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Con más de 56 años de estar instalado en el principal plano de la política cubana, primero como asaltante a una fortaleza cuartelera, después como comandante de una guerrilla urbana y rural, luego como indiscutible líder revolucionario y ahora como guía invisible, Fidel Castro es un profundo conocedor de las fortalezas y debilidades de sus compatriotas.
En vísperas de cumplir 83 años, y tras sufrir una recaída en su salud que lo obligó hace poco más de 36 meses a ceder la Presidencia de los consejos de Estado y de Ministros, Castro permanece como primer secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC), máximo cargo político del régimen.
Aunque su hermano Raúl, de 79 años, asumió el mando del aparato revolucionario e intenta inyectar su propia dinámica a una veterana estructura radical, sin balances y con la omnipresencia del PCC, el poder del comandante en jefe de la revolución es incuestionable.
“Cuando Fidel Castro habla, el planeta le presta atención”, dijo el dirigente político costarricense Rolando Araya, ex vicepresidente de la Internacional Socialista para América Latina. “Le escuché decir a Fidel hace 20 años que no estaba seguro si lo más importante era la independencia o el socialismo”, recordó.
Desde que en 1953 comandó el ataque al cuartel de Moncada, y en 1956 desembarcó en la isla con una guerrilla que, menos de 25 meses después, venció al dictador Fulgencio Batista, Castro fue “la figura” frente a las “otras figuras”.
Castro logró desterrar las posiciones intermedias. O se está con Castro y la Revolución o en su contra; o el líder cubano da discursos de más de nueve horas seguidas, o desaparece de actos públicos. O no hay negocio con los “yanquis”, por el bloqueo de EU, o al único que se paga en efectivo y adelantado es justo al “yanqui”.
“Ni el mundo está todo malo, ni Cuba es un país normal. Lo que falta, cada vez más, son los matices”, recalcó el editorial de la edición julio/agosto de Convivencia, ligada a sectores religiosos y disidentes y única revista cubana en la isla sin control del PCC.
“Escapar” es la solución frente a “la contradicción entre la realidad que vivimos y esa visión engañosa de que ‘aquí todo es mejor’. La tragedia es que, ante la primera dificultad, ante la violación de cualquiera de los derechos ciudadanos, ante la crisis sin final, la ‘solución nacional’ se reduce a: te vas, o aguantas sin chistar”, agregó el editorial.
Pese al odio acumulado en la orilla norte del estrecho de Florida y al resquemor y desconfianza en Washington con 11 presidentes de EU y 16 administraciones de 1959 a 2009, el “barbudo” que entró a La Habana hace más de 50 años desarrolló la única revolución comunista en las narices del imperio estadounidense. “Sería mezquino no admitir que es una figura mundial de gran influencia. No creo que se deba al modelo cubano, sino a que ha sobrevivido en un ambiente de hostilidad y virtual guerra entre Cuba y Estados Unidos”, adujo Araya, entrevistado por EL UNIVERSAL.
“No oigo en los últimos tiempos manifestaciones dogmáticas de otros tiempos de Castro, queriendo exportar el modelo cubano a América Latina. Lo leo más pragmático, pensando en que posiblemente cada país debe producir su propio cambio”, agregó.
Tras su retiro del mando visible de la Revolución, y sin perder control del PCC, Castro emergió como conductor invisible con sus artículos en la prensa cubana. Castro “es la demostración de hasta dónde puede llegar el poder autocrático que tanto daño ha hecho en América Latina”, afirmó el abogado Miguel Antonio Bernal, catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad de Panamá. “Las nuevas generaciones cubanas”, dijo Bernal a este diario, “necesitan la libertad que Castro mantiene maniatada, sin posibilidad de aliento al cambio social que alguna vez él pregonó”.
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