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Un viceministro y cuatro altos cargos del Ministerio del Petróleo, así como dos responsables de la empresa nacional del petróleo (NIOC), han sido las primeras víctimas de las purgas del segundo mandato de Mahmud Ahmadineyad. Antes incluso de que el reelegido presidente jure su cargo ante el Parlamento, la prensa iraní ha recogido su destitución por criticar al Gobierno y respaldar la campaña de Mir Hosein Musaví, el principal candidato de la oposición. Los analistas señalan, sin embargo, que la crisis electoral va a lastrar la próxima Administración.
Los ceses sugieren tanto el deseo del presidente de reforzar su control sobre todos los puestos clave -y el Ministerio del Petróleo es sin duda estratégico- como cierta desazón ante la posibilidad de que sus políticas sean cuestionadas. Hasta ahora, Ahmadineyad, que cuenta con el respaldo del líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, ha mostrado una gran autoconfianza. Tras la ratificación de su triunfo por el Consejo de Guardianes, ayer declaró que "las elecciones fueron en realidad un referéndum" del que salió ganadora la nación iraní porque "los enemigos fallaron en su objetivo".
No obstante, varios analistas consultados coinciden en que los problemas de Ahmadineyad no han terminado. Una vez que Jamenei le confirme, tendrá que jurar su cargo ante el Parlamento y lograr el respaldo de éste para su nuevo Gobierno. No es un trámite. Ya en 2005 afrontó repetidos vetos de la Cámara a varias de sus propuestas ministeriales y con posterioridad varios de sus ministros fueron sometidos a mociones de censura. La semana pasada, 105 de los 290 diputados no asistieron a la celebración de su victoria electoral, lo que revela que existen dudas sobre la legitimidad de su reelección.
Entre los ausentes se encontraba el presidente del Parlamento, Alí Lariyaní. Este conservador moderado, que a pesar de su fidelidad al líder ve a Ahmadineyad como una amenaza para el sistema, va a ser una figura fundamental para evaluar cómo los rivales políticos de éste van a trabajar contra él en los próximos meses. Lariyaní ha utilizado la Cámara para condenar la violencia empleada contra quienes protestaban pacíficamente por el resultado electoral e incluso ha denunciado la falta de imparcialidad del Consejo de Guardianes.
Una postura similar ha adoptado otro influyente conservador, el alcalde de Teherán, Mohammad Baqer Ghalibaf. Tanto Ghalibaf como Lariyaní, que perdieron frente a Ahmadineyad en las elecciones de 2005, dan la impresión de estar observando cómo evoluciona la situación. Aunque las fisuras en la cúpula gobernante no hayan finalmente estallado, siguen ahí y van a proyectar una sombra sobre la República Islámica durante algún tiempo. En última instancia, podrían forzar al líder, cuya figura también ha resultado afectada por la crisis, a rebajar su apoyo incondicional al reelegido presidente.
Entretanto, la tensión interior y un previsible mayor aislamiento internacional hacen temer que, como advierte el último informe sobre Irán del centro Middle East Research and Information Project, "ni la estructura institucional ni la cultura política de la República Islámica vayan a salir indemnes de la controversia electoral".
Comentario:
Una situación interna que poco podrán modificar las presiones internacionales, lo mismo que en Honduras.
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