ETA celebra 50 años de terror.

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Medio siglo después de su fundación nada ha hecho cambiar a la organización terrorista vasca ETA. En 1959 nacía como un movimiento revolucionario que buscaba lograr la liberación nacional de Euskadi (País Vasco) y luchar contra un régimen totalitario: la dictadura de Francisco Franco. Hasta 1968 la banda, cuyas siglas en euskera significan Euskadi Ta Askatasuna (Euskadi y Libertad), se había limitado a cometer atracos y pequeños atentados contra edificios de gobierno y símbolos del franquismo, sin provocar víctimas.

Pero en 1968 y en respuesta a la dura represión llevada a cabo por el dictador, cambió de estrategia y apostó definitivamente por la “lucha armada”.

Hoy, 50 años después, sigue asesinando y sus estadísticas son escalofriantes. Ha matado a casi 900 personas, causado miles de heridos y llevado a cabo decenas de secuestros.

Ni la llegada de la democracia, ni la amnistía para los presos, ni la aprobación de un estatuto de autonomía que otorgaba al País Vasco la capacidad para formar su propio gobierno, elegir su propio Parlamento, celebrar sus propias elecciones municipales y autonómicas, y tener su propia policía, bandera, y lengua, han hecho cambiar de opinión a sus líderes, que han querido celebrar sus cinco décadas de vida con más sangre: con una bomba de 300 kilos de explosivos colocada el miércoles en una casa-cuartel de la Guardia Civil, que milagrosamente no provocó ninguna muerte, y con el asesinato, el jueves, de dos guardias civiles.

“No supieron digerir el fin del franquismo ni la transición a la democracia”, explica el periodista Gorka Landáburu, un hombre a quien ETA, en el año 2001, amputó varios dedos de su mano con una carta-bomba y dejó casi ciego del ojo izquierdo.

“Y en 1975, tras la muerte de Franco, en lugar de convertirse en un partido político, optaron por seguir matando”.

Para Julen Madariaga, uno de los fundadores de ETA y de las pocas personas que ha logrado abandonar la organización, hoy en día ésta no tiene “ni la lucidez ni la valentía de ver que la lucha armada es negativa para sus objetivos independentistas”.

Los responsables antiterroristas insisten en que la organización está más débil que nunca.

También está más aislada política y socialmente con las sucesivas ilegalizaciones de los partidos políticos, asociaciones civiles, medios de comunicación y empresas afines a su ideología y que formaban parte de su entramado. Muchos de sus miembros que permanecen en prisión se han desmarcado del uso de la violencia, al igual que los votantes independentistas vascos, como lo demuestra el que el partido independentista Aralar, que condena la violencia, aumentó en las pasadas elecciones autonómicas de uno a cuatro sus escaños.

Su impopularidad es clara. Tan sólo ayer, decenas de miles salieron a las calles para repudiar el atentado del jueves en Mallorca.

Nada de eso parece importar a ETA. Débil y aislada, sigue teniendo capacidad de matar y quiere demostrarlo.

Quizá sea una forma de presionar al gobierno del presidente José Luis Rodríguez Zapatero para volver a negociar, como hizo en 2007 en un proceso de paz que ETA rompió sin avisar, al colocar una potente bomba en el aeropuerto de Madrid-Barajas que acabó con la vida de dos inmigrantes ecuatorianos. O quizá es que matar sea lo único que los terroristas saben hacer.