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sábado, 29 de noviembre de 2014

En Chilapa no hay lugar para treguas

Chilapa, Gro.
O el alcalde de Chilapa, Francisco Javier García, tiene voz de profeta o a sus oídos llegan muy buenos informes. Unas horas antes de que sicarios de Los Rojos y Los Ardillos se trenzaran a tiros en el pueblo y de que 11 cuerpos decapitados fueran hallados en el municipio el miércoles pasado, advertía: “Aquí se vive una tensa calma. Estamos con el temor de que en cualquier momento pueda pasar algo y de que pudiera haber un enfrentamiento entre estos grupos”.
Eso lo dijo el lunes 24 por la tarde, de forma casi premonitoria. Ese día, el alcalde, de quien las agencias de inteligencia del gobierno federal desconfían por sus posibles vínculos con el crimen organizado (12 alcaldes de Guerrero bajo lupa antinarco, MILENIO, 17/11/2014), estaba sentado con rostro compungido en la entrada de una iglesia del barrio de San Juan, en la cabecera del municipio. Había acudido a una de sus jornadas semanales de audiencia pública, en las que su administración gestiona peticiones de la ciudadanía de los más variados tipos. Se veía preocupado.
“Yo soy un hombre que vengo de la clase trabajadora”, dijo en entrevista con este diario, cuando se le preguntó sobre las sospechas del gobierno federal. “Ante la ciudadanía no tengo nada que ocultar. Saben que soy un hombre trabajador y yo no participo en la delincuencia”.
—¿Iría ante la PGR para que se deslinden responsabilidades?
—Si me mandan llamar, con todo gusto. Es más, le dije a mis compañeros alcaldes (de Chilpancingo, Ixtapa y Taxco) que nos acerquemos a la PGR a responder lo que quieran preguntar.
***
El ambiente en el pueblo, dicen sus pobladores, es de guerra. Es algo que se corrobora en muchas de las casas de la cabecera: ondean moños negros de luto. En Chilapa hay una docena de desaparecidos registrados en los últimos tres años. De homicidios, van medio centenar.
Hasta el alcalde parece en la mira. Cuando vaticinó que un clinch entrenarcos se avecinaba, García estaba siendo vigilado. Despreocupado, unhalcón se encontraba a la entrada al barrio. Llevaba un radio en la mano y poco le importaban los rondines de una decena de policías municipales con rifles de asalto Heckler& Koch que custodiaban al alcalde. Los agentes vigilaban nerviosos desde las orillas de la cancha de baloncesto en la que se instaló la mesa de atención a los chilapenses. Notoriamente, tenían los dedos en el gatillo de sus armas. Llevaban chalecos antibalas.
García gobierna desde 2012 y aún tiene frente a sí varios meses antes de entregar el cargo, pero su poder como autoridad encara límites muy evidentes. Desde hace varios meses se tiene que mover en su pueblo con no menos de 10 policías a su alrededor y soldados a tiro de piedra por lo que pueda pasar. Intentaron asesinar a su hijo en agosto pasado. Sobrevivió apenas. Hace tres semanas le secuestraron a una de sus regidoras. De amenazas ha recibido un altero. Y para colmo, como a muchos otros alcaldes, la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero (CETEG) le clausuró la presidencia municipal. Está cerrada con cadena y candado.
Enclavado justo al centro de un puñado de policías nerviosos, el alcalde, ojeroso y delgado, sudaba copiosamente. Su ceño estaba doblado en un fuerte pliegue de preocupación y aprehensión.
—¿En cualquier momento puede pasar algo?
—Ese es nuestro temor— dijo y, aunque no quedaba claro si estaba vinculado con el tema, agregó: —acabamos de dar de baja a 23 policías por no pasar el examen de confianza.
Su preocupación de que algo estaba por reventar resultó tener sustento. No mucho después de la entrevista, unas 18 horas más tarde, la tensa calma de Chilapa devino en una activa balacera. Fueron dos tiroteos que a muchos recordaron los enfrentamientos del 9 de julio pasado, cuandoLos Rojos y policías estatales se masacraron en el centro del municipio y los habitantes del pueblo se encerraron en sus casas durante dos días ante el temor de encontrarse con una bala perdida.
Pero esa, por terrible que suene, es la rutina de Chilapa. Más que una premonición, la de García también puede ser tomada como una afirmación en la que opera la certeza de la estadística. Decir que en el municipio se registrará una balacera o un asesinato es tan seguro como afirmar que lloverá en julio y en diciembre habrá heladas. Lejos de la atención federal que se ha concentrado en Iguala, Acapulco y Chilpancingo, aquí los choques armados y ejecuciones hiperviolentas son la norma.
Varios casos corroboran la cotidianeidad de los secuestros, desapariciones, levantones y matanzas en este municipio, que está a solo 60 kilómetros de Chilpancingo. No es una violencia gratuita. Chilapa es altamente estratégica: quien la controla tiene bajo su poder las carreteras estatales 93, 8 y 3, únicas que bajan de la montaña —y de las zonas productoras de opio y mariguana—, al centro. Cuestión de economía.
Este es un breve listado de la vida anormal de Chilapa:
*El martes 25 de noviembre, junto a otras dos personas, fue ejecutado un habitante del municipio en la autopista Chilpancingo-Tixtla.
*El miércoles 9 de julio, seis personas murieron en enfrentamientos entre sicarios. Al día siguiente, el pueblo se infartó: aún ahora es recordado como el jueves negro, cuando todos se encerraron en sus casas.
*El 16 de mayo ejecutaron a un vendedor de colchones.
*El 15 de mayo secuestraron a John Ssenyondo, párroco de Nejapa, una comunidad del municipio. Sus restos aparecieron hace unas semanas en una fosa clandestina en Zitlala. Eran solo huesos.
*El 4 de abril, dos profesores de secundaria fueron asesinados apenas al salir de Chilapa, en la carretera rumbo a Chilpancingo.
Chilapa podrá ser pequeña, pero sus estadísticas de inseguridad por cada 100 mil habitantes son enormes: es la ciudad número 40 con la tasa de homicidios más alta de México, la 56 en secuestros, la 61 en violación, 173 en lesiones dolosas, 186 en robo con violencia, 91 en extorsión. Pero lo más llamativo es el descaro: la cosa está tan mal que aun cuando el Ejército tiene presencia permanente en el municipio, eso aLos Rojos y Los Ardillos parece importarles poco. Ambas organizaciones, en pugna por el control de este municipio estratégico, se siguen matando con periódica regularidad. Siguen transitando en convoyes en el bulevar central del pueblo, según reconocen el alcalde y organizaciones sociales.
“La gente vive aterrada en Chilapa. La policía municipal no hace nada porque Los Rojos mandan en el pueblo. Los puede ver en la calle, a plena luz del día, levantando gente”, dice Efraín Torres-Fierro, del Frente de Defensa Popular de Guerrero, región Chilpancingo-Chilapa. Su agrupación, dedicada a la defensa de los derechos de pequeños productores, ha sido blanco del hostigamiento del narco desde hace varios años.
A diferencia de otros municipios en donde la matanza de Iguala y subsecuente desaparición de 43 normalistas forzaron a una tregua temporal entre bandas criminales —llevando a que los delincuentes bajaran su perfil ante el acoso federal y de la opinión pública— en este municipio la violencia no ha parado. La momentánea paxayotzinapanunca llegó a esta esquina de Guerrero.
“La gente sigue desapareciendo”, lamentó García. Sudaba cuando terminó la entrevista. Sus policías también. Horas después, estallaba la balacera, una más, en el municipio.

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