Reportaje:
El País de España.
El viejo romance entre Silvio Berlusconi y los italianos navega hacia un final impredecible. El Noemigate abrió las alcantarillas hace un mes y medio, las fotos prohibidas de Antonello Zappadu ilustraron el ambiente, y hoy el fango rebosa sin censura por todas partes menos por una: el expresivo silencio de las televisiones controladas por el primer ministro, más conocido tras la desafortunada frase de su abogado como el "usuario final".
El animado entourage del Cavaliere copa webs y periódicos: Patrizia D'Addario, una prostituta cuarentona de Bari que jura haber sido novia de David Copperfield y que trabaja armada de grabadora y vídeo, deja el país tras declarar a los jueces y al Corriere della Sera que cobró dinero por visitar al jefe de Gobierno en el palacio Grazioli. Giampaolo Tarantini, un empresario de Bari que frecuentaba a Berlusconi en los veranos de Cerdeña alquilando una mansión cercana a Villa Certosa por 100.000 euros, es acusado por los fiscales de trepar en la sanidad pública mediante sobornos y de reclutar meretrices para Papi. Barbara Montereale, una velina arrepentida, y como su amiga Patrizia candidata municipal por la lista La Puglia Prima di Tutto (Puglia Antes Que Nada), revela haber entrado en tales listas tras acudir a Certosa y Grazioli, cobrando pero sin cama. Alessandro Mannarini, chófer de Tarantini y supuesto camello de fiestas bien, asegura haber estado en la villa sarda.
Tras años de silencio, algo muy profundo parece haber cambiado en Italia. De repente, la lluvia contra Berlusconi es continua. Algunos periódicos citan a Calígula, otros a Nerón, a Fellini, a Petronio. Berlusconi, paralizado, no deja de repetirlo: "Es todo basura, pero yo soy experto en basura. Limpié la de Nápoles, limpiaré también ésta".
No será fácil. La simpatía que producían solo hace unos días sus chistes y sus bravatas, su casi milagrosa impunidad judicial, su desprecio por todo tipo de reglas está dando paso a un recelo y un descontento crecientes. El viernes, el primer ministro buscó darse un baño de masas en un mitin cerca de Milán, Cinisello Balsamo. Fue recibido con silbidos y pancartas que decían: "Soy una mujer, no una velina". Furioso, Berlusconi respondió a las protestas diciendo: "Sois solo unos pobres comunistas, unos analfabetos de la libertad".
En las huestes del centro derecha empiezan a surgir voces que exigen más explicaciones y menos insultos al adversario. Pocos creen ya en las conspiraciones de las togas rojas. El argumento suena gastado ante la fuerza de los hechos. Los obispos, a través de un editorial en Avvenire, han pedido "aclaraciones públicas" y han recordado a su sumiso aliado que "todo tiene un precio", aconsejándole de paso que prescinda del letrado que acuñó lo del utilizzatore finale. Gianfranco Fini afirma gélido que "está en peligro la confianza del pueblo en la política y las instituciones". El silencioso número dos del Gobierno, Gianni Letta, ha escrito un austero artículo en L'Osservatore Romano sobre crisis y moralidad pública. Y periódicos tan conservadores como el Corriere o Il Foglio empiezan a mudar la complacencia por la crítica. Giuliano Ferrara, director del Foglio y ferviente admirador del Cavaliere, le ha emplazado a "un cambio radical, a una regeneración del proyecto".
Berlusconi apenas sabe dónde están sus amigos. Libero, el diario teledirigido por otro fidelísimo, Vittorio Feltri, se atrevía a titular el viernes: "Silvio: atento a la coca". Mientras, Il Giornale de su hermano Paolo reproducía ayer las fotos de Villa Certosa que publicó EL PAÍS (pese a estar prohibidas) y algunas más, acusando a los servicios de seguridad de permitir a Zappadu trabajar dentro de la mansión.
Por la izquierda, L'Unità contaba sin tapujos que las velinas que han pasado por el "usuario final" han recibido un mini a cambio, añadiendo que es buen momento para comprarlos de segunda mano. Llegados a este punto que se diría de no retorno, todos esperan el próximo terremoto. Los ministros tratan de averiguar qué será lo siguiente, si les permitirá seguir invocando el derecho a la privacidad y acusando de moralista al enemigo. Aunque Berlusconi se dice seguro y determinado, su silencio no infunde confianza. Ya ni sus más fanáticos seguidores fantasean con que logre salir indemne de eso que los obispos, siempre poéticos, definen como "tanto veneno, tantas sospechas".
La esperanza de la mayoría se limita a que el Ejecutivo llegue incólume a la gran cita política del año, el G-8 (alargado a 20) que se celebrará en L'Aquila entre el 6 y el 9 de julio. La desgracia del terremoto quiso que la cumbre no se celebrara en Cerdeña como estaba previsto, y Berlusconi puede dar gracias. Es mejor no imaginar qué habrían sido capaces de hacer 4.000 periodistas globales por los parajes de Villa Certosa.
En todo caso, Berlusconi deberá lidiar con Barack Obama (que ya lo recibió con frialdad notoria esta semana en Washington), Nicolas Sarkozy, Angela Merkel, su amigo Vladímir Putin y una quincena más de mandatarios. Entre ellos estará Zapatero, acusado estos días de instigar el complot contra Il Cavaliere a medias con EL PAÍS por Antonio Mantovano, secretario de Estado de Interior. Agradecido por la invitación con silla al G-8, Zapatero ha decidido apoyar a Mario Mauro, el candidato de Berlusconi a presidir el Parlamento europeo.
Otros no serán quizá tan magnánimos. Según fuentes diplomáticas, Berlusconi ha buscado la solidaridad de varias cancillerías extranjeras. Pero el desconcierto es mayor que la comprensión. Lo indica la relevancia dada al Sexgate en muchos medios estadounidenses ("Clinton, perdónanos", ironizó John Stewart), o la anécdota narrada por Jacques Chirac sobre su visita chez Berlusconi en la que éste presumió de la calidad de las nalgas que se habían sentado en su bidé.
Lo que algunos juzgaban como una trama amarilla o rosa va revelando un alcance político evidente. Según ha recordado la oposición, Berlusconi es responsable de la seguridad del Estado italiano y de la Defensa del país. Como miembro de la OTAN, puede acceder a documentos secretos del armamento nuclear de la alianza. Tanto en Villa Certosa, que está sometida al secreto de Estado, como en Grazioli, el primer ministro recibe a colaboradores, se reúne con ministros, alterna con personalidades nacionales y extranjeras. A petición suya, las medidas de control que se aplican a los invitados privados son mínimas. Patrizia D'Addario salió de Grazioli con las grabaciones de audio y vídeo en el bolso. La impresión, dentro y fuera de Italia, es que Berlusconi es un político con demasiadas fisuras.
Como ha dicho Feltri, en casa la cosa empeorará si aparece la palabra coca. Los italianos están curados de espanto, pero eso lo soportarían mal. Vera Martini, una profesora romana que vota a Berlusconi, lo explica así: "La moral vaticana soporta machismo, cuernos y menores de edad; puede envidiar las fiestas con 25 velinas, admitir la corrupción e incluso los ajustes de cuentas. Pero los italianos jamás tolerarían que el nombre de un primer ministro se asocie con las drogas".
El problema es que la palabra está apareciendo. Y con profusión. Giampaolo Tarantini, el empresario de 34 años que llevó a D'Addario y a Montereale a las casas de Berlusconi, se mueve en círculos VIP donde vuela el polvo blanco. La investigación judicial de Bari, nacida como un caso más de corrupción en la sanidad, está siendo seguida por el jefe de los jueces antimafia. Los hermanos Tarantini vendían prótesis a través de la decaída empresa Tecno Hospital; a raíz de sus contactos con el poder, pasó a facturar seis millones anuales. El fiscal Giuseppe Scelsi indaga por posesión de estupefacientes a Alessandro Mannarini. El tipo ha declarado que estuvo en Certosa con Tarantini. Su abogado lo niega con estas palabras: "Todo es basura".
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