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sábado, 16 de mayo de 2009

Cárceles, infierno de pobres.

Noticia:


Sus viejas y sobreutilizadas instalaciones, y un hacinamiento de más del 100% hacen que al interior de las cárceles capitalinas lo inimaginable sea real y la subsistencia de los internos sea un esfuerzo cotidiano.

El sistema penitenciario mantiene desde tiempos del Palacio Negro de Lecumberri vicios y costumbres inhumanas, entre las cuales las autoridades insisten en reformar a los delincuentes de una de las ciudades más peligrosas a nivel mundial.

Por principio de cuentas, el encontrar lugar en una celda es casi una obligación para los de nuevo ingreso, a quienes muchas veces se les niega la entrada por parte de otros presos.

La generalidad de las celdas es de una dimensión de 5 por 6 metros cuadrados, diseñadas para cuatro personas. Sin embargo, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal (CDHDF) documentó que en el Reclusorio Oriente una sola celda estaba ocupada por 70 personas. Todos esos hombres se veían obligados a permanecer de pie durante la noche, de día dormían en pasillos, áreas verdes o donde pudieran. Varios se enfermaron de trombosis en las piernas. Y no es el único caso. Es claro que todos esos internos son pobres, tanto que se ven obligados a servir como mozos a aquellos que tienen poder económico en la cárcel.

A tales presos-sirvientes se les nombra en el argot penitenciario “monstruos”. Del ingenio carcelario se le llamó a ese dormitorio el Castillo de GreySkull (greiscol), “por que allí vive puro monstruo”.

En las zonas llamadas de castigo en los reclusorios Norte y Oriente, son los dormitorios número diez los más hacinados, pues aunque tienen una capacidad para 120 internos, albergan a más de 400. En ese tipo de celdas los presos duermen tanto en el piso de la celda como del baño.

“Algunos se amarran a la puerta, con cinturones o trapos. Es real, lo hacen para no caer sobre todos los que están acostados en el suelo, encimados, con la cabeza sobre los pies de otro, o acomodados como en el juego de las cebollitas: con las piernas abiertas para permitir que otro se le recargue en el pecho, y así sucesivamente. Unos más quedan de lado, acomodados como sardinas”, es la narración de un empleado administrativo del Reclusorio Norte.

Sobre el lavabo, si es que hay, algunos ponen una tabla sobre la cual se acuestan, mientras que otro se queda sentado sobre el excusado, si es que hay. Cada espacio es peleado. Son cuatro los camastros de cemento y lámina, que colocó el gobierno, pero en algunas celdas hay hasta 10 que se adicionaron.

En la penitenciaría varonil hay otras celdas ubicadas en la zona conocida como Kosovo (por su peligrosidad), de 20 metros cuadrados, y en donde hasta hace siete u ocho años aún se soldaban las puertas de los “incorregibles”; tal disposición fue desaparecida por el ex subsecretario del Sistema Penitenciario, Hazae Ruiz Ortega.

Ahora una parte sirve a modo de apando, para castigar a los mal portados; pero otra, es utilizada para rentar sus celdas al mejor postor, pues están en mejores condiciones al haber sido construidas como cubículos para trabajo social, aunque son más chicas, de 20 metros cuadrados.

Los presos privilegiados habitan en los dormitorios número 9 de los reclusorios Norte, Oriente y Sur, en donde tradicionalmente están alojados los padrinos o gente con poder económico. Se indica de precios de hasta más de 50 mil pesos que se pagan para ocupar una de esas celdas sin otros compañeros.

Esas rentas por el uso de espacios, es una práctica que viene desde Lecumberri, cuentan viejos custodios.

Las puertas y rejas de dichas celdas están recubiertas con madera, y en su interior hay frigobares, libreros, computadoras, televisores de plasma, peceras y hasta baños con azulejo, como lo ha comprobado EL UNIVERSAL.

En los jardines del Reclusorio Sur hay cabañas de madera que mandaron a construir reos poderosos, para jugar cartas, tomar bebidas y para recibir a las visitas.

En las celdas del resto de la población, las rejas se cubren con plásticos o cobijas para contener el frío invernal, y se quitan durante la temporada de calor para permitir el paso del aire.

Las celdas de los pobres generalmente no tienen ni lavabos ni taza de baño porque “más tardamos en ponérselas que en que son retirados para su venta, para comprar vicio”, se dió a conocer. Así, a ras de piso, en cuclillas, los reclusos hacen sus necesidades, buscando “atinarle” el hoyo del escusado.

Esa misma situación se vive en los baños que están en zonas de uso comunitario, donde de manera irónica hay un encargado de echarle agua al “baño”, es decir, limpiar el piso si algún usuario lo ensució.

Las regaderas son otros de los objetos más robados junto con las cobijas, por lo que varios presos llevan consigo sus sarapes o cobertores durante todo el día.

Para evitar los hurtos, varios presos que llevan buena relación entre sí, cierran su celda con candado.

En los baños comunitarios, hay tubos por donde sale agua, pero ante el hacinamiento, muchos optan por bañarse en pasillos o patios, a jicarazos, a la vista de los demás.

Como sucede en muchas partes del DF, la falta de agua también es un problema en las cárceles que son surtidas por tandeo y durante dos o tres horas al día hay agua que se bombea de las cisternas a los tinacos.

Tinas, cubetas, ollas y todo utensilio posible es usado para apartar el vital líquido, pero cuando se requiere de más, se llama a algún preso conocidos como “aguadores” con quienes se hace un arreglo económico para que consiga el faltante. El agua en varias prisiones, como en el Centro Femenil es de mala calidad, por lo que presas con hijos compran garrafones para bañarlos y evitarles infecciones en la piel, que es de los problemas de salud más recurrentes entre los internos.


Comentario:

Las autoridades o no quieren o no pueden cambiar el sistema penitenciario. ¿Usted, estimado lector, cuál es su sentencia? En ambos casos es condenatoria.

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