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martes, 6 de enero de 2009

Los feminicidios escalan en el país.

Noticia-reportaje:


Claudia dice que llora porque se siente liberada. Vivió su infancia bajo el acoso sexual de su padre alcohólico y los insultos de una madre que jamás creyó sus confidencias. “Fui maltratada desde niña, en todos los sentidos”. Tiene 33 años y una estatura que no sobrepasa el metro con 60. Es esbelta, blanca y de cabellos teñidos de rubio. Hace medio año recibió la última golpiza a manos de su entonces esposo, justo cuando le exigió, por tercera ocasión, firmar el acta de divorcio. Tuvieron que ingresarla de urgencia en un hospital de Ecatepec, porque casi la mata.

El regreso a casa de sus padres no ha sido amable. “La actitud es la misma de siempre: soy una basura y una puta”, refiere. Ha intentado romper con la condición miserable que arrastra desde siempre, pero no ha podido. Tiene tres hijos —dos mujeres y un varón—, y un oficio como estilista y cosmetóloga que le deja un ingreso menor a los 50 pesos diarios, lo que vuelve inalcanzable su anhelo de independencia.

El suyo es un retrato cada vez más frecuente en este y muchos otros municipios y poblados de México. Ecatepec cuenta con una población de 1.7 millones de personas, que en su gran mayoría perciben salarios menores a los tres mínimos. La alta marginalidad es una realidad que abruma casi a la totalidad de sus 600 colonias, y ese es el gran factor que convierte casos de violencia particular como el de Claudia, en un fenómeno de consecuencias públicas, no solo ahí, sino en buena parte del territorio nacional, afirma Minerva Barrón Escobedo, directora del Instituto de la Mujer de Ecatepec.

“El tema de la violencia y agresión sexual tiene que ver con lo que socialmente se ha construido dentro de la familia y la sociedad; es un fenómeno que ha permeado y que dejó de ser privado —como a veces trata de asociarse— porque tiene que ver con lo público”, sostiene.

La tasa de migración en el municipio es elevada, lo cual deja a un considerable porcentaje de hogares con jefatura femenina. Los datos del instituto dirigido por Barrón Escobedo indican que 84 mil mujeres, equivalentes a 10% del total, son cabezas de familia. Las consecuencias de ello, dice la funcionaria, son una creciente deserción escolar, pues la falta de dinero vuelve prioridad la búsqueda de empleo, y la consecuente acumulación de problemas derivados de la pérdida de controles suele estallar en actos violentos. “El maltrato de la madre a los hijos, o entre hermanos, o de los hijos hacia la madre se vuelve común. Y a ello habría que sumarle las adicciones y la prostitución”.

El círculo de la violencia

La cifra de asesinatos de mujeres ocurridos durante 2008 llegó a 44, de acuerdo con datos que Barón Escobedo dice haber obtenido de la Fiscalía Especializada en Delitos Cometidos contra la Mujer (de la PGR) y de la Procuraduría General de Justicia estatal.

Esa suma representa poco más de la cuarta parte del total de homicidios contra mujeres sucedidos en el estado de México, que es de 141 casos.

Los números son referencia del innegable avance que experimenta la violencia contra las mujeres, explica Esmeralda Salinas, sicóloga del Albergue para las Mujeres que Viven Violencia Familiar, en el Distrito Federal. “Esto es como una cascada, va en aumento. Pero lo que debe advertirse es que todo esto comienza con un insulto”.

El discurso de la prevención es algo que manejan las terapeutas que prestan sus servicios en albergues y centros de crisis para mujeres maltratadas. El porcentaje de víctimas que escuchan y tratan de llevar a la práctica las lecciones crece menos de lo esperado, pero Salinas cree que ese pequeño grupo de mujeres decididas a romper el círculo de la violencia constituye una de las pocas esperanzas para contener el fenómeno.

En el Instituto de la Mujer de Ecatepec, al menos una de esas víctimas de la agresión verbal sirve de ejemplo. A los 31 años, Brenda vivía un constante intercambio de insultos con su pareja. Al comienzo, cuenta, el empleo de palabras altisonantes era una especie de juego y como tal lo transfirieron a sus hijos, con quienes sostenían un diálogo salpicado de descalificaciones y altas dosis de violencia. “Solíamos decirle a nuestro bebé de cuatro años que le dijera ‘puto’ a su tío, y que le diera de patadas. A todos nos provocaba gracia que lo hiciera”.

Lo que cambió la perspectiva de Brenda, hoy de 33 años, salió de una conferencia a la que llegó por casualidad, en el propio instituto. “Ahí me di cuenta de que lo que hacíamos estaba mal, así que hablé con mi marido y le dije lo que estábamos haciendo. No me hizo caso, creyó que era una broma, pero ahí comenzaron los problemas: yo me di cuenta que de las bromas pasó al insulto real y entonces decidí ponerle un límite a la relación. Ahorita estamos temporalmente separados, hasta que él logre cambiar de opinión”.

Brenda terminó sus estudios de preparatoria; su esposo jamás concluyó la primaria. Él trabaja como chofer en una empresa de seguridad. Dice que equivocaron el camino, pues en vez de elevar el comportamiento de su pareja, ella decidió bajar a su nivel. “Lo cierto es que en su familia así fueron educados: todo es agresión, como si fuera un juego, pero yo advertí que estábamos mal, que le hacíamos muy mal a nuestros hijos, y eso es algo que quiero que él comprenda”.

El factor pobreza

Lo de Brenda es apenas un paso pequeño en el vasto valle de la violencia contra las mujeres. Detrás existe un entramado social y político que deja a años luz la constitución de un nuevo orden, opina la investigadora de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, Clara Rojas. “Para comenzar, la denuncia es algo difícil de ejercer en una sociedad como la nuestra. Muchas mujeres no denuncian porque conocen el nivel de impunidad que existe, pero muchas otras no lo hacen porque se quedan solas con cinco hijos y no tiene capacidad suficiente para mantenerlos; así que van y sacan al marido de la cárcel”.

La pobreza se vuelve un factor definitivo en la violencia contra las mujeres, afirma la investigadora. “Una de las reflexiones feministas es que las relaciones de género nunca serán aisladas, siempre tienen implicaciones de raza, de clase, de región”.

Isabel se casó a los 17 años. Estaba enamorada, dice, y no le importó irse a vivir a casa de sus suegros. Su esposo nunca quiso salir del hogar materno. Era el menor de los hijos y como tal se le atendía. Al año y medio de matrimonio el suegro les hizo un regalo: una casa a medio construir, dentro de la misma colonia, la Nicolás Bravo, también en el municipio de Ecatepec.

“Los problemas comenzaron cuando él no quiso hacerse responsable de la nueva casa: ahí no teníamos ventanas ni baño. Y fue ahí donde comencé a experimentar la violencia económica, no me daba dinero para el gasto, y después la violencia emocional, sicológica; me insultaba, y luego pasó a los golpes”, cuenta Isabel.

Desde entonces pasaron 12 años. Está en proceso de divorcio y reside en la casa que fue regalo de los suegros. Ella dice que no piensa abandonarla, pero su todavía esposo no deja de amenazarla. “Va y me grita y me dice que esa casa es suya”. La suegra tampoco le ofrece garantías, “me dice que si yo meto a un hombre en esa casa, me la quita”.

Oaxaca, Nayarit y México, “líderes”

En 2006, una investigación encabezada por la entonces presidenta de la Comisión Especial de Feminicidios de la Cámara de Diputados, Marcela Lagarde, ubicó al estado de México como la tercera entidad en la que más mujeres son asesinadas. Y la base de todo feminicidio comienza por condiciones de vulnerabilidad como el de Claudia, Brenda e Isabel. Antes, la investigación de Lagarde clasificó como zonas de violencia suprema a Nayarit y Oaxaca, estado este último en donde los homicidios encabezaron en 2008 la lista de delitos cometidos en perjuicio de las mujeres, con 55 casos.

El homicidio como ejercicio de violencia extrema alcanzó la cifra de mil 14 casos en 13 estados monitoreados, entre enero de 2007 a julio de 2008, por el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio.

Jóvenes y pobres, más vulnerables

Pero la investigadora de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, Clara Rojas, piensa que, al menos en territorios dominados por la violencia del narcotráfico, ese reclamo ha quedado rebasado. “En un marco de confrontación entre grupos liderados por hombres, en cualquier zona o país, siempre se siembra la posibilidad de que haya más víctimas mujeres, siempre. Lo que vuelve esto mucho más complejo es que hay muchas mujeres participando, pero también el nivel de impunidad influye. Al final, la víctima será por lo general, mujer joven y pobre”, afirma.

Este año, de acuerdo con datos de la Procuraduría General de Justicia de Chihuahua, fueron asesinadas en Ciudad Juárez 81 mujeres, la tercera parte de ellas por acciones directas del crimen organizado. El asesinato no es la única agresión que sufren en estos centros urbanos, dice la investigadora: la mujer comienza a tomarse como un nuevo campo de batalla aquí y en otras zonas dominadas por el narco y, por lo tanto, también se les secuestra y extorsiona como una manera de atacar al hombre.

A una de esas zonas epicentro del narco escapó Claudia, la mujer que casi muere por los golpes que le propinó su esposo. Durante tres años se fue a Tijuana. Se empleó en la maquila, y justo el alto nivel de violencia contra las mujeres le hizo tomar conciencia, según cuenta. “Había muchas otras que estaban peor que yo. Yo había sufrido acoso, pero nunca fui abusada sexualmente. Allá escuché a mujeres llorando, que contaban que hasta tenían hijos por haber sido violadas por sus padres; es decir, los niños tenían abuelo y padre al mismo tiempo. Todo es muy violento. Yo me salvé”.

Su pasado, sin embargo, es ineludible. En su vida cotidiana no ha logrado romper el círculo de violencia intrafamiliar. La manera en que ejerce el poder con sus hijos es, en muchos sentidos, una secuela de su maltrato. Una violencia justificada, de acuerdo con el análisis hecho en miles de casos por la sicóloga Esmeralda Salinas. “Si yo les he llegado a pegar (a mis hijos) es porque se lo merecieron, aquí no es pegar por pegar ni gritar por gritar: es que uno quiere lo mejor para ellos”, dice Claudia. “A mi hija le digo: si yo te doy un peso es porque te lo ganaste, pero de igual manera si te doy una cachetada, un jalón de orejas, es porque también te lo ganaste”.

Comentario:

Un reportaje de El Universal muy interesante y a la vez dramático.

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