "El Gobierno y los talibanes son una misma cosa", asegura Ataolá, convencido de que "sólo se trata de mostrar al mundo que están luchando".

"No hemos oído que hayan matado o expulsado de la zona a un solo talibán", justifica este pequeño ganadero antes de concluir que es "la gente corriente la que está sufriendo".

Los combates en Bayaur están siendo de tal intensidad que 4.000 familias han buscado refugio al otro lado de la frontera, en la provincia afgana de Kunar, según el Alto Comisionado de Naciones para los Refugiados (ACNUR). Aunque la mayoría se alojan en casas de parientes, esa agencia localizó a dos centenares durmiendo al aire libre.

No deja de ser una perversa coincidencia que Kacha Gari albergara hasta hace dos años a miles de refugiados afganos, cuyas casuchas de barro fueron destruidas cuando se marcharon. Otro millón y medio aún sigue viviendo en Pakistán ante la inseguridad que les plantea su país de origen.

El ACNUR reabrió Kacha Gari el pasado 29 de septiembre, pero los cooperantes que trabajan en él aseguran que las autoridades ya no permiten que se registre nadie más y envían a los recién llegados a un nuevo campamento en Nowshera. Además, hay otra docena de campamentos repartidos entre las comarcas vecinas de Bayaur y las periferias de Suat y Derra Adamjel, dos distritos de la Provincia Fronteriza del Noroeste, al norte y sur de Peshawar, la capital provincial.

El Ejército mantiene en los dos distritos sendos frentes abiertos contra la insurgencia.
En Derra Adamjel, la situación parece haber mejorado después de que los militares recuperaran hace unos días el túnel de Kohat, que estaba en manos de los talibanes y por el que pasan los convoyes de la OTAN procedentes del puerto de Karachi que abastecen a las fuerzas internacionales en Afganistán. Desde entonces, seis tribus locales han convocado una yirga (asamblea tribal) para conjurarse contra los insurgentes, y el Gobierno provincial les ha confiado la vigilancia de instalaciones oficiales, postes de telefonía móvil, puentes y de un tramo de la autopista del Hindu Kush.

Las noticias que llegan de Suat son sin embargo preocupantes y, como en el caso de todas las áreas tribales y las zonas de actividad militar, los periodistas extranjeros tienen prohibido el acceso. Según los relatos de la prensa local, 15.000 soldados se encuentran atrincherados en su capital, Mingora, incapaces de tomar las colinas vecinas, en las que campan por sus respetos las huestes de maulana Fazalulá, a quienes se responsabiliza, entre otras cosas, de haber incendiado 130 escuelas femeninas.

Fazalulá, que trabajaba como operador del telearrastre de la pista de esquí local, se casó con una hija del sufi Mohammad, un clérigo del vecino distrito de Malakand. Sufi Mohammad adquirió notoriedad cuando en otoño de 2001, en vísperas del bombardeo estadounidense de Afganistán, reunió a varios centenares de voluntarios para ir a apoyar al régimen talibán.

Su yerno, maulana Radio, tomó su relevo ideológico y se dedicó a difundir su mensaje anti estadounidense y radical a través de una emisora pirata, y se alió con Baitulá Mehsud, el líder de los talibanes paquistaníes acusado de estar detrás del asesinato de Benazir Bhutto, de haber enviado terroristas suicidas a España y de dirigir un ejército de luchadores contra las fuerzas de EE UU y la OTAN al otro lado de la frontera.

Comentario:

En medio de una batalla, está la gente que quiere vivir en paz.

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