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viernes, 1 de mayo de 2009

El virus mata el sueño de México.

Noticia:


La imagen no tiene desperdicio. Un grupo de policías federales armados hasta los dientes presenta ante la opinión pública a El Caramuelas, uno de los jefes del temible cartel de Los Zetas más buscado por la justicia mexicana y por la DEA, la agencia antidrogas norteamericana. Llama la atención que en este país tan concentrado hasta ahora en su lucha vital contra el narcotráfico, la captura de un sujeto tan principal apenas ocupe un rincón en los principales diarios. La respuesta está en la misma fotografía: tanto los aguerridos federales como el dichoso Caramuelas llevan tapadas nariz y boca con las mascarillas azules contra la gripe.

El virus ha llegado en el peor momento. México no disfrutaba de una situación cómoda, pero después de unos meses de espanto -el atentado narcoterrorista de Morelia, el sospechoso accidente aéreo del secretario de Gobernación, los cientos de muertos provocados por el narcotráfico-, el país empezaba a levantar cabeza. La reciente y cálida visita de Barack Obama -justo unos días antes de conocerse la alerta sanitaria- no reportó al país medidas rápidas ni concretas, pero sí insufló al Gobierno de Felipe Calderón una buena dosis de oxígeno para insistir en sus proyectos más acuciantes: la lucha contra el narcotráfico, la limpieza de una policía tradicionalmente corrupta, la articulación de una política económica que amortiguara los efectos de la crisis mundial, la obtención por parte de EE UU de una reforma más humana de su ley migratoria...

Todo eso ha quedado ya sepultado bajo millones de mascarillas azules y un manto muy pesado de miedo y de tristeza. Las imágenes de México que recorren el mundo no pueden ser más desoladoras. Miles de turistas a medio broncear huyendo del paraíso de Cancún. Un presidente angustiado pidiéndole de tú a tú a sus conciudadanos que se queden encerrados en sus casas durante los cinco días del puente de mayo. La imagen de un niño pobre vecino de un pueblo pobre fotografiado impúdicamente y hasta la saciedad por reporteros de mil países que lo acusan sin demasiadas pruebas de ser el propagador del virus. Un Gobierno federal cuyas medidas son halagadas por la OMS, pero cuya torpeza informativa y su falta de coordinación con los gobiernos estatales está volviendo a poner en los labios de los mexicanos una vieja pregunta que causa enojo y desazón: ¿Nos estarán diciendo la verdad?

Basta escuchar cualquier emisora de radio, asomarse a las cartas al director de los diarios o a los chats de Internet para constatar que la población está desconcertada. "Dijeron 20 muertos y ahora son sólo ocho". "Dijeron que la influenza porcina se cura, pero no deja de morir gente". "Dijeron que no se iba a cerrar el aeropuerto, pero cada vez son más los países (Ecuador, Perú, Argentina, Cuba, Nicaragua...) que no dejan que sus aerolíneas hagan escala en el aeropuerto del Distrito Federal". Los responsables de importantes empresas tampoco disponen de información clara para saber cómo actuar. "Yo cerré las instalaciones el primer día y mandé a todo el mundo a su casa", confió ayer el principal responsable de una empresa muy conocida en México. "Quería colaborar. Pero ahora me encuentro que los datos de fallecidos son mucho menores de los que se habían comunicado inicialmente. ¿Merece la pena seguir con la empresa cerrada? Me falta una información que necesito de forma urgente para tomar la mejor decisión". Y también desde la parte más baja de la pirámide hay mucha gente que ya lanza gritos de angustia. Son miles las familias que, sólo en el Distrito Federal, viven cada día de las propinas de la gente a la que sirven en bares, restaurantes, puestos callejeros de tacos. También ellos empiezan a sospechar -ante la falta de credibilidad oficial- que las medidas puedan ser desproporcionadas.

El Gobierno de México, sabedor de que en su país conviven los contrastes más fuertes, estaba intentando desde hace meses -aunque con más voluntad que acierto- ofrecer al mundo la cara amable. Que las historias espeluznantes del narcotráfico se vieran ensombrecidas por la decisión inédita de enfrentarlos. Que no se vieran los 40 millones de pobres, pero sí unas carreteras que cada vez son mejores y llegan a más sitios, una juventud cada vez más preparada, unos empresarios cada vez más emprendedores. La imagen de México como país moderno era vital para que la tan ansiada reforma migratoria de Estados Unidos pudiera sobreponerse al veto de la xenofobia y de la derecha más recalcitrante. Pero ahora ya podrán utilizar el virus como combustible de su intolerancia.

Si algo hay de positivo dentro de la pesadilla que está viviendo México es la calidad cívica de los mexicanos. Ni una escena de pánico, ni una conversación destemplada. Lo resaltaba ayer el embajador de España en México, Carmelo Angulo: "Me ha impactado el sosiego de la gente. El talante respetuoso, ordenado y cívico de la población". Un ejemplo para todos. También, cómo no, para sus gobernantes.

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