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Al filo de las 10:00 horas, cuatro helicópteros de la Fuerza Aérea, con soldados de élite de la séptima zona militar, sobrevolaron el municipio de Huigueras, un poblado semidesértico a más de 45 kilómetros al noreste de la zona metropolitana de Monterrey.
Por tierra, una docena de patrullas se dirigieron al mismo punto: un campamento cubierto por árboles, que se localiza sobre una brecha a unos dos kilómetros de la carretera Marín-Higueras.
Cuando los helicópteros estaban a unos cuatro kilómetros del objetivo, medio centenar de sicarios comenzó a huir hacia el monte. Dejaron sus armas, más de 200 rifles, entre R-15 y AK-47, 30 pistolas, 60 granadas, celulares y 12 camionetas “robadas a señoras en los estacionamientos de tiendas de autoservicio”.
Los vehículos penetraron al campamento y alcanzaron a ver cómo escapaba uno de los guardias de la “brecha” por la que se entraba al lugar.
Alrededor de 60 soldados que integraban una compañía especial de la séptima zona militar comenzaron a perseguir a los sicarios que escapaban entre los matorrales y caminos vecinales.
Un hombre demasiado obeso para correr se cubrió con pistola en mano debajo de unos matorrales, a unos 500 metros del campamento. Cuando los soldados lo localizaron, intentó disparar, pero una lluvia de balas le cortó las intenciones. Fue el único muerto en la zona.
El resto de los sicarios, cerca de medio centenar, según un capitán que coordinó el operativo, logró escapar debido a que el motor de los helicópteros los alertó.
El terreno era un “centro de adiestramiento” y operaciones, donde se entrenaban sicarios del ex brazo armado del cártel del Golfo. A lo largo de más de una hectárea quedaron regadas las armas, entre las que destacan cuatro lanzagranadas y lanzacohetes. Además de proyectiles y dos fusiles Barret, calibre 50, capaces de atravesar cualquier blindaje y derribar un helicóptero.
Los militares también aseguraron alrededor de 60 granadas, más de mil cargadores abastecidos para rifles R-15, así como miles de cartuchos útiles.
En diversos puntos del campamento estaban distribuidas veladoras con la imagen de la Santa Muerte, a lado de latas de comida, ropa, uniformes con la letra zeta y decenas de fornituras.
“Localizamos el campamento, tras una denuncia anónima”, dijo el capitán que coordinó el operativo, que concluyó cerca del mediodía. Mientras los soldados recogían el arsenal, se convocó a los medios para mostrar el campamento.
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