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lunes, 15 de febrero de 2010

Religiosos mexicanos se flagelan con cilicio.

Noticia:


De lunes a sábado, siempre y cuando permanezca en su área de trabajo y no sea un día de festividad católica relevante, amarra en la parte alta de su muslo un cinto con una red de metal de la que sobresalen pequeños picos de dos milímetros.

Es un cilicio. Lo porta durante dos horas, pero nunca los domingos, porque es día del Señor.

“Causa una sensación de incomodidad, son pinchazos fuertes pero no penetran la piel. Es una práctica conocida como mortificación corporal extraordinaria, con la que se pretende vivir una espiritualidad más cercana a Cristo, al emular su sufrimiento”, explica el padre Luis Fernando Valdés, miembro del Opus Dei.

“Es un vencimiento ante conductas negativas y no una autodestrucción. Por eso un guía espiritual siempre debe modular la frecuencia e intensidad de esta disciplina. El lapso de uso de manera intermitente es breve, pero ayuda a una persona a salir de la comodidad, vanidad, flojera, tibieza o desgane espiritual, así como a refrenar las pasiones como la sensualidad, por ejemplo”, dice Valdés.

Este es sólo un ejemplo de las reminiscencias de rituales que a lo largo de la historia se institucionalizaron dentro de la iglesia Católica y que mostraron expresiones extremas en México hacia el siglo XVI, y en Europa durante la época del Medioevo, pero que formaron parte de una espiritualidad encarnada de sufrir el martirio de Jesús.

En México no hay estudios recientes de mortificación corporal, pero especialistas en religión, como Bernardo Barranco, dicen que esas prácticas, especialmente las que violentan el cuerpo hasta llegar a la sangre, están en desuso.

Barranco advierte que este tipo de mortificaciones son poco comunes entre los religiosos, ya que ahora se pretende reflejar un cristianismo menos asociado al dolor. O al menos no se hacen públicas, dice.

“En una sociedad donde el placer es norma, el sacrificio en el nombre de Dios no tiene razón de ser y la persona que practica la mortificación corporal es considerada loca”, comenta el padre José de Jesús Aguilar, responsable de Radio y Televisión de la Arquidiócesis de México.

Las explicaciones

Ante la novela y filme del Código da Vinci, donde esta disciplina se reflejó de manera exacerbada, el Opus Dei, prelatura personal de la iglesia Católica, ha tenido que salir a dar explicación del suceso, pues hoy sus integrantes numerarios, que son personas célibes laicas o religiosos, siguen fielmente esta práctica.

Una descripción del libro titulado Los Hijos del Opus Dei, escrito por Javier Ropero, describe una flagelación que hasta la fecha se practica: “Entras en el cuarto de baño con el látigo de cuerdas que termina en varias puntas, te bajas la ropa interior y, de rodillas, te azotas las nalgas durante el tiempo que tardas en rezar una Salve”.

Valdés asegura que el uso del flagelo se mantiene vigente. Dice que son cordeles y no aquellos con los que martirizaron a Jesucristo, terminados en puntas capaces de abrir la piel. Deja claro que las mortificaciones corporales van más allá de éstas que podrían resultar incomprensibles al mundo hedonista, en el que hay que evitar a toda costa cualquier cosa que implica sacrificio.

“Cuando una persona cristiana vive la mortificación corporal, también se priva de ciertas comidas o bebidas, busca la incomodidad al sentarse o dormir; la auténtica mortificación corporal nada tiene que ver con el masoquismo ni el maniqueísmo -pensar que el cuerpo es malo-, pues no se castiga al cuerpo por despreciable”, explica Jesús Martínez García en su libro Hablemos de la Fe.

Ayunar, dormir en el piso, tener como almohada un objeto duro, bañarse con agua fría, poner piedras en los zapatos, comer menos, ser puntuales, madrugar, usar sandalias, son también mortificaciones ordinarias practicadas por órdenes y congregaciones en México.

“Si se pasa hambre para que el vestido de 15 años le quede bien a la joven; si se sufre la perforación por un pearcing o se soportan las agujas del tatuaje por simple moda, es aceptable, pero inconcebible hacer dieta por amor a Cristo que en este contexto pareciera como algo etéreo, entonces tu sacrificio se interpreta como fanatismo religioso”, dice Valdés.

Las mortificaciones

“Una mortificación corporal muy eficaz es bañarse con agua fría, pero la gente dice ¿qué te pasa?, pero si lo hago porque soy deportista pues es normal, el vencimiento es el mismo, lo que varía es el motivo, que cuando es cristiano algunos piensan que no tiene sentido”.

Pero una penitencia puede presentarse en muchas expresiones. De acuerdo con la investigadora madrileña Rosa María Fernández Peña, al repasar la historia de las diversas órdenes femeninas se encuentra que hasta el siglo XVIII, cada una tenía su propio hábito, pero con el común que las telas usadas además de expresar humildad, mortificaba por la aspereza de su tacto.

Algunas congregaciones hoy día utilizan los mismos hábitos, mientras que otros se han modernizado, según las normas que, en esta materia, dictó el Concilio Vaticano II (1962-1965): “El hábito religioso, como señal de consagración, sea sencillo y modesto, pobre y a la vez decente, y además conveniente a las exigencias de la salud y acomodado a las circunstancias de tiempos y lugares y a las necesidades del apostolado”.

Las religiosas en general hoy han renunciado a la vestimenta femenina, al pelo largo, a perfumes y a cosméticos, mientras que los hombres optan por los colores sobrios como el negro, al pretender renunciar a la sensualidad.

Las Carmelitas descalzas

La Orden de las Carmelitas Descalzas (OCD) apareció en España en 1457, fueron anteriores, en seis años, a los varones descalzos, pero en ambas ramas su base era la total mortificación de los sentidos, la oración y el silencio casi perpetuo y una gran pobreza. Sus hábitos eran tosco sayal, llevaban sandalias, dormían sobre paja y casi no comían carne.

Hoy la OCD en México reconoce que “el espíritu interior y el ejercicio de las virtudes están por encima de la mortificación corporal, sabiendo que el Señor no mira tanto la grandeza de las obras como el amor con que se hacen”.

“Las mejores mortificaciones son las que nos llevan a cumplir mejor los deberes diarios, las que nos llevan a tratar con amor a los demás. De qué serviría usar el flagelo o el cilicio si tengo un genio que nadie aguanta”, dice el padre Valdés.

La propia etimología de la palabra mortificación, que proviene del latín mortem facere, explica la pretensión de dar muerte al pecado, al egoísmo, a lo que impide ser servicial y cordial.

Un tema actual

El tema de la mortificación corporal física se ha reavivado, luego de que en enero pasado, desde El Vaticano, se diera a conocer una investigación recuperada en el libro Perché e santo (Porqué es santo), que revela que el Papa Juan Pablo II solía autoflagelarse con un cinturón para emular el sufrimiento de Cristo, especialmente en cuaresma, cuando también solía dormir en el piso y comer una vez al día.

El libro fue escrito por monseñor Slawomir Oder, principal impulsor de la canonización de Juan Pablo II. Él recopiló versiones de 114 testigos y documentos sobre la vida del Papa.

En conferencia, Oder dijo a las agencias internacionales que Juan Pablo II practicaba la automortificación, como hacen algunos creyentes para recordar el sufrimiento de Jesús en la cruz.

“Es un instrumento para la perfección cristiana”, dijo Oder cuando se le preguntó por qué esa práctica debe ser condonada ante la enseñanza católica de que el cuerpo humano es un don de Dios.

“El sigilo del ex pontífice al no dar a conocer de manera pública la que hoy se consideraría su severa o ruda espiritualidad, delata la posibilidad de que órdenes o congregaciones las practiquen con la mayor discreción”, explica Barranco.


Las opciones

Cierto es que a todos los cristianos, incluyendo a los laicos, se les piden sacrificios, sobre todo en cuaresma, tiempo litúrgico de conversión.

Se deja de comer carne los viernes, por ejemplo, pero las muestras más radicales las podemos ver en Taxco, Guerrero, donde más allá de apreciar una simple escenificación de la pasión de Cristo, se concurre a la flagelación real con punzantes espinas que penetran la piel.

En esta época, los colegios de inspiración cristiana piden a sus alumnos hacer una lista de 40 vencimientos o renuncias a especie de mortificación… tal vez enumeren dejar de ver la televisión, evitar videojuegos, dejar cierto refresco, llegar a tiempo o cumplir con todas sus tareas.

El padre del Opus Dei recuerda que sus mortificaciones de estudiantes eran las condiciones que lo limitaban a estar sentado frente al escritorio sin distracciones para estudiar. “La puntualidad era muy importante, pero me dio terror el saber que debía bañarme con agua fría aunque la mañana estuviera fresca. Ya como miembro de la obra me sugirieron usar un cilicio unos días por semana”.

“La iglesia exige la mortificación externa corporal para declarar las virtudes de un siervo de Dios”, se señala desde El Vaticano sobre la beatificación de los santos, grado espiritual al que todos los cristianos son llamados a ser en vida.

Pero el padre Luis Fernando Valdés advierte que alguien con buena voluntad, pero con ignorancia, que pretende negarse a sí mismo en sus defectos de carácter a través de la mortificación corporal, puede llegar al salvajismo de destruirse físicamente, lo cual Dios no pide.

“En esa acción está el espíritu cristiano pero no el fin, de ello la importancia de un orientador que evite los excesos en todo sentido, incluso el engreimiento y soberbia que se pueda presentar al grado de creerse santos, por el ayuno, el uso del flagelo y el cilicio”.

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